Estimados
Amigos:
Un
corresponsal amigo nos ha hecho llegar este breve “ensayo sobre la Guerra Fría” que se recomienda leer hasta
el final. Si bien la Guerra Fría parece lejana a la República
Argentina y gracias a Hollywood la vemos desarrollarse entre espías en Europa,
especialmente en Berlín donde se edificó el “muro” que dividió y sangró a la Alemania vencida en la Segunda Guerra
Mundial, debemos comprender que en nuestra región se desarrollaron las acciones
más sangrientas y osada de la Guerra
Revolucionaria, que fue una de las
estrategias de la Guerra Fría.
También
se sufrieron sus efectos y fueron muy violentos en África, pero en ese continente
se aún estaban librando las guerras descolonizadoras, que en nuestro continente
ocurrieran en el siglo XIX, y sirvieron de excusa a los cubanos y soviéticos.
La
ex U.R.S.S. pretendía infiltrase en América Latina en lo que se denominaba el “patio trasero de América” -Latinoamérica-,
para lo cual se valían de la Revolución Cubana y su dictador Fidel Castro. Y
como recientemente demostrara Juan Bautista ‘Tata’ Yofe en su último libro “FUE
CUBA”, Checoslovaquia también jugó fuerte en esa infiltración a través
de Cuba.
Esa
acción de infiltración la desarrollan a partir de la finalización de la Segunda
Guerra Mundial.
Dada
la gran paridad de fuerzas entre la URSS y las potencias de Occidente no se podían
enfrentar directamente en un conflicto armado, ello hubiera significado una escalada
en el empleo de la violencia y podría haber finalizado en una Guerra Nuclear…
que todos querían evitar. Por eso eligen el camino de utilizar otras regiones del
mundo en “conflictos de baja intensidad”, los cuales se desarrollan en América Latina,
Asia y África.
Hoy la nueva
justicia argentina manifiesta que el conflicto de los años ’70 en nuestro
país “no fue una guerra”, en franca
oposición a lo demostrado en este ensayo, a las manifestaciones de los propios
contendientes, pero especialmente en oposición a lo admitido por la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital
Federal que juzgó a las Juntas Militares que gobernaron el país entre el 24 de
marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983.
Es oportuna la
comprensión de que la Guerra Fría tuvo influencia global y lo ocurrido en el
continente no fue un hecho aislado, sino el fruto de una estrategía fríamente
calculada por el comunismo internacional. Esta aclaración es muy válida para
las jóvenes generaciones, que no vivieron el conflicto y solo se informaron por
el relato oficialista y mediático.
Si la Patria está en peligro primero piensan en Dios y el soldado… cuando
el peligro pasa, Dios es olvidado y el Soldado juzgado. En estos días la Iglesia a través de Monseñor Casaretto y el foro por la
reconciliación en la UCA ha dado una clara señal para un futuro mejor.
Sinceramente,
Pacificación Nacional Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para Siempre
POLÍTICA Y
ESTRATEGIA
Por Basil
Zimmermann
En noviembre de
1989, después de intensas tensiones producidas en el seno del Bloque Soviético
cayó el Muro de Berlín, que los alemanes orientales, apuntalados por las tropas
rusas habían erigido en 1961. Pocos podían comprender qué había pasado; pero lo
cierto fue que después de la “glasnost”
y la “perestroika” impulsadas por
Mijail Gorbachov, igual suerte correría la no menos oprobiosa “Cortina de Hierro” y en 1991, tras un
frustrado golpe de estado que virtualmente llevó al poder a Boris Yeltsin, se
desvaneció sin pena ni gloria la Unión Soviética, para dar lugar a una Rusia
debilitada y empobrecida. Al cabo de una década de esos acontecimientos, el
autor del presente trabajo nos ofrece un ensayo sobre la llamada GUERRA FRIA,
período histórico del Siglo XX que caracterizara el enfrentamiento entre
Oriente y Occidente y que afectara en forma general a nuestro Continente y,
particularmente, a nuestro país.
LA DIRECCIÓN
GUERRA FRÍA. ¿Cuántas veces se
han oído y leído
estos términos en los últimos 50 años? Muchos son los que
creen aún que esta expresión, que se caracterizara por una “guerra sin fuego, sin calor” es de este siglo. Será tal vez porque
no han leído al lejano Infante Don Juan Manual (1282 – 1345?), distinguido
diplomático, escritor e historiador español, sobrino de Alfonso X, “El Sabio”, quien calificara de esa
manera a la permanente hostilidad existente entre cristianos y musulmanes a
través de la Guerra de los Ocho Siglos , salpicada con inevitables treguas de
decenios en oportunidades, al decir que había una “guerra muy fuerte y muy caliente que acaba con la paz, y una guerra
fría, que no trae la paz”.
Más hacia nuestros
días, la expresión Guerra Fría resurgió en un debate celebrado en el Congreso
de Estados Unidos el 12 de marzo de 1947, donde se discutía la doctrina
expuesta por el presidente Harry S. Truman (1894-1972) en la cual se prometía
ayudar a los “pueblos libres que resistan
a las tentativas de dominación por las minorías armadas o por personas del
exterior”. Casi inmediatamente el conocido periodista norteamericano Walter
Lippman utilizó esa expresión en su obra “The Cold War” y desde entonces
Guerra Fría pasó a ser sinónimo de la situación creada después de la II° Guerra
Mundial por el enfrentamiento político, económico y militar existente entre los
dos grandes bloques de naciones en que se polarizó el mundo: el Bloque
Occidental, capitalista o democrático, y el Bloque Oriental, socialista o
antiimperialista, según las definiciones adoptadas por uno u otro bando.
En realidad, la
Guerra Fría nació casi el mismo día (8 de mayo de 1945) en que Alemania
depusiera las armas, poniendo fin, de esa manera, a la II° Guerra Mundial en
Europa.
Rápidamente los
estrategas y sus respectivos estados mayores se dieron cuenta que esa paz sólo
había asegurado una cosa: la desaparición de la Alemania Nazi como amenaza
común pero, como en la Guerra de los Ocho Siglos, no constituía una paz
verdadera ni duradera, sino el comienzo de un nuevo conflicto, sólo atemperado
por los enormes esfuerzos que tenían que realizar los pueblos emergentes de
aquella terrible hecatombe mundial, en la cual sólo la Unión Soviética había
experimentado 30 millones de muertos en los campos de batalla, en los escombros
de las ciudades destruidas y en las implacables persecuciones políticas.
