Llama poderosamente
la atención que un ex montonero, hoy devenido en empresario siendo el mayor proveedor
de equipamiento de Defensa y de las Fuerzas de Seguridad, nos referimos a Mario Montoto (a) Pascualito, quién en el
día ayer escribió una columna en el diario digital InfoBAE.com defendiendo a
las mismas Fuerzas Armadas a las que pretendió contribuir a destruir y
aniquilar, para que la organizaciones terroristas tomaran por asalto el poder del
estado nacional.
¿Es un cambio de
postura ideológica o son solo negocios? Sinceramente desconocemos la respuesta,
pero siendo el autor de la propuesta un ex terrorista, quién de la mano de la
ex ministro de defensa y de seguridad, la también ex terrorista Nilda Garré, concretaran pingues
negocios constituyéndose en el máximo proveedor del estado en las áreas de
Defensa y Seguridad… nos permite dudar de su verdadero objetivo. Montoto desea ¿Reivindicar a las
Fuerzas Armadas o simplemente busca incrementar su riqueza, que no es poca?
Sinceramente,
Pacificación
Nacional Definitiva
por
una Nueva Década en Paz y para Siempre
Miércoles 18 de
junio, 2014
REIVINDICAR
EL ROL DE LAS FFAA EN EL ESTADO DE DERECHO
Por Mario Montoto[1]
Entre los importantes
debates de ideas que hoy configuran la visión de nuestro país para los años
venideros, hay uno que resulta particularmente imprescindible de cara a los
grandes desafíos del siglo XXI. Me refiero a la necesaria discusión con
respecto a la Defensa Nacional y al rol
de las Fuerzas Armadas.
Es por ello que
quisiera hacer una breve reflexión acerca de la Defensa Nacional como pilar fundamental del Estado, como
componente esencial de la política exterior y también como motor de desarrollo
industrial. Una visión de avanzada que supimos tener los argentinos desde
los albores del siglo XX y que, lamentablemente y por diversas razones, fuimos
perdiendo.
Durante la década del
20, destacados hombres de las ya profesionalizadas Fuerzas Armadas asumieron
como horizonte para nuestro país el de su industrialización. Fueron
personalidades notables que supieron liderar procesos fundacionales, llevando “la doctrina a las cosas”, el
pensamiento a la acción.
Un
área clave, en ese sentido, fue la de los hidrocarburos, en la que el general
Enrique Mosconi cumplió una función relevante.
Fue nombrado por el presidente Marcelo T. de Alvear en 1922 como primer titular
de la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (germen de la
actual YPF), creada antes de dejar el poder por Hipólito Yrigoyen. El general
Mosconi impulsó a lo largo de su gestión la integración vertical de la empresa
y la incursión en la distribución y venta de combustibles en el mercado
interno. El éxito de la gestión de Mosconi al frente de YPF quedó reflejado en
las cifras de producción de petróleo de 1930, cuando se alcanzaron los 827.946
metros cúbicos, duplicando las cifras de años anteriores.
general Manuel Nicolás Savio |
Hubo
que esperar hasta la década del 40 para volver a encontrar figuras de su talla
dentro del estamento militar, que retomarían el impulso industrializador.
En 1941 fue creada la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM), un proyecto del entonces coronel Manuel
Nicolás Savio, quien se proponía desarrollar de manera armónica la movilización
industrial de la Argentina. El propio Savio sería el mentor del Plan
Siderúrgico Nacional, de la construcción del primer alto horno de fundición en
Jujuy (Altos Hornos Zapla), y el fundador de la Sociedad Mixta Siderurgia
Argentina (Somisa), que terminaría de concretarse en 1961 con la inauguración
de su complejo industrial en San Nicolás/Ramallo.
Lo importante es
dejar aquí señalado que el puntapié de este despegue de la industria pesada en
el país partió de mentes iluminadas que, dentro de las Fuerzas Armadas, tenían
en mira un desarrollo autónomo de la Argentina.
almirante (R.E.)Carlos Castro Madero |
En paralelo, comenzó a tomar impulso en nuestro país la
industria nuclear, a partir de la creación, en 1950, durante la presidencia
de Juan Domingo Perón, de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). En
1955 se creó el Instituto de Física de Bariloche que dirigió José A. Balseiro,
cuyo nombre dio lustre a la ciencia en Argentina y que ha quedado inmortalizado
en el Instituto que lleva su nombre. En 1958 se coronaron esos esfuerzos con la
construcción del primer reactor experimental de América Latina, el RA1, y luego
con la primera central nuclear de potencia de la región, Atucha I, que entraría
en operaciones en 1974. Coronó esta zaga
de destacadas figuras de la CNEA el almirante Carlos Castro Madero, durante
cuya gestión se mantuvo la continuidad del ambicioso plan nuclear, con el
avance de la construcción de dos centrales de potencia (Embalse, inaugurada en
1984, y Atucha II, luego interrumpida en la década del 90), la inauguración de
la planta de agua pesada en Arroyito (Neuquén) y el enriquecimiento de uranio
en la planta de Pilcaniyeu (Río Negro), anunciado en noviembre de 1983, lo que convirtió a nuestro país en uno de
los pocos en el mundo capaces de controlar todo el ciclo del combustible
nuclear.
