Una sufriendo los
últimos días en el ejercicio del poder, otra reasumiendo el mando obtenido por
escaso porcentaje de sufragios, ambas
cascoteadas en su imagen por la corrupción que les escupe los rostros.
Cristina y Dilma tienen sus puntos en común y sus sutiles -aunque importantes-
diferencias.
Cristina
con la invalorable ayuda de sus disciplinados legisladores propios, de los que
truecan la cárcel por el voto y de las torpes
decisiones de la Procuradora General de la Nación, intenta blindarse
confiando en jueces y fiscales que puedan bloquear las múltiples y graves
imputaciones de corrupción. Tiene en su
contra el hecho de que la Justicia ha dado sus primeros pasos y parece que aprendió
a caminar sin andador[1].
Dilma,
que no tiene dominio absoluto ni del Congreso ni de la Procuración General, se
encuentra en una situación diferente. Sólo
le queda dar una vuelta de timón y demostrar, en los años que le restan en el
Planalto, que está dispuesta a combatir la corrupción y aceptar, sin
interferir, la labor de la justicia. Tarea harto difícil para quien, pese a
su increíble e inocente juramento de ignorar la corrupción, se encuentra -como
mínimo- sumergida en las generalizadas sospechas de encubrimiento.
Otra similitud es que
gran parte de la corrupción surge del gracioso otorgamiento de la Obra Pública
a las empresas “amigas” sin necesidad
de cualquier trámite que demore u otorgue transparencia a la decisión, sea ésta
nacional, provincial o municipal. Báez,
López o Camargo Correa son apellidos que cargan en cada región con las
sospechas de corruptos favoritismos, y pruebas cuasi fehacientes les otorgan el
carácter de “socios” del gobierno.
Las diferencias más
extremas se notan en las iniciales e inmediatas consecuencias de las
investigaciones. Mientras que los amigos
de Cristina siguen gozando -por ahora- las mieles del éxito y la impunidad,
varios de sus colegas brasileños ya conocen cómo es el mundo visto a través de
las rejas de una prisión federal y muchos más están armando sus defensas ante
las inminentes imputaciones.
En estos días la Empresa Camargo Correa negocia con el
Ministerio Público brasilero la posibilidad de cerrar un acuerdo de “leniência” o “Delação premiada”[2]
que consiste en “contar” lo que sepan
sobre un crimen a cambio de la reducción de la pena. Es que a la fecha y desde mediados de Noviembre once altos ejecutivos
de grandes empresas se encuentran detenidos en la Prisión Federal de Curitiba.
La exigencia
inexcusable es la previa declaración de culpabilidad, en segundo lugar se
procede a informar sobre las formas en que se llevaron a cabo las maniobras
dolosas e identificar a los participantes. Obviamente que luego de analizar la
situación, son muchos los que se aprestan a denunciar a colegas, funcionarios,
lobbistas, etc. y detallar la metodología aplicada. (É preciso trair para não
ser traído)[3]
Resulta significativo
el hecho de que haya dieciséis empresas -y sus altos ejecutivos- implicadas en
el “Petrolão” y ante la posibilidad
de una corrida hacia su despacho, el Procurador Dos Santos Lima afirmó
recientemente que “Sólo las que fueran
más rápidas serán beneficiadas”, “las
que decidieran colaborar al último no tendrán más novedades que contar”
concluye con un dejo de ironía.
Y
hay algo que, finalmente, también hermana a Dilma con Cristina y es el hecho de
que uno de los investigados por la Justicia brasilera es nada menos que
Cristóbal López.
Juan
Manuel Otero
[1] La presente nota fue escrita
antes de las denuncias del Fiscal Nisman.
[2]
Artigo 14 (Código Penal Brasileiro): “El
imputado o acusado que colaborara voluntariamente con la investigación policial
y el proceso criminal en la identificación de los demás co-autores o partícipes
del crimen, en caso de ser condenado tendrá su pena reducida de uno a dos
tercios”.
[3] “Es preciso traicionar para no ser
traicionado”.
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