ACCIÓN Y REACCIÓN
Sin embargo, no
existen muchas dudas de que en realidad el cauteloso enfrentamiento entre
Oriente y Occidente se debió, en sus comienzos, al hecho de la disuasión
nuclear que entonces ostentaba Estados Unidos, lo que hacía impensable a los
dirigentes soviéticos volver a exigir un nuevo sacrificio a su pueblo, que aún
sangraba por aquellas decenas de millones de heridas. Verdad es, también, que
en Occidente un nuevo enfrentamiento bélico directo no ejercía el más mínimo
atractivo y se pensaba que la superioridad nuclear que tenía Estados Unidos era
suficiente para desalentar a cualesquier intentos de aventura militar por parte
del Bloque Oriental.
Empero, es éste
último comenzaron a adoptarse e instrumentarse medidas destinadas tanto a
lograr la paridad nuclear como a flanquear las defensas occidentales, creando
escenarios y amenazas indirectas destinadas a lograr derribar, uno tras otro y
sin empeñar a sus propias fuerzas armadas, a los países periféricos del sistema
defensivo occidental. Para ello se reflotaron antiguas ideas políticas y
estratégicas marxistas-leninistas como la “Coexistencia
Pacífica” y la “Guerra Revolucionaria”,
recordando atentamente el consejo/orden que impartiera Stalin a los elementos
soviéticos que intervenían en la guerra civil española de 1936-39:”Podalshe ot artiller-eiskovo ognia” (mantenerse
fuera del alcance del fuego de la artillería).
De esa manera, la
primera estrategia decía buscar la conservación de la paz internacional y
preparaba al pueblo soviético para realizar un fenomenal esfuerzo técnico e
industrial para equiparar y superar a la “decadente
sociedad capitalista”. Así, la Coexistencia Pacífica se transformó en
realidad en un medio para asegurar la “conquista
sin guerra”, lo que le permitía al líder soviético Nikita Jruschov sostener
que “...nuestra convicción firme es que
tarde o temprano el capitalismo cederá frente al socialismo. Nadie puede
detener el progreso humano, del mismo modo que nadie puede impedir que el día
siga a la noche”, pero también reconocía que “...esto no quiere decir que [el capitalismo] esté agonizante; hay que
trabajar mucho aún para llevarlo a ese estado”, insistiendo numerosas veces
en que “...no tenemos ninguna intensión
de inmiscuirnos en sus asuntos [de los capitalistas]; no pensamos declararles
la guerra para imponer nuestro sistema en países extranjeros. No es necesario
hacerlo. Los trabajadores, los campesinos y la intelectualidad trabajadora de
los países capitalistas lo harán por sí mismos, cuando vean que el pueblo de
nuestra nación, que era más pobre que ellos, han comenzado a gozar de una vida
próspera...” claro que para ello
esos pueblos debían ser “alentados y apoyados”.
Y en esta última
cita mencionada, radica el porqué del desarrollo de la segunda estrategia: la “Guerra
Revolucionaria”, el curso de acción que postulara varias décadas antes
Mijail Frunze, el fundador de la Academia Militar de Moscú, a la cual se le
asignó su nombre, cuando éste anunciara que: “Es imprescindiblemente necesario comprender y admitir públicamente que
la existencia común y paralela de nuestro estado proletario con los estados del
mundo burgués capitalista por un período prolongado no es posible... la guerra
que combatiremos no será ninguna guerra nacional, sino una guerra
revolucionaria de clases”.
Guerra atípica y
acomodaticia en la cual la Unión Soviética no arriesgaba ni un solo hombre y
podía ganar un imperio por interpósitas personas. Una guerra que empezó pronto
en Grecia (1946) y que sólo pudo ser controlada gracias a la enérgica reacción
de las fuerzas militares griegas apoyadas con armas, equipos y tropas
británicas y la ayuda norteamericana. Una guerra que comenzó a florecer y
crecer como hongos después de una lluvia en la mayoría de las regiones y países
periféricos del mundo occidental, especialmente en aquellos lugares
pertenecientes al antiguo mundo colonial, cuyos pueblos habían manifestado sus
intenciones y reclamos para acceder a la vida independiente.
SIEMPRE HEMOS CONSIDERADO...
“NO SOMOS PACIFISTAS... SIEMPRE HEMOS CONSIDERADO ABSURDO QUE EL
PROLETARIADO REVOLUCIONARIO RENUNCIE A LAS GUERRAS REVOLUCIONARIAS QUE PUEDEN
RESULTAR NECESARIAS A LOS INTERESES DEL SOCIALISMO”
(LENIN, “OBRAS SELECTAS”, VOLUMEN VI, PÁG 16 – NUEVA
YORK)
|
La reacción fue
rápida y consciente de la importancia de la amenaza detectada. Rápidamente la
política occidental fue creando e instrumentando alianzas y acuerdos defensivos
entre países y regiones para oponerse a la guerra revolucionaria soviética. Así
se creó en 11947el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) a
través del Pacto de Río (en realidad de Petrópolis), que comprometía a todos
los países del Continente a rechazar cualquier tipo de agresión militar
extracontinental; el Pacto de Bruselas, que en 1949 diera origen a la NATO (u
OTAN), Organización del Tratado del Atlántico Norte, firmado entre Estados
Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Dinamarca,
Islandia, Noruega y Portugal, al cual se incorporarían luego Grecia y Turquía
en 1952, Alemania Occidental en 1955 y España en 1981; el Pacto ANZUS, firmado
en 1951 entre Australia y Nueva Zelanda; el Pacto de Angora, o Balcánico,
firmado en 1953 entre Yugoslavia, Grecia y Turquía; el Pacto de Manila, o del
SEATO (OTASE), Organización del Tratado Asiático del Sudeste, firmado en 1954
que comprometía a Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Australia, Nueva
Zelanda, Filipinas, Tailandia y Pakistán; el Pacto de Bagdad (u OTOM o CENTO)
de 1955, Organización del Tratado del Oriente Medio, que enlazaba a Turquía,
Irak, Gran Bretaña y Pakistán. Además de una serie de pactos bilaterales
firmados entre Estados Unidos y países como Taiwan, Japón, Irán, Corea del Sur,
etc. Es decir, una serie de alianzas periféricas instituidas alrededor del
Bloque Soviético, algunas de las cuales fueron descalabradas rápidamente por la
Guerra Revolucionaria comunista que, disfrazada con un manto de ayuda
anticolonialista destruyó virtualmente a la OTOM, descalabró a la OTASE al
conmoverla con insurrecciones en Filipinas, Indochina, Malasia, Corea, e
Indonesia y desmembró al Pacto Balcánico; mientras la URSS consolidaba su
posición geoestratégica al establecer en 1955 el Pacto de Varsovia, unión
militar que bajo un mando centralizado soviético coordinaba la instrucción,
equipamiento y personal de las fuerzas armadas de Alemania Oriental, Polonia,
Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania y Albania; mientras en 1950
establecía un pacto bilateral con la China de Mao Tse Tung y le suministraba
equipos y armas a Corea del Norte para que ésta empleara en su guerra contra su
hermana del Sur.