La
reactivación del Plan Nuclear Argentino, impulsada por el gobierno de Néstor
Kirchner en 2006 y en plena vigencia en la actualidad,
constituyó un verdadero renacer para el sector tras el prolongado letargo de la
década del 90. Una decisión estratégica
para la Argentina, que dio continuidad a una de las políticas de Estado más
consistentes que hemos logrado sostener a lo largo de los años.
Otro eje del
desarrollo que muestra la visión de
vanguardia de la industria militar de entonces fue el avión Pulqui II. En
1947, el mayor ingeniero Juan Ignacio San Martín, director del Instituto
Aerotécnico –nombre que había adquirido la
pionera Fábrica Militar de Aviones de Córdoba, fundada en 1927– decidió
iniciar la construcción de un avión a reacción que rompería el récord de
velocidad. Se trataba de un avión de
caza tecnológicamente comparable a los mejores de la época.
Hay un dato que
ilustra la situación de aquella época: en
1952, según el Boletín Estadístico Aeronáutico de junio de ese año, la Fuerza
Aérea Argentina contaba con 761 aeronaves.
Y, solo por citar un
ejemplo más, no quiero dejar de mencionar el
proyecto del submarino con propulsión nuclear que, por distintos avatares
políticos y económicos, no logró desarrollarse, a pesar de las millonarias inversiones realizadas en los
astilleros argentinos Tandanor y Domecq García[2].
Astillero de Submarinos Domecq García |
Más allá de las
dificultades y de las distintas coyunturas de cada época señalada, considero
valioso rescatar una constante histórica que desmiente la engañosa contradicción argentina respecto de la inagotable capacidad
de generar “talento individual” y de la imposibilidad de trasladar esa
genialidad a un proyecto colectivo. Los ejemplos citados no sólo desechan
esa creencia tan arraigada, sino que demuestran que cuando los argentinos logramos pensar y desarrollar “un verdadero proyecto
de país”, todo ese talento individual es puesto al servicio de la Patria. La
Argentina tuvo un proyecto de país y sus Fuerzas Armadas fueron parte
fundamental de esa visión colectiva. Hombres como Mosconi, Savio o Castro
Madero no fueron casos aislados, sino figuras notables dentro de un definido
proyecto de país.
Los
errores históricos
A partir de la década
30, las Fuerzas Armadas argentinas, por
propia decisión y alentadas por mezquinos intereses sectoriales, asumieron un
rol ajeno a su naturaleza. El golpe de septiembre de 1930 marcó un punto de
quiebre en la institucionalidad e instauró una sucesión de interrupciones del
orden democrático, que se repetirían en 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Fueron los años de la “Argentina pendular”,
donde los militares se convirtieron en árbitros, decisores y ejecutores de
políticas que nada tenían que ver con su razón de ser. Desafortunadamente, dejaron de cumplir con su rol institucional y
comenzaron a intervenir en golpes y maniobras palaciegas, sin que faltaran
enfrentamientos dentro de las propias fuerzas.
Las
divisiones entre argentinos venían de vieja data,
desde el principio mismo de nuestra independencia. Primero fue la lucha entre unitarios y federales, que impidió la
consolidación de la paz interior, hasta la aprobación de la Constitución de
1853. La situación se repetiría a partir de 1890 con la antinomia
conservadores-radicales, que llevó a levantamientos armados y a una mutua
deslegitimación política. El ascenso del general Juan Domingo Perón también
generó una fuerte división entre peronistas
y antiperonistas, que se agravó tras su caída. Entre 1955 y 1973, se
vivieron años de alternancia entre una “democracia tutelada” por las Fuerzas
Armadas y las sucesivas interrupciones del orden constitucional.
A este cúmulo de
errores de las Fuerzas Armadas y de la dirigencia política de la época, se le
sumó, a partir de la década del 60 y principalmente en los 70, la llamada
“doctrina de la seguridad nacional”, marco teórico para justificar el
“intervencionismo” de las Fuerzas Armadas en todo el continente contra el
denominado “enemigo interno”, que tuvo su hora más oscura en nuestro país
durante la última dictadura (1976-1983). Una trágica experiencia que por
desgracia le tocó vivir a nuestra Patria en esos años.
