Por Nicolás Márquez
En el fragor de la
dramática guerra interna acaecida en la Argentina en los años 70´, un tema tan
esencial como poco explorado (y en torno del cual giró la contienda), fue el
intento por parte del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo)- la organización
guerrillera mejor preparada y más aguerrida del continente- de llevar la guerra
a la selva de Tucumán con el propósito de dominar la provincia, expandir su
imperio a las provincias del norte, segregar una porción del territorio argentino
e intentar conseguir el aval de la comunidad internacional para que fuera
reconocido Estado Independiente, y desde allí, bajar a Buenos Aires y hacer un
golpe de estado de filiación castro-comunista.
Miles de combatientes
del ERP al mando del emblemático guerrillero Mario Roberto Santucho, se
lanzaron al ataque contra la democracia en búsqueda de ese objetivo. Para tal
fin, a partir de mayo de 1974 (tercera presidencia de Perón) los castristas
locales montaron numerosos campamentos guerrilleros en la selva de Tucumán
secundados por un formidable aparato de retaguardia tanto en zonas urbanas de
esa Provincia como en las provincias aledañas. Atacaron numerosos cuarteles,
guarniciones militares y dependencias policiales en todo el país, con el propósito
de conseguir armamentos y reforzar la Compañía de Monte en la Cuna de la
Independencia. Crearon sofisticadas fábricas de armas, imprentas clandestinas y
llevaron adelante un plan sistemático de secuestros a empresarios y militares
(muchos de ellos seguidos de muerte) para canjearlos por dinero o negociarlos
por guerrilleros detenidos por las fuerzas legales. Exactamente la misma
situación vive hoy el estado de Colombia con el terrorismo narcomarxista de las
FARC.
Por entonces, la
experiencia cubana, el ejemplo del Che Guevara y otros episodios
ideológicamente afines, fueron el faro que marcó la senda de la guerrilla
“santuchista”. Pero sin dudas, fue la guerra de Vietnam la que atravesó y marcó
por completo al ERP y la virtual guerra de secesión que vivió la Argentina
entre 1974 y 1977. El Che Guevara había ordenado a sus feligreses “crear dos,
tres, cien Vietnam” y encender la pradera revolucionaria en el conosur.
Santucho y sus miles de combatientes leían permanentemente a los doctrinarios
vietnamitas, estudiaban sus estrategias, se entrenaban en función de ellas; a
Buenos Aires la llamaban “Saigón”. Su objetivo era cumplir el papel del
Vietcong (ejército irregular que peleó contra las tropas americanas en Vietnam)
y para tal fin, escogieron la zona geográfica más parecida posible a la
existente en Vietnam. Ahora la selva vietnamita sería reemplazada por la de
Tucumán (que era más cerrada y espesa) y los cañaverales de azúcar ocuparían el
lugar de los arrozales. Sendos ámbitos eran ideales para “pegar y esconderse”
tal el dogma de la “guerra de guerrillas”. Asimismo, la gran densidad de
población y la pobreza imperante en Tucumán, les permitiría (según ellos
creían) ganarse el apoyo masivo de la gente. El ERP no estaba sólo: peleó con
tropas de refuerzo de guerrillas provenientes del MIR de Chile, del ELN de
Bolivia, de Tupamaros del Uruguay y de otros países. El entrenamiento y
adoctrinamiento fue proporcionado por el estado totalitario de Cuba y fue el
único campo de batalla donde el ERP realizó tareas de guerra conjuntas con
Montoneros.
En tanto, el gobierno
nacional, en medio de una situación preanárquica en un país en grave riesgo de
ser segregado, tras varios fracasos lanzó en febrero de 1975 el “Operativo
Independencia”, ordenándole a las Fuerzas Armadas entrar en guerra y aniquilar
a través de operaciones de combate el accionar de los elementos subversivos
obrantes en Tucumán.
Durante los primeros
tiempos, dicho Operativo fue encabezado por el General Acdel Vilas. No es
casualidad que dadas las condiciones de una guerra que por imposición del bando
atacante siguiera a pie juntillas la experiencia vietnamita, meses después
fuera convocado a comandar el Operativo el General Antonio Domingo Bussi, quien
fuera entrenado precisamente en Vietnam en 1968. Nunca se imaginaría Bussi que
casi un lustro después, todo lo allí aprendido debería aplicarlo en su país,
ahora no como aprendiz y espectador, sino como protagonista y conductor. Tanto
sea por el lado de la guerrilla como por el de las fuerzas legales, el emblema
de Vietnam sobrevolaba Tucumán (el corazón de la guerra revolucionaria) y por
añadidura el resto del país.
Nuestro pasado
reciente se encuentra tan pésimamente contado y distorsionado, para erradicar
las historietas que se difunden por los medios masivos de comunicación hemos
relanzado este libro “El Vietnam Argentino, la guerrilla marxista en Tucumán”,
obra prologada por el avezado politólogo Rosendo Fraga.
Los documentos, los
testimonios (muchos inéditos), el fanatismo ideológico, la estructura sectaria
del ERP, los combates, los objetivos, el nexo con tropas guerrilleras
extranjeras, la vida en los campamentos guerrilleros, el apoyo de Montoneros,
el Operativo Independencia, la respuesta militar, la lucha por ganar el
consenso de la población, los enfrentamientos terrestres, aéreos y todos los
detalles de esta dramática guerra, constituyen el objeto de análisis de la
presente obra.
Debo confesar que, a
diferencia de mis trabajos anteriores, nunca me sentí tan espectador de mi
propio libro. Los numerosos y escalofriantes testimonios y datos hablan por sí.
Llama mucho la
atención que quienes hoy levantan la atractiva y remunerable banderita de los
“Derechos Humanos”, no recuerden ni reclamen en lo absoluto a quienes para
llevar adelante un Vietnam Argentino, no dudaron, llegado el caso, en asesinar
niños, mujeres, simples pobladores y por supuesto un sinfín de uniformados, si
sus objetivos ideológicos así se los imponía.
Quizás el
relanzamiento de este aporte sirva para enriquecer un debate incompleto
(verdadero monólogo) mal llevado por imposición de la insistente mirada tuerta
que emana desde el Poder Ejecutivo Nacional.
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