Casi
simultáneamente la Guerra Revolucionaria
sería desatada en el continente africano, apoyando a todo movimiento
anticolonial existente en el mismo, lo que finalmente significaría y causaría
el retiro militar y político de Francia, Bélgica, Portugal, Gran Bretaña y
España, tras sangrientas y convulsivas luchas o “Guerras de Liberación”.
En este sentido,
los estrategas soviéticos no hacían más que poner en práctica los principios
básicos dictados por Lenín, según los cuales “...el imperialismo corresponde a la etapa del desarrollo del
capitalismo en que los monopolios y el capital financiero han asentado ya su
dominio”. El “indiscutible” Lenín
preveía entonces que la desintegración del sistema colonial habría de privar a
Occidente las materias primas y los mercados que dicho sistema requería para su
subsistencia y desarrollo sustentable, percibiendo que los pueblos coloniales
que luchaban por su independencia serían sus aliados más valiosos. Fue
basándose en esos principios "inefables"
de Lenín, que su sucesor, José Stalin, aseguraba en su obra “Marxismo y la Cuestión Nacional” que: “así como Europa y América [del Norte]
pueden ser denominadas el frente; es decir, el escenario de las batallas
principales entre el Socialismo y el Imperialismo, las naciones no soberanas y
las colonias, con sus materias primas, combustibles, alimentos y vastas reservas
de material humano, habrían de considerarse como la retaguardia, la reserva del
imperialismo. Para ganar una guerra, no sólo hay que triunfar en el frente,
sino también que hostilizar la retaguardia del enemigo, sus reservas.”
Para comprender mejor
los alcances de esta cita debe recordarse que la doctrina militar soviética de
la época marcaba un particular énfasis en los llamados “factores fundamentales que operan permanentemente y determinan la
suerte de las guerras”. Factores que aquella doctrina enumeraba de la
siguiente manera:
- La estabilidad de la retaguardia
- La moral del ejército
- La cantidad y calidad de las divisiones (tropas)
- El armamento
- La habilidad y competencia del Comando.
Si bien se
reconocía la existencia de otros “factores
transitorios o temporales” que podían llegar a ser muy significativos en
alguna etapa de la guerra, siendo tal vez el más importante el Factor Sorpresa,
pero el factor “Estabilidad de la
Retaguardia” encabezaba la lista de los factores permanentes, que habían
sido instituidos nada menos que por el propio Lenin. Debe destacarse en este
sentido que según el conspicuo periódico “Krasnaia
Zvezda” (Estrella Roja) del 6 de marzo de 1957, el concepto soviético de “Estabilidad de la Retaguardia” comprendía
no sólo la zona de comunicaciones, las funciones de la logística, la
instrucción de las reservas y los reemplazos, etc., sino que también abarcaba a
toda la sociedad del país y el país mismo; de manera tal que al conmover,
atacar o subvertir la retaguardia enemiga, se trataba de desorganizar al mismo
país adversario.
De ese modo fue
concebida y desarrollada la maniobra estratégica de la Guerra Fría con vistas
al rompimiento del cerco trabajosamente planificado por Occidente, atacando entre otras regiones a nuestra
América Latina, mediante una serie de prácticas como, por ejemplo, la
evidenciada en los órganos de prensa de los partidos comunistas continentales,
cuando en 1950 comenzaron su prédica subversiva “descubriendo” que ellos eran
“... los herederos y continuadores
de las mejores tradiciones democráticas revolucionarias y patrióticas de los
hombres de Mayo y de las guerras de la Independencia...” asegurando que “...recogen la herencia del Libertador los que, como los comunistas,
hoy, al igual que los hombres de Mayo ayer, se inspiran en el ideal más
avanzado de nuestro tiempo: el marxismo-leninismo...” insistiendo más adelante que “...las ideas y acciones de San Martín
forman parte de lo que se ha dado en llamar el acervo histórico de nuestra
patria...” y que ellos, los comunistas, habían “recogido la herencia protagonista sanmartiniana”.
Mientras tanto
Moscú abría las puertas de sus universidades e institutos militares a la
formación ideológica y militar de los futuros cuadros subversivos que debían “liberar a los pueblos oprimidos”.
Fue pensando en
ello que el mariscal Rodion Malinovsky decía en el Congreso del Partido
Comunista soviético el día 3 de febrero de 1959:
“Es necesario... canalizar todas
aquellas fuerzas hacia la agitación, propaganda y progreso de las tesis
marxistas, los eventos revolucionarios y las campañas antirreligiosas...
profundizar y agudizar los problemas internos de cada país latinoamericano,
para provocar disociaciones, anarquía pública, debilitamiento cultural, pánico
psicológico, relajamiento moral, decepción y escepticismo en las instituciones
democráticas, con el objeto de desarmar el Estado y las masas anticomunistas
frente a su enemigo oculto... aumentar urgentemente los cuadros comunistas
latinoamericanos: juventud universitaria, obreros y campesinos vinculados con
las actividades castrenses para entrenarlos a través de cursos especiales en
las tácticas y estrategias marxistas-leninistas... Lo importante para los
comunistas es divorciar ahora mismo a las masas trabajadoras e intelectuales de
los sectores del orden y la legalidad, como ser las Fuerzas Armadas, la
Policía, la Iglesia, etc...”
Sin embargo, como
el proceso indicado resultaba un tanto lento, los estrategas moscovitas
comenzaron a pensar en otro camino más expeditivo basado en la insurrección
armada. De esa manera se habrían impulsado a los aventureros y seguidores de
Fidel Castro y Ernesto Guevara, quienes supieron ocultar hábilmente sus
simpatías hasta 1961, cuando el primero reconoció públicamente que eran marxistas-leninistas
y lo habían sido toda su vida, evento que marcaría un hito trascendental en el
proceso de la Guerra Fría, ya que
constituyó el punto de partida de un período de grandes acontecimientos, entre
los cuales figuró hasta la posibilidad de desatar la III° Guerra Mundial, que
se hubiera desarrollado en el marco de un devastador enfrentamiento nuclear.
OCULTAR HÁBILMENTE
“TENEMOS QUE POSTERGAR EL
MOMENTO EN EL QUE LOS PAÍSES CAPITALISTAS SE ENTEREN DE LO QUE REALMENTE
PASA... LA PRIMERA FASE [de la Revolución] NO PUEDE SER JAMÁS UNA REVOLUCIÓN
COMUNISTA; PERO DESDE SU COMIENZO LA DIRECCIÓN DEBE ESTAR EN MANOS DE UNA
VANGUARDIA COMUNISTA”.
