miércoles, 31 de octubre de 2012

Lula, Mujica y una señora exitosa


José Mujica no me dejó mentir. Hace dos o tres semanas escribí en esta misma columna que el presidente uruguayo me había dicho en una entrevista que le hiciera en un club de barrio de una ciudad “de cuyo nombre no quiero acordarme”, que a un mandatario se lo valora por los dirigentes políticos que es capaz de formar. Pues bien, esta semana lo repitió en una conferencia de prensa. La traducción de esa frase es sencilla: un presidente capacita a quienes lo van a suceder, esto quiere decir que un presidente no se concibe como un Dios, como alguien cuya misión se confunde con la eternidad. Un presidente -reitero- es un inquilino en la casa de gobierno, no un propietario. Se queda un tiempo y después se va. Así ocurre en la política y en la vida: estamos y nos vamos. Así de sencillo y así de difícil para algunos. O para algunas.

El objetivo de un presidente es gobernar bien. Su sucesor puede ser un dirigente de otro partido o del suyo, pero en cualquier caso alguien lo debe suceder para verificar el otro principio básico de toda democracia moderna: la alternancia.

Años y siglos de despotismo nos han enseñado que nunca es bueno que alguien se eternice en el poder. Esa sencilla lección de republicanismo liberal, es lo que no entienden algunos o no comparten otros. Admitamos, por lo pronto, que en la Argentina no hemos sido muy partidarios de este principio. Entre 1916 y 1989 no se cumplió. Ahora hemos retrocedido un poco más. Antes, era un partido el que deseaba quedarse en el poder, ahora es una persona. De lo colectivo hemos descendido a la ambición individual. La señora, no quiere que la suceda un radical o un socialista, pero tampoco quiere que la suceda un peronista. Quiere quedarse ella.


A esta singular estrategia de poder, los epígonos del oficialismo la llaman “relato”, “proyecto nacional y popular” o, simplemente, “ir por todo”. Su ideólogo es un caballero que desde hace más de cuarenta años vive en Gran Bretaña y disfruta de los beneficios del primer mundo, incluida la monarquía. Se llama Ernesto Laclau y cumple la misma función intelectual que en su momento cumplió Regis Debray: para Europa, las virtudes republicanas; para América latina, el foco guerrillero o el populismo. Si las cosas salen mal se vuelven a Paris o Londres, y en las fondas del barrio Latino o en los bares de Piccadilly Circus comentarán con sus amigos las peripecias vividas en el Tercer Mundo, con la misma impavidez y displicencia con que los bwanas coloniales comentaban sobre las vicisitudes de sus cacerías en África.


Regresemos a Mujica, a su objetivo de no eternizarse en el poder y empezar a preparar la retirada al otro día de asumirlo. ¿Ingenuo, tonto? Para la liturgia populista probablemente lo sea. El poder, para ellos se toma y no se lo larga más. ¿Para qué lo hacen? A esta pregunta la podemos responder desde la promiscuidad más inmediata y decir que lo hacen para enriquecerse y disfrutar de sus visibles beneficios, pero en el caso de la señora, o de su maestro, Hugo Chávez, me animaría a decir que la explicación más cercana a la verdad sobre ese deseo compulsivo, requiere más de psicoanalistas o psicólogos, que de la ciencia política, la historia o la sociología.

Decía que un presidente democrático prepara su retirada capacitando a otros dirigentes. El talento, la inteligencia, el saber, son virtudes valoradas, a diferencia de los líderes carismáticos, en cuyo círculo todo síntoma de inteligencia es mirado con recelo.

Marcelo Torcuato de Alvear, tan poco valorado por los populistas de turno, afirmaba con orgullo que no tenía miedo de enfermarse, porque tenía la tranquilidad de contar con un equipo de ministros capacitados para asumir la presidencia. Por su parte, Charles de Gaulle, tan personalista y orgulloso, se jactaba de la lucidez de sus ministros. No lo decía por decir. Pompidou, Giscard d’Estaing, Jacques Chirac y hasta el propio Miterrand, fueron algunos de sus colaboradores. John Kennedy construyó “el sueño de Camelot”, con la élite intelectual más distinguida y progresista de la costa este: Boston, Nueva York y Filadelfia. El vituperado e infamado Julio Argentino Roca, contaba con una línea de ministros de lujo, entre los que merece mencionarse a Luis María Drago, Eduardo Wilde y el gran Joaquín V. González, el político riojano que con su obra nos probó que no todos los políticos riojanos son ignorantes y corruptos.

