Crecí en una Argentina dividida. Eras antiperonista o peronista como antes habías sido radical o conservador. Quizás llevemos en la sangre esta pasión por la división cruel y despiadada y sea potenciada por la errada convicción que el que piensa distinto es un enemigo o simplemente sea una manía remanente de las guerra civiles donde el antagonismo se solucionaba con un cuchillo mellado en la garganta.
Tengo el recuerdo, ya algo nublado por los años, de aquel: “Ni el polvo de tus huesos, la América
tendrá”, repetido con fastidiosa insistencia por maestras y profesores y la
porfiada lectura de “Las Tablas De Sangre”
de Rivera Indarte. Supe de degüellos
y entreveros donde los que en algún momento cruzaron hermanados el Ande para
pelear por la libertad de estas tierras decidían, con esfuerzos dignos de mejor
causa, acallar a lanza al adversario político aunque con este hubieran
compartido la vela de armas en Suipacha, Chacabuco o Río Bamba. Supe también
que los perdedores de 1852 tuvieron pocas o ninguna chance de exponer sus ideas
y también supe de un caudillo político que todo lo que pudo hacer en homenaje a
su padre colgado por mazorquero en la Plaza de la Victoria fue incorporar la
divisa punzó a los colores de su partido. Supe, en fin, de Saldías y Ugarte, entre
tantos otros que sufrieron durante años un duro ostracismo intelectual.
Todo esto duró algo más de
cien años. Fue un siglo de desgaste
intelectual que se renovó en nuevos enfrentamientos y del que nada nació. Nada
que supusiera seguir creando una identidad nacional que hoy ya ni siquiera pretende
ser una roca sino millones de minúsculos granos de arena. Y cabe preguntarse, todo
esto, ¿para qué? Si aquel que la América jamás tendría sus cenizas hoy está
sepultado en la Patria y su nombre se repite en calles y avenidas. Está bien que cada uno defienda sus ideas
pero la realidad es que nunca supimos hacerlo sin bastardear el pensamiento
contrario.
Hay un parque en la ciudad llamado el Parque de la Memoria. Es un parque que más que honrar a la memoria es una exaltación de la división. Ni
siquiera es un homenaje a una parte de los que murieron en una de las peores
tragedias argentinas. No es otra cosa
que -aunque parezca que se limita a una década atroz- la reivindicación de doscientos años de historia construida en
facciones y no en unidad.
Hay allí un muro con alrededor de ocho mil nombres y lugar para
veintidós mil más. Realidad y leyenda que a los efectos de los años por venir
no importa. Estos nombres son nada más que parte de una tragedia argentina que
mientras siga siendo vista de manera sesgada solo nos puede augurar otros cien
años de enfrentamientos. Enfrentamientos
que solo beneficiarán a los que saben que los mejores réditos se obtienen en una
Argentina dividida, que para aquellos que solo han venido a medrar a costa de
nuestros esfuerzos lo mejor es llevar a los argentinos a un nivel de desafío tal
que en él una idea solo tiene valor si está refrendada por una pistola.
No quiero destruir el Parque de
la Memoria. Quiero ahí, no por mi sino por los que nos siguen, a todos,
como quiero a todos en la Justicia si hay que juzgar a quienes fueron los
actores de ese drama y que todos sean procesados más allá de estúpidas chicanas
jurídicas, prescripciones dudosas y argumentaciones falaces. Quiero a todos, en el parque o en la
justicia, y quiero esto porque es el único ejemplo que podemos dejarle a
nuestros hijos y nietos de una generación argentina, otra más, que no supo
construir una República. Quiero a todos
o a ninguno en el parque y en la justicia porque esta será la única manera
que tendrán las generaciones posteriores a nosotros de saber que vivimos, como otras
veces en la corta historia de la República, una tragedia atroz y que repetirla sería
una indecente estupidez.
Si como sociedad queremos seguir siendo Pilatos en el Viernes Santo
dejemos que las cosas sigan así como hasta ahora. Con solo algunos presuntos culpables y no todos como fue en realidad;
pero seamos conscientes que al contar la historia de esta manera le estamos dejando
como regalo a quienes nos siguen la seguridad de repetir la tragedia.
Si somos capaces los argentinos de escribir en esos lugares en blanco del
Parque de la Memoria los nombres de Rodolfo Berdina, Argentino del Valle Larrabure, Paula
Lambruschini y los un mil
trescientos civiles y militares argentinos muertos en esa década trágica recién
ahí seremos capaces de reconstruir la República.
JOSE LUIS MILIA
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la
nota original.
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