(
LENIN, Tesis para el II. Congreso del Komintern de Julio-Agosto de1920)
|
En efecto, en su
afán por reforzar la posición de Cuba en su enfrentamiento con Estados Unidos,
Jruschov, que entonces dirigía la política soviética, comenzó a enviar armas y
misiles con capacidades para alcanzar el territorio norteamericano, hablándose incluso
de una capacidad nuclear. Detectada esa circunstancia por la exploración aérea
estratégica de Estados Unidos, el enfrentamiento fue inmediato y la exigencia
del gobierno de Wáshington no se hizo esperar: el retiro de dichos armamentos
de la isla o el riesgo de que los mismos fueran anulados por la fuerza. Como se
recordará, el espectro de la temida guerra nuclear se hizo presente en 1962. Se
entró luego en un breve período de regateo y finalmente los misiles soviéticos
fueron canjeados por los misiles norteamericanos instalados en territorio de
Turquía, y la guerra volvió a enfriarse. Aparentemente fue un empate, pero ese
terrible episodio sirvió para demostrar al mundo el papel secundario y
prescindible que jugaba Fidel Castro y Cuba en la estrategia global del Bloque
Soviético. Aunque Castro trató de tragarse la píldora y disimular, íntimamente
nunca perdonó a Jruschov el deslucido y subalterno rol que éste le hiciera
representar en aquel duro enfrentamiento entre Oriente y Occidente.
No obstante, Moscú concedió un evidente visto bueno a
Castro para que dirigiera las subversiones e intervenciones armadas cubanas en
África y América Latina, aprovechando los incontenibles impulsos “foquistas” del Che Guevara que, dicho
sea de paso, fracasarían estrepitosamente en el Congo y en Bolivia, hasta
causarle su propia muerte. En tal sentido, fue con el guiño de Moscú que Cuba
inició sus “campañas internacionalistas”,
que no eran otra cosa que el envío de fuerzas militares regulares a luchar en
Africa en apoyo de los movimientos insurreccionales de tendencias o simpatías
marxistas. Estas “intervenciones
internacionalistas” constituyen una realidad que ha sido muy escamoteada
por el periodismo internacional, por lo cual es muy poco conocida en el mundo,
a pesar del enorme despliegue militar que no pudo ser extraño a Moscú, que fue
quien en realidad apoyó, alentó y equipó en forma bastante mal disimulada.
Empero, fueron los
mismos cubanos, una vez finalizada la Guerra
Fría quienes dieron algunas precisiones sobre esas campañas. En efecto, en
1997 fue editado en Cuba un libro titulado “Secretos
de Generales” en el cual su autor –o mejor dicho su recopilador- hizo
públicas las opiniones y experiencias de 41 altos y condecorados oficiales de
las fuerzas armadas cubanas (1 general de Cuerpo de Ejército, 13 generales de
División, 26 de Brigada y 1 Vicealmirante), que literalmente causar estupor al
mundo . Así, rescatamos, entre otros, los siguientes conceptos vertidos por
algunos de esos distinguidos militares cubanos, la mayoría de los cuales fueron
instruidos y capacitados profesionalmente en las escuelas militares de la Unión
Soviética y de otros países del Pacto de Varsovia, revelando que sus “misiones
internacionalistas” tuvieron lugar en la década de los años 70 y 80, en
países como Etiopía, Angola, Congo, Guinea Bissau, Venezuela, Siria, Tanzania,
Mozambique, Granada, Nicaragua, Uruguay, Argentina, etc.
En esas verdaderas “confesiones” el general Orlando
Almaguel Vidal reconoce, en la página 243 del libro mencionado, que él dirigió
el repliegue de las fuerzas cubanas de Granada y el traslado de los refuerzos
cubanos hacia Angola (Operación XXXI Aniversario) la cual consistió “...en un plazo de 252 días se operaron 29
buques de carga transportando un volumen de 57.253 toneladas de medios materiales
y técnicos; 18.000 pasajeros de diferentes categorías en 140 vuelos...” destacando
que “...el buque Las Coloradas
transportaba un escuadrón de [aviones] MiG-23 con sus aseguramientos...”. Asimismo, comandó la “Operación Victoria”, o sea el regreso de las fuerzas cubanas de
Angola, en la cual se emplearon 34 buques de carga y 454 aviones,
transportándose en total 80.592 hombres, indicando que el último barco llegó a
Cuba el 14 de junio de 1991 (página 243). Señaló, asimismo que “prácticamente el 100 % de los uniformes,
del tejido, el calzado y los grados militares [insignias] procedían de la Unión
Soviética” (página 245).
El general Luis
Pérez Róspide, por su parte reconoce en la página 256 del libro, que “...en el año 1964 se firmó un convenio entre
la URSS y Cuba... que es el cimiento de la Industria Militar cubana...”. El
general de la Fuerza Aérea Rubén Martínez Puente, reconoce que en Angola los
pilotos cubanos realizaron de 800 a 1200 misiones de combate (página 271). El
general Lino Carreras Rodríguez, dice por su cuenta que desde 1984 estuvo 3
años y 7 meses luchando contra “los
bandidos”, es decir librando una lucha interna de contrainsurgencia que
oficialmente el régimen de La Habana nunca había declarado. El general Néstor
López Cuba, reconoce en página 435/6 que en 1973 se desempeñó en Siria “al frente de un batallón de tanques, que
luego se incrementó a un regimiento”. El general Leopoldo Cintra Frías expresa en
página 556 que permaneció 9 años planificando y dirigiendo las fuerzas cubanas
rechazando a las tropas sudafricanas, mientras que en la página 558 reconoce: “la guerra de Angola nos fortaleció política
e ideológicamente... este período especial ha sido decisivo. Fueron 300.000
cubanos los que pasaron por esas tierras...” y más adelante sostiene que “avanzamos sobre la frontera de Sudáfrica
con más de 1000 tanques y 150 medios
aéreos. En total pasaron por Angola más de 300.000 combatientes, lo que quiere
decir que por lo menos hasta el año 2015 tendremos hombres en los batallones de
primera categoría de nuestras reservas con experiencia de combate...”
Con seguridad estas
constancias, por venir de quienes vienen, sorprenderá a algunos y tal vez en
algún momento se correrá el telón de silencio que inexplicablemente oculta aún
la magnitud de la Guerra Revolucionaria
que bajo el manto de las denominadas “Guerras
de Baja Intensidad” o “Intervenciones
Internacionalistas” caracterizaron el período de la Guerra Fría. Un tipo
singular de guerra que abarcó a todo el mundo e inclusive, como veremos a
continuación a nuestro propio país.
