Por Mauricio Ortín
El estupor que ha causado en el mundo la muerte del
fiscal Alberto Nisman no es un reflejo de las necias opiniones de voceros
kirchneristas como Víctor Hugo Morales (“Al
verse acorralado por sus propias mentiras decidió acabar con su vida”) o
como la diputada nacional Susana Canela (“Nisman
se suicidó porque no iba a poder soportar el interrogatorio a que se lo
sometería en el Congreso...”) y, y El estupor, que nos asalta desarmados,
sobreviene porque nadie cree en un suicidio y porque el sospechoso número uno,
si se hubiera tratado de un crimen, es
el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Nisman denunció que el
memorándum con Irán fue un arreglo entre
Cristina y Timerman para cambiar impunidad (en la Amia) por petróleo.
Algo que el periodista Pepe Eliaschev había hecho público en 2011 y que, tanto las declaraciones de los
cancilleres kirchneristas Taiana y Bielsa
avalaban los dichos de Nisman acerca de que Irán ante ellos había
intentado un pacto de esa naturaleza. Es que resultaba a todas luces absurdo
firmar un pacto con el acusado del asesinato de 85 argentinos para que éste nos
ayude a encontrar la verdad. Se imponía la existencia de otro ingrediente y Nisman lo
hizo público y se aprestaba a
mostrar las pruebas en el Congreso de la Nación.
Desesperación
La desesperación que produjo en el kirchnerismo la
denuncia pero, más todavía, la presencia de Nisman en el Congreso, resultó
indisimulable. Primero, exigieron que la declaración fuera pública y filmada.
Ello a los efectos de que el fiscal no pudiera dar los nombres de las personas
del servicio de inteligencia porque incurriría en un delito. Luego, los
diputados K amenazaron con vapulearlo con preguntas acerca de los fondos que
maneja y sus relaciones con el exjefe de la SIDE. También, “con los botines de punta” salieron Horacio Verbitsky, Eugenio
Zaffaroni, Agustín Rossi, Aníbal Fernández y el resto de la claque. Era obvio
que Nisman había acertado con un corto al hígado y que, en la reunión del
lunes, podía madurar el nocaut. De allí, el estupor. Porque es imposible no
relacionar su muerte con la promesa de acercar a los diputados de la oposición
las pruebas de su denuncia contra Cristina.
La reacción
de del oficialismo
El oficialismo, sobre la marcha y con el cuerpo
todavía caliente del fiscal, ha cambiado el discurso. Ha dejado de lado las
explicaciones para imbéciles ofrecidas
por de Canela y Morales y ensaya la idea de un suicidio inducido o crimen a
secas sembrando sospechas sobre agentes de inteligencia del Estado remanentes
de la dictadura que, supuestamente, habrían tenido sometido al fiscal. El encargado de
anunciarlas fue Julián Domínguez, el presidente de la Cámara baja de la Nación.
Increíblemente este sujeto, en un alarde de cinismo, apuntó a los servicios que
manejan a los jueces y fiscales (para los desprevenidos, no se refería a Oyarbide, ni a Gils Carbó o Canicaba
Corral.) Eso sí, ni una palabra de la denuncia de Nisman.
La carta de
Cristina Fernández de Kirchner
Párrafo aparte merece la carta de Cristina sobre el
hecho. Un escrito en el que, luego de repasar largamente sus grandes logros y
referirse a anécdotas extemporáneas sobre el
brigadier Antonietti, en lugar de ofrecer respuestas abre interrogantes
infantiles sobre los hechos en los que se victimiza y pone en duda la
honorabilidad del muerto. Pretende, por ejemplo, insidiosamente, a partir de
las tapas de Clarín sobre la manifestación de Charlie Hebdo y la denuncia
contra ella, relacionar la muerte de Nisman con Magneto. Un disparate que, de
tomarse en serio, implicaría que todos los diarios del mundo son cómplices de
lo sucedido al fiscal. Otras de sus preguntas-acusaciones fue:
“¿Quién fue el que ordenó volver al país al fiscal Nisman el día 12 de Enero, dejando
inclusive a su pequeña hija sola en el aeropuerto de Barajas...?” Al respecto de ésta última pregunta, la presidente
debería contestar: ¿Cómo supo que Nisman
recibía órdenes? Y, también, ¿Cómo supo
que dejó a su hija sola en el aeropuerto de Barajas?
Como lo demuestra la carta de Cristina, la prudencia
que exige el oficialismo (el principal sospechoso) para opinar sobre la muerte
del fiscal y su denuncia, vale para todos menos para Cristina y sus adláteres.
En fin, yo le creo al “imprudente”
fiscal que entregó su vida por lo que todavía queda de la República Argentina.
¡Honor y gloria a Alberto Nisman!
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