Por: Ricardo Angoso
El autor es
periodista español
Algo estamos haciendo
mal en Europa. En nombre de los valores
y libertades del hombre, que están inspirados en esos principios eternos de
Libertad, Igualdad y Fraternidad, se ha permitido que una bestia irracional,
criminal e incluso salvaje se haya instalado en el corazón del continente.
Demasiada tolerancia hacia los bárbaros y demasiado tarde para comprender el
problema. Y es que, como decía el general Douglas MacArthur, "la Historia de los fracasos de la
guerra se puede resumir en dos palabras: Demasiado tarde. Demasiado tarde para
comprender el letal peligro. Demasiado tarde para colocar todos los recursos
disponibles para enfrentar ese peligro. Demasiado tarde para ponernos al lado
de nuestros amigos."
Hace tiempo que
debíamos de haber comprendido que la
bestia que hoy se manifestó en París, de una forma brutal e inhumana,
asesinando a doce inocentes, se estaba incubando en el interior de nuestras
ciudades. Unas políticas migratorias absolutamente erráticas y sin ningún
control abrieron las puertas del continente a gentes sin escrúpulos, bárbaros
sin principios y claramente contrarios a nuestro sistema de valores. Llegaron
muchos con buenas intenciones, pero también llegaron seres mezquinos y enemigos
de la democracia. En las mezquitas de
Europa, como ocurría especialmente en Londres, París, Madrid y Roma, algunos
imanes llamaban a la guerra santa impunemente y reclutaban a hombres y mujeres
para la yihad, es decir, para hoy ejecutar estos crímenes que estamos
viendo en las pantallas de nuestros televisores. Era una obligación sagrada
para ellos, una simple bestialidad para nosotros.
Nada
de lo que está ocurriendo es ajeno a nuestra desidia y falta de interés por
combatir la intolerancia y la brutalidad de unos grupos
que actuaban con absoluta impunidad. Ya en la guerra de Bosnia y Herzegovina
(1992-1995) contemplamos horrorizados cómo se reclutaba a yihadistas para
combatir a los serbios y los croatas, ambos pueblos cristianos, y para expandir
el Islam en el corazón de los Balcanes.
Los mismos grupos, la
misma barbarie que llevó a un grupo de jóvenes musulmanes parisinos a asesinar
a un joven judío, Ilam Halimi, tras
torturarlo durante días ante el silencio cómplice de una sociedad que tenía que
haber reaccionado de una forma más rotunda y contundente. No lo hizo, y
ahora estamos pagando las consecuencias. Habrá un Islam de paz y concordia,
pero no es el que se está difundiendo hoy en día en las mezquitas y centros
musulmanes de Europa.
ES
HORA DE HACER ALGO, DE ACTUAR Y DECIR LA VERDAD
Hace falta un mayor
control policial de estas mezquitas, crear mecanismos de expulsión rápida de
los que propagan estas ideas que hacen apología del terrorismo en su forma más
inhumana y también, por supuesto, prohibir cualquier forma de propaganda
radical islámica y poner a buen recaudo, quiero decir en la cárcel, a los más
activos miembros de estas hordas de fanáticos. Es hora de actuar, de luchar, de
decir la verdad y hacer algo.
Si seguimos así,
presas de esta pusilanimidad y de no decir a las cosas por su nombre, nos
volverán a atacar y la civilización
occidental, basada en el respeto al diferente y la pluralidad social y política
dentro de las reglas de juego democrático, acabará sucumbiendo y se
derrumbará para siempre dejando libre el camino al totalitarismo y el
despotismo. La defensa del Estado de Derecho, ese logro de la civilización en
donde la Ley prima sobre la fuerza bruta, es absolutamente compatible con la
pluralidad religiosa, pero siempre desde el respeto al otro y a las ideas
nuestros vecinos.
NO
ES UN FENÓMENO NUEVO NI AJENO A OCCIDENTE
Lo que ha ocurrido en
París no es nada nuevo. Estos vengadores de Alá llevan conviviendo codo a codo
con nosotros en nuestras escuelas, centros de trabajo y también en las calles;
son las mismas alimañas que mataron al
holandés Theo Van Gogh, simplemente porque les desafió con sus ideas y
películas, y los mismos descerebrados que ya atacaron al periódico danés Jyllands-Posten. No aceptan nuestras
libertades ni nuestro modo de vida; luchan por destruir ambas cosas y quizá,
fruto de nuestra infinita cobardía, lo acaben consiguiendo.
Las doce víctimas de
París son unas más a unir a la larga lista de horrores. La intolerancia del Islam más radical hacia el no creyente se extiende
por el mundo y la geografía del mal es muy amplia. En Argelia ya el Frente
Islámico de Salvación (FIS) ha asesinado centenares de extranjeros que
trabajaban allí, ha asesinado a sacerdotes y ha degollado a inocentes por el
simple hecho de no ser musulmanes. Lo mismo podemos ver en otras latitudes, donde los cristianos son perseguidos, tal como
ocurre en Egipto, Nigeria, Somalia, Siria e Irak. Estas semillas del odio y del
terror se están expandiendo por todo el mundo.
Hasta Estados Unidos
han llegado con ese rencor intenso de la mano de esos refugiados chechenos que
perpetraron en su día la matanza de Boston durante un acontecimiento deportivo.
¿Cómo fue posible que un joven casi adolescente, Djokhar Tsarnaev, fuera capaz
de participar de un acto deplorable y deleznable? Muy fácil: las redes sociales están llenas de esta
propaganda criminal y en muchos centros religiosos se infunde este discurso
demencial e intolerante que apela a la lucha armada y a la eliminación
física del que no comulgue con sus ideas. La misma madre del terrorista, un ser
lleno de ira, locura, odio y resentimiento hacia todo lo que fuera algo
distinto de su versión dogmática y fundamentalista del Islam, era presa de esas
ideas si es que se le pueden dar ese nombre a semejantes aberraciones. Por no
hablar de los iluminados del Estado Islámico, ISIS, esos "humanistas" que han decapitado en los últimos meses a
todos aquellos no musulmanes que se encuentran en su camino hacia Bagdad, entre
los que destacan periodistas occidentales, kurdos, cristianos iraquíes, mujeres
liberales e incluso niños.
Desde la condena más
rotunda de este atentado, que vuelve a poner encima la necesidad de vertebrar y
articular mecanismos que permitan defender desde la Ley a nuestros sistemas
democráticos frente a estas nuevas "maldiciones",
hay que reconsiderar muy seriamente los peligros que bajo el paraguas
democrático se guarnecen y desde la legalidad trabajan para subvertir nuestro
orden político. Hace setenta años terminó la Segunda Guerra Mundial, en la que
el mundo quedo aterrado al descubrir el Holocausto y el exterminio de millones
de seres humanos -judíos, homosexuales, gitanos, rusos y un sinfín de
nacionalidades y condiciones- a manos de los nazis. Sirva el recuerdo de las víctimas de hoy para poner sobre la mesa que
las amenazas contra nuestras democracias siguen intactas y que debemos estar
alerta. ¿Estaremos a tiempo?
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