UNA DOCTRINA QUE NUNCA EXISTIÓ
Pero antes de
desarrollar el tema mencionado precedentemente, merita que realicemos un breve
análisis de la reacción adoptada por Estados Unidos frente a la amenaza
reconocida del desencadenamiento de la Guerra Revolucionaria por parte del
Bloque Soviético. Nos estamos refiriendo concretamente a la creación y
desarrollo del Sistema de la Defensa Continental y a la adopción, casi al final
de la Guerra Fría, de la llamada Doctrina de la Guerra de Baja Intensidad.
Con respecto al
Sistema de la Defensa Continental, debe reconocerse que el mismo nació virtualmente
a principios de la II° Guerra Mundial, en la Reunión de Ministros de Relaciones
Exteriores celebrada en Panamá en setiembre de 1939, cuando se declaró que las
naciones americanas reafirmaban “...la
solidaridad continental y deciden mantenerse alejadas del conflicto”, que
acababa de iniciarse. No obstante, las proyecciones inequívocas que estaban
adquiriendo las acciones bélicas en Europa y su entorno geográfico, hicieron
que en la II. Reunión de Consulta (La Habana 21-30 de julio de 1940), las
naciones americanas manifestaran que “una
agresión de una nación no americana contra un Estado americano se considera un
ataque a todas las naciones americanas”. Luego de la entrada de Estados
Unidos en la guerra a raíz del ataque japonés a Pearl Habor, en la III. Reunión
de Consulta (15 al 28 de enero de 1942 los cancilleres de los países
integrantes de la entonces Unión Panamericana, aconsejaron la “inmediata reunión en Wáshington de una
comisión de técnicos militares y navales para estudiar las medidas de defensa
del Continente”, lo que dio nacimiento a la Junta Interamericana de Defensa
(JID) la cual realizó su sesión inaugural el 30 de marzo de 1942 en Wáshington.
De esa manera, la JID pasó a ser un organismo anterior mismo a la Organización
de los Estados Americanos (OEA), cuya carta fundacional recién se firmó el 30
de abril de 1948, e inclusive de la misma Organización de la Naciones Unidas
(ONU) formada en 1945 y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN) creada en 1949.
La vida de la JID
se ha desarrollado en tres etapas bien visibles que señalan los sucesivos
progresos y la evolución experimentada por dicho organismo internacional
americano.
- La Primera Etapa (1942 – 48) comprende los azarosos años de la II° Guerra Mundial y su inmediata postguerra, durante los cuales se bosquejaron las amplias bases de la cooperación militar interamericana mediante resoluciones que comprendían la protección contra el sabotaje, el espionaje, la vigilancia antisubmarina, la producción de materiales estratégicos, la estandarización del material de guerra, la instrucción y la organización militar, entre otros temas.En 1947 se celebró en Río de Janeiro la “Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente”, la cual materializó el “Tratado de Asistencia Recíproca” (TIAR), que reafirmó los alcances de la II° Reunión de Consulta y amplió las funciones de la JID. Así llegamos a la IX° Conferencia de Bogotá (30 de marzo-2 de mayo de 1948) de la cual surgiría la OEA, e introdujo un cambio en el estatuto jurídico de la JID.
- La Segunda Etapa, finalizó con la IV° Reunión de Consulta celebrada en Wáshington (26 de marzo-7 de abril de 1951), donde se decidió “el mantenimiento de la Junta Interamericana de Defensa para efectuar estudios y recomendaciones para la defensa contra la agresión, hasta que los Gobiernos por una mayoría de las dos terceras partes, resuelvan dar por terminadas sus labores”. Paralelamente, la Carta de Organización de la OEA, creó el Comité Consultivo de Defensa (CCD) con la función específica de asesorar al Órgano de Consulta (o sea la Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores) en todo lo relativo a la colaboración militar. Dicho Comité, que sólo debía responder a las convocaciones extraordinarias, dispuso que la Secretaría de la JID fuera también considerada como su propia secretaría, lo que impuso a la Junta una nueva y gran responsabilidad.
- La Tercera Etapa, comenzó precisamente con la mencionada IV. Reunión de Consulta celebrada también en Wáshington en marzo de 1951, en razón de la grave situación mundial creada por la agresiva política del Bloque Soviético. En la III° Resolución de dicha reunión sobre la “Cooperación Militar Interamericana” se encomendó a la JID la preparación, con la mayor actividad y actualización posibles, así como en estrecho enlace con los gobiernos por medio de sus respectivas delegaciones, “...el planeamiento militar de la defensa continental contra una agresión del Bloque Comunista Soviético”, importante documento que debía mantenerse continuamente actualizado, el cual contenía varios anexos referidos a la estandarización de las doctrinas de instrucción, la organización y el equipamiento de las fuerzas del Continente, para así mejor servir a la causa común.
En el año 1960 el
Comandante en Jefe del Comando Sur norteamericano, general T. F. Bogart, invitó
formalmente a los Comandantes en Jefe de las fuerzas armadas americanas a una
reunión social la cual resultó tan propicia y agradable que terminó por transformarse
en una formal costumbre que se repetiría cada 12 ó 18 meses: la Reunión de
Comandantes en Jefe de los Ejércitos Americanos (CEA), así, estas reuniones
pasaron a servir como motivo para actualizar el ya mencionado Plan General de
la Defensa contra la Agresión del Bloque Comunista Soviético y sus diferentes
anexos. En cada reunión los comandantes en jefe de capa país exponían los
puntos de vista militares para el perfeccionamiento de dicho plan. De esa
manera, en 1964, como preparación para la V. Conferencia de Ejércitos
Americanos, el Estado Mayor General del Ejército Argentino (EMGE) recibió la
orden de preparar una exposición que debía efectuar el representante argentino
a designar, en un acto que tendría lugar en la Escuela Militar de West Point en
1965. Otra exposición con igual objetivo fue encargada a la Secretaría de
Guerra. Ambos textos fueron luego
sometidos a consideración del entonces presidente constitucional del país,
doctor Arturo Illia, quien se inclinó por el texto elaborado por el EMGE sin
introducirle corrección o modificación alguna.