Es que, como dijera José Manuel de Estrada, una democracia que merezca ese nombre debería ser el sistema que asegure que gobiernen los mejores. Una aclaración republicana al respecto: los mejores en serio, no los exitosos. Podemos debatir acerca de las cualidades de los mejores, pero se me ocurre que un mínimo de generosidad intelectual nos permitiría ponernos de acuerdo. En política se pondera el talento, la austeridad, la grandeza de miras, la capacidad de decisión, no el éxito. Nunca supe que a Lincoln, Bolívar, Churchill, Napoleón, se los considerara exitosos. De Perón a Fidel Castro, del Che Guevara a Willy Brandt, se pueden establecer los juicios más diversos, pero a nadie, ni siquiera a sus simpatizantes más devotos, se les ocurriría calificarlos de exitosos.

Sin embargo, la señora empleó esa palabra para referirse a su gestión. A su gestión y a su persona. Algo parecido hizo Menem, con lo que muy bien podríamos suponer que estamos ante una suerte de linaje cultural, el de los presidentes exitosos, un término que seguramente no conformaría a un político de raza, pero que parece satisfacer el ego de los presidentes “marquetineros” que nos gobernaron en los últimos veinte años.

“Exitosa o exitoso”. A ese concepto llegamos luego de tantas vueltas y tantas coartadas verbales. “Exitosa”. Una palabra que puede ser válida para referirse a personajes como Tinelli o Moria Casán, pero no para referirse a una actividad trascendente. “Exitosa”, es un término feliz en la farándula, en el universo de la tilinguería, en los ambientes frívolos y casquivanos, en las revistas de moda. Un científico, un sacerdote, un intelectual, un reformador, un estadista, nunca aceptarían ser calificados de “exitosos”.

Pues bien, lo interesante y lo sugestivo en el caso que nos ocupa, es que fue la propia señora la que decidió colocarse en ese lugar: abogada exitosa y presidente exitosa. ¿Una palabra que se le escapó? No lo creo. Por el contrario, afirmo que nunca fue tan sincera, o nunca una palabra suya se correspondió tanto con lo más profundo que hay en ella.


“Exitosa”. Como abogada no se le conoce un juicio interesante, un aporte teórico a la ciencia del derecho, una defensa en nombre de grandes ideales. Todo lo contrario, lo poco y nada que hizo desde su profesión fue, como le dijera en otro momento de sinceridad a uno de sus colaboradores, “hacer platita”. ¿Eso significa ser una profesional exitosa? Para ella, sí. Hacer plata a manos llenas, comprarse lujosas residencias y lucir vestuarios cuyos precios son superiores a casi diez años de sueldos de un trabajador, parece ser un excelente programa de vida. Isidorito Cañones y su novia Cachorra, por ejemplo, lo aprobarían, pero con una diferencia, ni Isidoro ni Cachorra pretende hacernos creer que son los emisarios de la causa nacional y popular o los abanderados de los derechos humanos.

Volvamos a temas más relevantes, salgamos de la farándula y el éxito. Esta semana anduvo por la Argentina el ex presidente de Brasil, Lula da Silva. Dijo muchas cosas interesantes, porque él es un hombre interesante y un político interesante, pero brevemente a sus principales conceptos podríamos resumirlos en lo siguiente: la alternancia es buena para la democracia, la inflación es mala para los pobres, los medios de comunicación no son los enemigos de los gobiernos, la corrupción debe combatirse en todos los terrenos y el presidente debe hacerse responsable de sus actos.

No sé si la señora prestó atención a estas declaraciones o prefirió hacer “mutis por el foro”. Por lo pronto, me llama la atención que alguno de sus colaboradores, algún militante de la Cámpora o el propio José Pablo Feinmann, no hayan alzado su voz contra este señor Lula cuya vocación destituyente es más que manifiesta. ¿Por qué digo esto? Porque las virtudes que pondera el ex presidente de Brasil, son exactamente las opuestas a las que pondera nuestra exitosa señora. Veamos si no. A la alternancia, la presidencia perpetua; a la inflación, las cifras del Indec; al reconocimiento de la libertad de prensa, la amenaza del 7D; a la corrupción del poder, el juez Oyarbide; a la responsabilidad de sus actos, las destituciones de gendarmes y marinos transformados en chivos expiatorios de una gestión inservible, pero eso sí, exitosa; al orgullo nacional, la nave insigne detenida en Ghana.

Yo no sé si Lula o Mujica dijeron lo que dijeron para molestar a la señora o porque sencillamente creen en ello. En lo personal, apuesto a esta última posibilidad. Son presidentes populares y republicanos que creen en lo que dicen. Si en el camino esas palabras parecen estar dirigidas en contra de la señora, el problema ya no es de ellos, sino de la señora.

Rogelio Alaniz



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