El Día de la Memoria nunca será un día completo y de serena reflexión,
hasta que no se incorpore la otra parte de la historia y se reconozca que los
errores partieron de toda la sociedad y no solo de una parte.
Hoy se desconocen y discriminan a
las Víctimas del Terrorismo, hoy se encarcela, juzga y condena solo a los
Soldados de la Patria –jóvenes oficiales, suboficiales y conscriptos de todas
las fuerzas; que cumplieron con las normas y órdenes de la época. Cuando la ley
se convierte en injusticia… no permite la pacificación, concordia y
reconciliación. Es hora de ponerle fin a esas desigualdades ante la ley.
Felices Pascuas… la casa no está
en orden, todo pasa por sus decisiones señora presidente.
Domingo 31 de marzo de 2013 | Publicado en edición
impresa
Editorial
Es tiempo de que el recurrente
llamado al diálogo entre los argentinos deje de ser una mera invocación para
convertirse definitivamente en una práctica
La prédica austera y el ánimo
reconciliador del papa Francisco podrían transformarse en una
rápida quimera si el espejo argentino responde con la lógica de siempre: un
primer embelesamiento seguido de contrición y promesas de cambio que suelen
desaparecer con la misma presteza con que la luz se desplaza en el universo.
En las últimas dos semanas, los
argentinos hemos pasado de la incredulidad al júbilo y de él a la esperanza de
que se está ante una nueva oportunidad histórica que no podemos dejar pasar. La
elección de Jorge Bergoglio como
papa resultó un bálsamo para muchas más personas que las que profesan la fe
católica en nuestro país. Su mensaje de
paz, de unión, de simpleza y de una enorme austeridad invita a replantearnos
qué hemos estado construyendo -si es que ése es el término- en medio de tanta fabulación, hostigamiento
y altanería.
La rápida conversión de la
frialdad presidencial en cálido saludo hacia el papa Francisco, sin dudas, sumó
un voto positivo en esta necesaria introspección de nuestra historia personal y
ciudadana. Recalar en la conveniencia política de esa actitud es un ejercicio
avaro, orientado a seguir poniendo escollos en el camino del efectivo
cumplimiento del cambio de acciones. El arrepentimiento no puede ni debe
agotarse en sí mismo. De lo contrario, una vez más, habremos prometido y
reclamado en vano.
En una de sus recientes
presentaciones públicas, el domingo pasado, al cumplirse 37 años del último
golpe militar, la presidenta Cristina
Fernández de Kirchner dijo que "no
se puede vivir en el odio" y que no les dará "el gusto" a quienes quieren que los argentinos se
peleen. "No se puede tener la
soberbia de pensar que nunca nos equivocamos. Quiero que no peleemos, que nos
entendamos. Ahí está la clave. Nos vamos a entender los argentinos de una vez
por todas", sostuvo.
No es nada habitual que se
manifieste una coincidencia de fondo entre las palabras de la Presidenta y el
ideario de la nacion. "No se puede
vivir del odio". Claro que no. Menos cuando éste se halla a
disposición de exaltaciones emocionales destinadas a perpetuar las diferencias
en una sociedad, o peor, para la atención de intereses aún más sórdidos, como
el de aquilatar la posibilidad de obtener ventajas materiales en función del aprovechamiento
de ideales aparentemente nobles. Tampoco se podría vivir siempre con odio. El
que lo padeciera enfermaría sin remedio y dañaría a otros, tanto en la salud
psíquica como física, por la transmisión de su grave toxicidad.
La Presidenta dijo que no les
dará el gusto a aquellos que pretenden que haya confrontación y agregó: "Quiero que los argentinos nos
entendamos". Confrontación siempre habrá, porque es de la naturaleza
humana la diversidad de visiones sobre lo que es mejor para el género, pero lo
que se ha debatido en los últimos diez años en la Argentina ha sido algo más
modesto: si es posible lograr o no una convivencia civilizada dentro de la cual
las opiniones encontradas se debatan en concordia.
Si la Presidenta se debate en una
transición emocional que la impulsa a manifestaciones llamativas es algo que le
concierne en principio a ella. Sin embargo, lo que diga y lo que dé a conocer
que siente es, por las funciones que encarna, de interés inmediato para la
sociedad argentina.
Curiosamente, ese llamado a un
entendimiento no ha sido el único de los casi diez años del kirchnerismo en el
gobierno nacional. La propia mandataria ya había apelado a la unidad "de los 40 millones de argentinos"
en sus discursos de campaña de cara a las elecciones primarias y a las
presidenciales que le concedieron la posibilidad de un nuevo mandato
consecutivo como jefa del Estado. "Yo
no le guardo rencor a nadie", había dicho en 2011. "Dejemos de lado las cuestiones
menores", agregaba.
No obstante, pasados aquellos
comicios primarios de agosto, en los que obtuvo un importante triunfo, luego
reconfirmado en las presidenciales de octubre, no pudo precisar ante los
periodistas el verdadero alcance de aquel llamado a la unidad nacional. Cuando
se le preguntó si iba a convocar a las fuerzas opositoras, contestó que el
Congreso era el lugar para ese debate. No se hizo cargo de la parte que le
tocaba. En el acto del domingo pasado, fue más allá al pedir directamente que,
entre los argentinos, aflore únicamente lo bueno y lo mejor, dejando de lado "lo malo, lo feo, el odio".