Este hecho nos revela que fue el Presidente
constitucional del país quien eligió y aprobó el texto ordenado, y que también
fue él quien designó al general Juan Carlos Onganía, que entonces ejercía el
cargo de Comandante en Jefe del Ejército, para que lo expusiera en la reunión
de West Point, la cual finalmente se desarrolló el 6 de agosto de 1965. Ese texto fue luego publicado y ofrecido a
toda la fuerza en el Boletín Público de la Secretaría de Guerra con fecha 10 de
setiembre de 1964, lo que le resta todo viso de ilegalidad, documento secreto
redactado entre conspiradores, y menos aún como una dictatorial doctrina, que
algunos apresurados llegaron a tildar como el origen de la “nefasta doctrina de Seguridad Nacional”, supuesta doctrina que
fuera asimismo “acusada” de haber
servido de base para la también “nefasta
y totalitaria” Ley 16.970 del año 1966, de Defensa Nacional, que en
realidad tuvo origen (es casi una reproducción textual, aunque algo más adecuada)
en un proyecto redactado también durante el
gobierno del doctor Illia, cuyo Artículo 2°
define a la Seguridad Nacional como una situación “...en la cual los intereses vitales de la Nación se hallan a cubierto
de interferencias y perturbaciones sustanciales” prescribiendo además que
la intervención de las Fuerzas Armadas en caso de conmoción interior, ya sea
originada por grupos de personas o agentes de la naturaleza de viejas raíces
históricas. Es de destacar, asimismo, que la ley 16.970 permaneció vigente
hasta el año 1988, cuando fue derogada y reemplazada por la Ley 23.554.
De todo ello puede deducirse, sin mayores esfuerzos, que
la “nefasta Doctrina de la Seguridad
Nacional” no constituyó un producto de un gobierno de facto, sino que sus
raíces se hunden en el terreno de gobiernos constitucionales. Por otra parte, las versiones tendenciosas que aseguran que esa
doctrina fue impuesta por la política norteamericana, puede decirse que si bien
existieron “recomendaciones” y
presiones para se aceptaran las ideas norteamericanas con respecto al papel que
deberían jugar las fuerzas armadas americanas en el enfrentamiento a la amenaza
soviética, fue evidente que esas ideas no prendieron en la mayoría de los
ejércitos americanos ya que éstos se negaron a representar el rol de meras
fuerzas policiales reforzadas, equipadas solamente para actuar como efectivos
de antiguerrillas, que en los años 60 y 70 alcanzaban una notable notoriedad, y
que desnaturalizaba la jerarquía y principal misión profesional del militar de
carrera de defender la soberanía nacional. Esa reticencia profesional quedó
reflejada en un documento de la JID del año 1968, y se mantiene casi invariable
actualmente con la posición adversa de combatir o participar activamente en la
lucha contra el narcotráfico, a menos que éste se constituya en una seria
amenaza que sobrepase abrumadamente el accionar de las fuerzas policiales y de
seguridad de cada país.
De esta manera, cuando en 1975 las Fuerzas Armadas
argentinas fueron lanzadas a combatir la Guerra Revolucionaria que se había
enseñoreado en nuestro país (Decretos “S” 261/75 y 2772/75 emitidos por el
Poder Ejecutivo Nacional de un gobierno constitucional) y que los subversivos
aplicaban y proclamaban abiertamente, aquéllas carecían de una verdadera
Doctrina para actuar en el campo interno y debieron improvisar una, en medio de
acciones a sangre, fuego y numerosas bajas y se cometieron errores. Uno de ellos fue la obstinada resistencia a reconocer públicamente que
se estaba enfrentando una guerra impuesta por el juego hegemónico de las
grandes potencias mundiales. Esa obstinación es lo que hoy muchos lamentan pues
se privilegió la conservación de la ilusión de que se estaba enfrentando a un
simple problema interno, en vez de reconocer que efectivamente la Argentina se
había convertido en un real campo de batalla de la Guerra Revolucionaria internacional; que se estaba librando una
verdadera Cruzada por la defensa de la democracia y de la misma supervivencia
del escenario argentino contra un nuevo tipo de guerra de características
globales.
LA GUERRA DE BAJA INTENSIDAD
Mencionábamos
también la influencia de la llamada “Doctrina
de Baja Intensidad” como tema de la reacción norteamericana en las luchas
de la Guerra Fría, cuya adopción por el gobierno de Wáshington constituyó una
clara y contundente respuesta al desarrollo de la Guerra Revolucionaria comunista en el Continente, alentada y
sostenida por la OLAS y todo el aparato soviético que estaba detrás de ella.
Pero al respecto, amerita algunas referencias previas.
El concepto de Guerra de Baja Intensidad apareció
oficialmente en 1988 en dos manuales militares norteamericanos; uno, del
Ejército, el FM 100-200, y otro de la Fuerza Aérea, el AFM 2-XY, en los
siguientes términos:
“El conflicto de Baja Intensidad es
la confrontación político-militar comprendida entre Estados contendores o
grupos por debajo de la guerra convencional, pero por encima de la competencia
normal, rutinaria y pacífica entre Estados. Normalmente hace parte de grandes
luchas ideológicas. La guerra de baja intensidad comprende desde la guerra
subversiva hasta el empleo de la fuerza armada. Se conoce por el empleo de
varios medios, incluyendo instrumentos
políticos, militares, económicos e informáticos”.
Para llegar a esas
conclusiones los militares norteamericanos analizaron detenidamente tanto la
experiencia latinoamericana como la propia extraída de sus intervenciones en El
Líbano, El Salvador, el intento fallido del rescate de los rehenes de Irán
(1980), la invasión a Granada (1983), el bombardeo aéreo a Trípoli (Libia) en
1986, y el derrocamiento del presidente Noriega de Panamá (Operación “Causa Justa” de 1989), demostrando ante
el mundo que Estados Unidos no permanecería impasible frente a hechos y
circunstancias que llegaran a representar un peligro o amenaza para su propia
seguridad nacional.
Con esos fines en
1986 el Ejército y la Fuerza Aérea crearon el Control Conjunto para la Guerra
de Baja Intensidad. Al año siguiente se estableció una Junta para la Guerra de
Baja Intensidad dentro del Consejo Nacional de Seguridad y se creó un nuevo
cargo político: el de Subsecretario de Defensa para Operaciones Especiales y
Guerra de Baja Intensidad. Paralelamente fue creado un Comando Conjunto que se
denominó Comando para Operaciones Especiales (USSOCOM en su sigla
norteamericana) con sede en la base aérea de MacDill, Florida. Dicho comando
conjunto tiene bajo su mando a todas las fuerzas especiales de Operaciones
Especiales del país (Los Boinas Verdes o Comandos, la Fuerza Delta, las
Unidades SEAL y de Buzos Tácticos de la Armada, y los efectivos de la Rama de
Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea). Asimismo fue notorio que mientras
las otras ramas de las fuerzas armadas norteamericanas iban siendo reducidas a
medida que iba distendiéndose la situación política internacional, los
efectivos de las Fuerzas Especiales iban creciendo en consecuencia,
evidenciando así la firmeza de la política nacional de intervenir directa o
indirectamente a través del equipamiento e instrucción de las fuerzas
americanas y de otros países comprometidos en la lucha contra la subversión
comunista.