Una tragedia de la
que las Fuerzas Armadas no fueron las únicas responsables, sino que involucró a todos los sectores de nuestra
sociedad, al empresariado, la Iglesia, los sindicatos y las organizaciones
beligerantes. Una vez recuperada la democracia, algunos de esos actores asumieron su “cuota parte” de la
responsabilidad y se lo expresaron a la ciudadanía a través autocríticas
que intentaron aportar una mirada superadora y de reconciliación, luego de
largos años de “guerra civil intermitente, con sucesivas falsas antinomias que
dividieron y enfrentaron a sectores del pueblo y de la Nación argentina”, según
expresaba el documento “Compromiso
solemne por la pacificación y reconciliación nacional”, que fue dado a
conocer en 1989 por el Peronismo Revolucionario, una corriente interna del
Movimiento Nacional Justicialista que contenía a los dirigentes y militantes de
la disuelta organización Montoneros.
Por su parte, las
Fuerzas Armadas y la Iglesia realizaron en su momento autocríticas institucionales con la
aspiración de contribuir a la pacificación de nuestro país.
Como se ha dicho, la historia argentina puede leerse, a lo
largo del siglo XX, como la historia de una nación incapaz de convivir
pacíficamente en el marco de la legalidad y de resolver sus conflictos,
tensiones y diferencias por la vía del diálogo. Detrás de cada golpe
militar o quiebre constitucional, siempre hubo intereses específicos de
sectores de nuestra sociedad que utilizaron a las Fuerzas Armadas como
instrumento de sus intereses.
Finalmente, en 1983
los argentinos entendimos que la democracia, siempre perfectible, es el único camino que nos permite ordenar
la dinámica de una sociedad y encauzar racionalmente las diferencias y nuestras
contradicciones. El Estado de derecho es el único marco posible en el cual
cada institución de la República –incluidas las Fuerzas Armadas– puede
desempeñar su función y encontrar su razón de ser.
La democracia nos ha enseñado también el valor del
diálogo como condición indispensable para el encuentro de todos los argentinos.
“Es el diálogo el que hace la paz. No se puede tener paz sin diálogo. Todas las
guerras, todos los combates son por falta de diálogo. En el diálogo, crecemos y
maduramos”, expresó sabiamente nuestro
Papa Francisco y sus palabras nos deben ayudar a no volver a confundir ese
mandato.
Una
imagen distorsionada
El rol equivocado que
asumieron las Fuerzas Armadas a lo largo del siglo XX generó una imagen muy errada respecto de lo que
debe representar la Defensa Nacional para cualquier país democrático. Un
sector de la sociedad aún asocia el elemento militar con las violaciones a los
derechos humanos ocurridas durante la década del 70, a pesar de que los jóvenes
oficiales que hoy integran nuestras Fuerzas Armadas han sido formados en una
concepción democrática y respetuosa de la institucionalidad. Esta imagen
sesgada que todavía existe en muchos argentinos genera, a su vez, preconceptos y distorsiones que impiden el
diseño de una moderna estrategia de Defensa que dé respuesta a los eventuales
peligros que nos afectan en pleno siglo XXI.
Imposible no hacer
aquí un breve paréntesis referido a la guerra
de Malvinas, que, sin dudas, marcó un
punto de inflexión en la manera de ver y entender las relaciones de la
sociedad argentina con sus Fuerzas Armadas. Malvinas fue, es y será siempre una
causa justa y muy cara a los sentimientos de los argentinos. Sin embargo, la
conducción político-militar de la campaña del Atlántico Sur de 1982 incurrió en
graves errores estratégicos que no analizaré aquí, pero que también contribuyeron a generar una imagen poco
feliz de quienes conducían nuestras Fuerzas Armadas. No obstante, Malvinas supo mostrar cabalmente la otra
cara de la moneda: la del heroísmo de centenares de combatientes que lo dieron
todo por la Patria; la de soldados y militares profesionales que pelearon
con orgullo una de las batallas más desiguales de las que se tenga memoria.
Muchos de ellos dieron su vida por nuestras islas y, tras algunos años de
inexplicable ingratitud, el pueblo argentino hoy reivindica y rinde homenaje a
sus combatientes de Malvinas.
Las
mezquindades, los personalismos y las prácticas autoritarias en las Fuerzas
Armadas son parte del pasado. En la actualidad,
los planes de formación de las Escuelas de Formación de Oficiales y
Suboficiales tienen un enfoque plural y abierto al conocimiento de nuestra
historia y la defensa del valor de nuestras instituciones.