¿Es esta la misma Cristina Kirchner
que sólo recordó a las 51 víctimas de la tragedia de Once cuando estaba por
cumplirse un año del hecho? ¿Es la misma persona que suscribe las mentiras del
Indec, desconoce la inseguridad, minimiza la pobreza y ataca a la clase media?
Si es la misma, bienvenido el
cambio. Claro que para corroborar ese vuelco hay que aguardar que se transforme
en hechos concretos y se contagie a su equipo de funcionarios tan acostumbrados
al garrote, la amenaza y la presión .
Nadie ha estado a salvo de la
comisión de errores en la Argentina reciente, de modo que cualquier
rectificación respecto de los infortunios incurridos debe ser recibida con la
generosidad con la cual se predica la necesidad de la enmienda y el perdón de
los pecados. Nadie haría un buen servicio a la República si excluyera de esos
beneficios a quien rige desde el Poder Ejecutivo los destinos del país.
Hay una impresión generalizada de
que con el Papa salido del barrio de Flores se producirá un fortalecimiento del
catolicismo en el país. En buena hora que así sea, pero tengamos en claro que
la mayor contribución implícita de Bergoglio a su país de origen deberá abarcar
espacios más amplios todavía, sin especificación de religión alguna: el secreto
ha de estar en que, por la proyección de su nombre y su obra, crezca un
sentimiento generalizado de que íbamos por muy mala senda y que a todos
corresponde en adelante un esfuerzo hacia la perfección social: hacia metas de
mayor solidaridad, inclusión, igualdad de oportunidades y afirmación de las
libertades constitucionales que nadie -absolutamente nadie- está facultado a
degradar.
Después de la barricada, siempre
sobreviene la evaluación ulterior de las palabras a la luz de los hechos que le
siguen. ¿Está siendo coherente la Presidenta entre lo que dice y lo que hace?
¿Cuál es la relación entre el primer reconocimiento que se haya hecho por parte
del Gobierno de la "condición
humana" de los detenidos por delitos de lesa humanidad, que mueren en
las cárceles mientras se glorifica, desde tribunas adictas a la misma
Presidenta, el terrorismo que tronchó la vida de cientos y cientos de
argentinos y precipitó al país a la más violenta de las represiones, incluso
por fuera de la ley, pero en realidad tal como lo había dispuesto, aun antes de
la instalación del régimen militar, un gobierno civil peronista? A todos, aquí
también, absolutamente a todos, corresponde el íntimo examen de conciencia
sobre lo que se hizo para persuadir a sectores juveniles de la sociedad de
entrar en un camino de sangre y fuego hacia el que los empujaban algunos de los
más crueles totalitarismos de la época, como el de Cuba.
No obstante, pretender dejar
únicamente en manos del equipo de gobierno el cambio de actitudes negativas por
otras que nos lleven a reconstruir lo roto, sería tan simplista como hipócrita.
Los gritos de un funcionario no tendrían poder si no hubiera personas o grupos
de personas miedosas de enfrentar la prepotencia y de perder beneficios; la
avanzada parlamentaria del oficialismo no se consagraría con tanta facilidad si
no hubiera parte de la oposición dispuesta a someterse a esas presiones,
canjeando apoyos por beneficios en lugar de pagar los costos políticos de sus
decisiones. El arrevesado dibujo de la realidad no tendría sustento de no
existir un coro de voces decididas a trocar lo onírico en sustancia y de
transformar las derrotas en victorias.
Si seguir el ejemplo de Francisco
implica sacar provecho de su imagen para acumular poder interno, ningún cambio
podrá esperarse. Ni en el Gobierno, ni en la oposición ni en el total de la
sociedad. Todo lo contrario, esa "apropiación"
local del Papa desnudará una profunda debilidad.
Como dijo el ensayista Alejandro
Katz, en una nota del domingo pasado en lanacion: "Un papa argentino es una buena ocasión para que terminen los discursos
mesiánicos". Es una gran oportunidad para separar los mundos
entremezclados de la política y de la religión. Una nueva chance para concretar
en hechos los ejemplos de despojo que hoy nos deslumbran. Y para que tenga
respuesta el llamado que monseñor José María Arancedo, presidente del
Episcopado, efectuó en favor de una "mayor
convivencia social" pues, agregó, "los
argentinos nos debemos gestos de grandeza y de encuentro que nos permitan
superar el agravio y la descalificación".
Por eso, en estas Pascuas de
Resurrección de Cristo, en las que el espíritu de las grandes comunidades suele
estar impregnado de los valores que emanan de la fe, aboguemos porque el
llamado a la reconciliación y al diálogo deje de ser sólo eso, una invocación,
para convertirse definitivamente en una práctica de la que nos beneficiemos
todos.
FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/1568282-una-nueva-oportunidad-para-la-reconciliacion
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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