Todo ello
constituyó un poderoso motivo para aumentar la decepción, debilitamiento y
desvanecimiento, no sólo de la Guerra Fría y de la Guerra Revolucionaria soviética,
sino de la misma URSS, luego de casi 80 años de existencia revolucionaria y
subversiva y de constituir la más seria amenaza para la paz del mundo del Siglo
XX.
Veamos ahora, entonces, cómo nuestro país llegó a
convertirse en ese teatro de operaciones de la maniobra estratégica soviética
destinada a derribar las defensas de Occidente a través del denominado “efecto dominó”, según el cual las
piezas del juego (o sean los integrantes de la defensa periférica occidental)
podían ser derribadas una tras otra con el mínimo o nulo desgaste y compromiso
por parte del poder soviético.
ARGENTINA CAMPO DE COMBATE DE LA GUERRA FRÍA
Nuestro país,
situado en el Cono Sur del Continente, país limítrofe con cinco otras naciones
hermanas, donde existían importantes núcleos subversivos, no podía dejar de ser
blanco de los objetivos de la Guerra
Fría y de su estrategia subversiva, la Guerra
Revolucionaria.
En efecto, ya en el
ejemplar N° 11 del primer volumen de esta Revista, el “Manual de Informaciones” informaba que el 25 de setiembre de 1958
se había allanado en el Talar de Pacheco, provincia de Buenos Aires, una quinta
denominada “Stella Maris”, donde
funcionaba clandestinamente una pomposamente llamada “Escuela Latinoamericana de Instrucción de Cuadros ¨Aurora¨” perteneciente
al Partido Comunista Argentino, cuyos alumnos eran en su mayoría extranjeros,
los cuales habían ingresado al país encubiertos como “turistas”, y se habían rotundamente negado a prestar declaración;
no obstante lo cual por medio del análisis de la documentación secuestrada
podía establecerse sin lugar a dudas que existían fuertes relaciones con países
situados detrás de la Cortina de Hierro. Lo que llamó la atención en el
allanamiento fue que el aula principal de dicha “escuela” estaba coronada por una de las más conocidas máximas de
Lenin, que en gruesas letras mayúsculas rezaba: “Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento
revolucionario”. Sendas fotografías publicadas en aquel número de esta
revista testimoniaban claramente esa circunstancia.
Poco después, el 13
de marzo de 1961, otro allanamiento permitió detectar, en proximidades de la
ciudad de Corrientes, a la altura del Km 3 de la Ruta N° 12, otra escuela de
formación de cuadros y combatientes guerrilleros denominada esta vez “Juvencio Fernández” (nombre asignado en
homenaje de un camarada fallecido), la cual funcionaba articulada en dos cursos
que, a su vez, llevaban los nombres de “Antonio
Ramírez” y “Antonio Otaso Martínez”
(correspondientes también a otros tantos camaradas fallecidos). En este caso se
secuestraron fehacientes constancias como ser una densa bibliografía de
acontecimientos políticos y militares, numerosas vainas servidas de armas
portátiles, residuos de la práctica de tiro, blancos para dicha práctica,
machetes de monte, cajas de municiones y otras constancias sobre la naturaleza
de las “clases” impartidas, todo lo
cual fue debidamente comentado e ilustrado por el “Manual de Informaciones” en su entrega del N° 4 del año 1961.
Mientras esto
ocurría en la Argentina, en nuestro vecino Uruguay la “Revista Marxista Latinoamericana”, en su número 9, agosto-octubre
de 1959, reconocía con todo descaro:
“...la revolución colonial mundial
avanza poderosamente [...] las masas cubanas han demostrado que se puede
derrotar al ejército [...] la lucha de las masas latinoamericanas es una parte
de ese conjunto y recibe el apoyo indirecto de la revolución colonial mundial
[...] La mejor forma de ayudarlas es impulsar la salida a la crisis de
crecimiento, el Frente Único Antiimperialista y el Frente Único Proletario en
escala nacional y latinoamericana, por la liberación nacional y social, por los
gobiernos obreros y campesinos, que dirijan la lucha por la constitución de las
Repúblicas Socialistas Soviéticas Latinoamericanas”.
Para comprender el proceso subversivo argentino debemos
previamente reconocer cuáles fueron los orígenes del mismo. Así, establecida la estrategia de la aproximación indirecta, o de la
conquista sin guerra “caliente” y
directa entre el águila y el oso, como algunos han dado en llamar al
enfrentamiento que durante la Guerra
Fría tuvieron ambos polos políticos opuestos del mundo, se movilizó e
integró bajo el escudo cubano el encuentro internacional de los principales
movimientos antiimperialistas infiltrados o captados por la ideología marxista.
De esa forma se inició en La Habana, el 2 de enero de 1966, la primera reunión
de la “Conferencia de Solidaridad de los
Pueblos de Asia, África y América Latina”,
la cual dispuso, con el fin de coordinar todos los esfuerzos subversivos,
la creación de un organismo estable denominado, precisamente, la OSPAAAL (
Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina), a
cuyo frente se puso al conspicuo guerrillero cubano Osmany Cienfuegos, del
Partido Comunista de Cuba. Conocidas son las palabras pronunciadas por Fidel
Castro en el acto inaugural de aquella conferencia:
“Y en cuanto a nosotros, aquí,
delante de nuestro pueblo, lo que no ocultamos: ¡Con Cuba, cualquier movimiento
revolucionario, en cualquier punto del mundo, podrá contar con nuestra ayuda
incondicional y decidida”.
De la OSPAAAL no
tardaría de desprenderse el organismo que tendría a su cargo el desarrollo de
la maniobra estratégica soviética en nuestro continente. Así surgió la Organización Latinoamericana de Solidaridad
(OLAS), cuya primera reunión se desarrolló, también en La Habana, del 31 de
julio al 10 de agosto de 1967, fecha en que se lanzó al mundo aquella célebre
proclama revolucionaria, inflamada de palabras que reconocían que “los principios del marxismo-leninismo
orientan al movimiento revolucionario de América Latina” (4ta.
Declaración).
“La
guerrilla como embrión de los ejércitos de liberación constituye el método más
eficaz para iniciar y desarrollar la lucha revolucionaria en la mayoría de
nuestros países” (10ma Declaración); “Hemos aprobado los Estatutos y creado el
Comité Permanente con sede en La Habana de la Organización Latinoamericana de
Solidaridad, la que constituye la genuina representación de los pueblos de
América Latina” (última Declaración).
Fue entonces,
cuando estaba en plena selva boliviana intentando infructuosamente desarrollar
su al final fallido “foco”, que el
“Che” Guevara remitiera aquel famoso mensaje que desnudaba su personalidad, en
el que reconocía que los guerrilleros debían profesar “...el odio intransigente al enemigo” para convertirse “en una
efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar... un pueblo sin odio no
puede triunfar”(10).