Una
mirada superadora
Los argentinos
pagamos un alto precio por los errores cometidos y, a 30 años del retorno a la
democracia, ya es tiempo de recuperar
aquella visión de la Defensa Nacional que identificó a nuestros pioneros y
replantear el rol de nuestras Fuerzas Armadas de cara a los desafíos que
presenta el siglo XXI. Debemos reivindicar el verdadero rol del elemento
militar en el Estado de derecho, ya que la defensa de nuestras fronteras y de
nuestros recursos naturales es una misión irrenunciable. Las Fuerzas Armadas, como garantes de la paz, son un elemento
constitutivo del Estado, con una función de garantía de la integridad y
unidad territorial, de la independencia y de la soberanía. Constituyen la
última ratio del Estado, una fuerza organizada al servicio de la Nación.
Por otra parte, a lo
largo del último siglo, los desarrollos de nuestra industria militar y el
pensamiento estratégico de muchos de sus integrantes permitieron a la Argentina
impulsar importantes sectores de nuestra economía. La industria de la Defensa, como hemos expresado a través de
ejemplos en este documento, ha sido
motor de nuestro crecimiento. De ahí que, en un nuevo contexto
internacional en el que la cooperación regional no puede estar ausente, la recuperación del complejo
militar-industrial argentino debe ser una meta a alcanzar. Las experiencias
que llevan adelante nuestras Fuerzas Armadas en sectores claves, como la
energía, la mecánica, la robótica y tantos otros sectores, deben servir de
incentivo para seguir adelante por esta vía de la investigación aplicada en el
ámbito de la Defensa.
La Argentina de hoy
merece un debate serio y responsable sobre los nuevos desafíos de la Defensa
Nacional para los años por venir. Una
nueva mirada, positiva y superadora, que logre recuperar el terreno
perdido, pero que fundamentalmente sepa
comprender las nuevas y cambiantes realidades del mundo.
Una política de
Defensa actualizada, integrada a una
visión de Estado moderno. Tenemos ante nosotros un sinnúmero de nuevos
desafíos, como la protección de los recursos de nuestra plataforma marítima o
los nuevos escenarios de conflicto en el ciberespacio, donde las fronteras son
cada vez más difusas. En definitiva, solo con unas Fuerzas Armadas modernas,
democráticas y preparadas tecnológicamente podremos hacer frente a los
complejos retos y nuevas amenazas del siglo XXI.
FUENTES:
http://opinion.infobae.com/mario-montoto/2014/06/18/reivindicar-el-rol-de-las-ffaa-en-el-estado-de-derecho/
y http://www.lapoliticaonline.com/nota/49350/
NOTA:
Las imágenes, excepto el vídeo, no corresponden a la nota original.
[1]
Montoto nació en La Plata hace 56
años. Ingresó a la militancia desde muy joven y en los primeros años del
secundario ya era parte de Montoneros. Su nombre de guerra era Pascualito. Su ascenso en esa fuerza
también fue rápido, con el tiempo se convirtió en secretario privado de Mario Firmenich y padrino de su hija.
En los 90 representó al peronismo revolucionario y en 1998
reapareció públicamente pero como empresario: ocupó el cargo de director de Trainmet Ciccone Sistemas. Fue socio de
Taselli y gracias a las relaciones con el menemismo se quedaron con concesiones
de ferrocarriles. La gestión fue tran desastroza que terminar peleados y Montoto se concentró en el negocio de la
seguridad.
Hoy es un fuerte empresario dedicado, entre otras cosas, a la venta de
equipos y servicios bélicos. Su empresa, Corporación para la Defensa del Sur, realizó el mantenimiento del
submarino Salta y, en sociedad con la firma israelí IAI, se ocupó del
mantenimiento estructural del avión presidencial, el Tango 01. También habría
obtenido contratos para reparar tanques.
De hecho, su empresa repara
los motores de los helicópteros Bell del Ejército y su plantel directivo cuenta
con un general de división, un brigadier y un vicealmirante, todos retirados.
Uno de ellos muy ligado al ex jefe del
ejército Roberto Bendini.
Además es el principal
proveedor de las cámaras de seguridad que se instalan en los municipios de la
provincia de Buenos Aires. Su empresa, Global
View.
Junto al coronel (R) Gustavo Gorriz llevan
adelante la revista DEF
especializada en Seguridad y Defensa. Gorriz
fue edecán de Carlos Menem, jefe del
Regimiento Patricios y operador del
sucesor de Balza, el teniente
general Ricardo Brinzoni. La revista tiene su propio programa de
televisión, DEF TV que se emite por
la señal C5N.
[2] En 1977 se funda por iniciativa de la Armada Argentina una sociedad anónima con participación estatal mayoritaria, cuyo accionista principal fue el Ministerio de Defensa de la Nación y el accionista minoritario fue Thyssen Nordseewerke GmbH , de Emden en la antigua República Federal Alemana, así se creó el Astillero Ministro Manuel Domecq García S.A., su nombre es en honor al Almirante argentino precursor de la formación del arma submarina de nuestra Armada.
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