por Ricardo Angoso
@ricardoangoso
A medida que pasa el
tiempo, y la crisis de Ucrania se agrava ante la pasividad europea y la falta
de liderazgo por parte de los Estados Unidos, se van viendo las cosas con más
claridad. Rusia ha recuperado su papel de potencia internacional, que nunca se
debía haber desdeñado, y Vladimir Putin se ha convertido en un verdadero líder
mundial que condiciona la agenda de los europeos, la OTAN, los Estados Unidos y
también de Ucrania.
Rusia sí tiene un
plan para Ucrania que pasa por segregar a las zonas del Este de esta ex
república soviética, más tarde reconocer a estos territorios -como ya ha hecho
con Abjasia, Osetia del Sur, Transnistria y Crimea- y, en un futuro no muy
lejano, anexionarse esas "repúblicas" fantoches, algo que ya de facto
ocurre en las entidades territoriales citadas.
Mientras Putin actúa,
manda tropas, se anexiona Crimea y se prepara para una larga guerra en Ucrania,
los Estados Unidos, la OTAN y también la Unión Europea (UE), que cada día está
más ausente de la escena internacional, carecen
de una política para la región e improvisan en función de un guión que
trata de minimizar los costes económicos de una ruptura total con Rusia y
mantener unos mínimos de dignidad solidaria con el Estado atacado.
Ucrania, que ya sabe
que nadie va a mover un dedo por defender sus intereses e integridad en estas
circunstancias, trata de ganar tiempo, arrancar una negociación en condiciones
de igualdad con Rusia y evitar una confrontación total con las milicias prorrusas,
un escenario no deseable y que podría llevar a la derrota de las maltrechas
fuerzas ucranianas. El problema reside en que Putin sabe de la debilidad de sus
antiguos aliados ucranianos y de la característica inacción de los europeos
para defender sus principios por la fuerza. Ahí, precisamente, radica la fuerza
de Putin.
PERSPECTIVAS
NADA HALAGÜEÑAS PARA UCRANIA
Dadas estas
condiciones, y la constatada fortaleza de Rusia y sus milicias en este
escenario, las perspectivas no son nada halagüeñas para Ucrania. Lo más
previsible es que se repita el guión de Crimea, que las milicias prorrusas se
atrincheren en torno a la ciudad-república de Donetsk y conformen un
"Estado" llamado a unirse con madre patria, es decir, Rusia. Una vez
controlada la frontera ruso-ucraniana por estas fuerzas, algo que parece ya
factible según las últimas informaciones, el objetivo de segregar a una buena
parte del territorio ucraniano poblado por la minoría rusa -unos diez millones
de personas- parece un escenario cercano.
Luego, siguiendo el
guión previamente "diseñado" por Putin, vendrá el reconocimiento de
dicha entidad por Moscú, la Ucrania que conocemos actualmente desaparecerá del
mapa y, seguramente, asistiremos a una nueva suerte de guerra fría entre Rusia
y Occidente. La UE no ha sido capaz de actuar frente a Rusia con una voz
propia, ya que su liderazgo ante todo lo que estaba ocurriendo de una forma
rápida y precipitada estaba en manos de Alemania, y porque estuvo más atenta a
los torpes movimientos diplomáticos de Washington que a intentar articular una
acción diplomática rotunda y contundente que mostrara a Putin su fortaleza.
Esta crisis volvió a mostrar a las claras que la UE solo existe sobre el papel,
que sus miembros son incapaces de ponerse de acuerdo sobre principios mínimos,
como hubiera sido la defensa de la integridad territorial de Ucrania, y que
frente a este estado de cosas no es capaz de expresar una posición común.
Tan solo los antiguos
Estados que estuvieron bajo la bota comunista, como los países bálticos, Hungría,
Polonia, la República Checa y Eslovaquia, mostraron su preocupación ante la
gravedad de los hechos que estaban ocurriendo en territorio ucraniano. Hubo una
clara fractura entre aquellos países que nunca fueron ocupados por los rusos,
como Francia, el Reino Unido e Italia, y aquellos que sí padecieron al extinto
poder soviético. Luego hubo otros países, como España, Grecia, Portugal y
Chipre, que no han tenido ningún papel en esta crisis y que quizá prefirieron
mirar para otro lado en aras de salvar sus pingues negocios y buenas relaciones
con los rusos.
Estamos a las puertas
de una guerra larga, cruenta, compleja y que no va tener una resolución en el
corto plazo. Rusia, por ahora, lleva la iniciativa, ha recuperado para sus
sueños imperiales a Crimea, tratará de establecer un corredor territorial entre
las zonas controladas por las milicias prorrusas y los nuevos territorios
anexionados por Moscú y, finalmente, hará valer su papel de gran potencia
regional como en los tiempos de la difunta Unión Soviética.
Ucrania no está en
guerra, sino que ha perdido ya la guerra. Abandonada por los occidentales, que
carecen de liderazgo en un momento crítico y que no están dispuestos a ir más
allá de las sanciones económicas contra Rusia, Kiev tendrá que buscar una
salida negociada con Moscú y aceptar las realidades sobre el terreno, es decir,
la pérdida de Crimea y también de algunos territorios en el Este del país.
Ucrania está pagando más de veinte años de nula definición política y
estratégica, de no haber examinado con más nitidez sus objetivos en política
exterior y de no haber concluido el controvertido camino para su integración en
la OTAN y la UE, tal como hicieron sus vecinos rumanos, polacos y húngaros.
Ahora ya es demasiado
tarde para llorar por lo que no se ha hecho, pero estos episodios que vivimos
hoy, frutos de ese cóctel explosivo conformado por la falta de liderazgo
occidental y la audacia de Putin, quizá puedan de servir en el futuro para todo
el mundo postsoviético, desde Moldavia hasta el Asia Central, para reorientar
sus políticas exteriores y materias como la seguridad y la defensa. A Ucrania
ya solo le queda esperar alguna concesión de Moscú y el agrio sabor de la
derrota, pero a nosotros, a los europeos, nos quedara el regusto amargo, parafraseando
a Winston Churchill, de haber cosechado el deshonor por no haber defendido con
más vehemencia unos principios -la integridad territorial de todos los Estados
del continente- y también la guerra. Triste balance para una Europa que hubiera
merecido otro destino bien distinto al que padecemos hoy.
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