Téngase presente
que todo esto se llevaba a cabo con el explícito visto bueno de la Unión
Soviética, cuyo representante en la Conferencia Tricontinental expresó el 7 de
enero de 1966: “Manifestamos nuestra
solidaridad fraternal con la lucha armada que libran los patriotas de
Venezuela, Perú, Colombia y Guatemala”, o sea países donde ya se había
anticipado la acción subversiva de las guerrillas marxistas.
Pero en realidad no
eran los únicos países donde se había producido esa anticipación. En efecto,
según declaraciones formuladas por el general de Cuerpo de Ejército cubano
Abelardo Colomé Ibarra en el ya mencionado libro “Secretos de Generales” (páginas 26 a 28), que en el año 1962 él partió en “misión internacionalista” hacia
Bolivia y Argentina con la finalidad de “Preparar
las condiciones para un alzamiento guerrillero en Argentina, que estaría
encabezado por el periodista Jorge Ricardo Masetti, quien había hecho una buena afinidad con su compatriota Ernesto Che
Guevara”. Al preguntársele con qué nacionalidad entró en esos
países, el general Colomé Ibarra respondió: “Argelina...
los argelinos habían obtenido su independencia hacía muy poco tiempo y sus
principales dirigentes se portaron muy solidarios con nosotros. Nos dieron
pasaportes argelinos y nos dijeron que si teníamos algún tropiezo nos
reclamarían como ciudadanos de ese país”.
Con respecto a cuál
era su responsabilidad, respondió que era la de “buscar
una ubicación para crear una base de apoyo y hacerme una fachada para recibir
el personal, las armas y pasarlos para Argentina... con la cooperación de un
profesional de Cochabamba compré una finca de cuatro hectáreas en Emborogu,
sitio ubicado al sur de Tarija, muy cerca de la frontera con Argentina”.
Lo que ocurrió
entonces es ahora bien conocido: la Gendarmería Nacional descubrió y desbarató
la guerrilla de Masetti, el cual al huir se perdió en la selva y nunca se supo
más de él, anticipando lo que le sucedería al propio Guevara, cuyo foco fue
destruido en Bolivia, y él mismo fue herido, capturado y finalmente eliminado
por los bolivianos en 1967.
Y NOSOTROS EFECTIVAMENTE...
“NOS ACUSAN DE QUERER SUBVERTIR EL ORDEN EN ESTE CONTINENTE Y NOSOTROS EFECTIVAMENTE PROCLAMAMOS LA NECESIDAD HISTÓRICA DE QUE LOS PUEBLOS SUBVIERTAN EL ORDEN ESTABLECIDO EN AMERICA LATINA Y EN EL RESTO DEL MUNDO. NOS ACUSAN DE PREDICAR EL DERROCAMIENTO REVOLUCIONARIO DE GOBIERNOS ESTABLECIDOS EN AMÉRICA LATINA, Y NOSOTROS EFECTIVAMENTE CREEMOS QUE TODOS LOS GOBIERNOS... DEBEN SER BARRIDOS POR LA LUCHA REVOLUCIONARIA DE LOS PUEBLOS. NOS ACUSAN DE AYUDAR AL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO, Y NOSOTROS EFECTIVAMENTE PRESTAMOS Y PRESTAREMOS AYUDA, CUANTAS VECES NOS LO SOLICITEN, A TODOS LOS MOVIMIENTOS REVOLUCIONARIOS QUE LUCHAN CONTRA EL IMPERIALISMO EN CUALQUIER PARTE DEL MUNDO...”
(Declaración del Comité Central del Partido Comunista Cubano del 18 de mayo de 1967)
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Ahora bien, hay que
reconocer que la actividad subversiva en nuestro país no nació precisamente
debido a los impulsos de la estrategia soviética de la Guerra Fría y de la Coexistencia Pacífica, sino que en
realidad aquélla fue conformándose a partir de la resistencia partidaria
surgida a partir del derrocamiento del gobierno peronista de 1955, cuando los
elementos desplazados comenzaron a aglutinarse en lo que se dio en llamar la “Primera
Resistencia Peronista”, en la cual pronto se distinguirían los sectores
izquierdistas guiados principalmente por John William Cooke, y derechistas que
respondían a las ideas del general retirado Iñiguez. Así, desde un principio se
puso en evidencia que los sectores de izquierda buscaban capitalizar esa “Resistencia”, que por esos días estaba
desorientada por su falta de experiencia y la diversidad ideológica existente
entre los distintos grupos opositores a la denominada “Revolución Argentina”.
De todas maneras,
como los comunistas y sus imitadores o compañeros de ruta contaban con un mayor
entrenamiento y experiencia en materia de clandestinidad, pronto se tornó claro
que la sedicente “Resistencia”
finalizaría por ser copada por los dirigentes de aquella tendencia, previa
lucha por el poder y depuración entre las mismas fuerzas opositoras. Ello dio
lugar a una serie de uniones, alianzas y separaciones pragmáticas entre los
distintos grupos subversivos en medio de un verdadero caos de siglas y
pronunciamientos. Pero en cada paso era cada vez más evidente el avance
ideológico de las ideas marxistas que terminarían por ser, consciente o
inconscientemente, incorporadas tanto en su léxico como en su praxis.
Así, pronto tanto
los sectores realmente marxistas como los desprevenidos peronistas comenzaron a
hablar abiertamente de Guerra
Revolucionaria para implantar una “Patria
Socialista”, entendiendo por tal a un régimen antiimperialista que cada vez
se acercaba más al modelo imperante en Cuba, país a donde tanto unos como otros
iban sus líderes revolucionarios a perfeccionar sus conocimientos ideológicos,
militares y subversivos.
Así también, fue
como Mario Roberto Santucho, jefe indiscutido del marxista-leninista Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP) escribía el 9 de octubre de 1974 en el
periódico partidario “El Combatiente”:
“Como
marxistas-leninistas podemos afirmar categóricamente que el camino de la
liberación nacional de nuestra patria, es el camino de la revolución proletaria
y de la Guerra Revolucionaria librada por todo el pueblo bajo la dirección del
proletariado revolucionario...”
Mientras que los
pseudo movimientos peronistas, como las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y
Montoneros, declaraban conjuntamente en 197312:
“...el
desarrollo de la lucha armada como forma principal de la Guerra Revolucionaria,
hacía necesario el desarrollo de otras formas de lucha política no armada. De
ahí surgió la necesidad de concebir a la vanguardia no solamente como un
organismo militar, sino como una organización político militar. Esta
organización destinada a conducir a la clase obrera debe estructurarse como
partido revolucionario que desarrolle y conduzca la Guerra Revolucionaria
integral en todas sus formas”.
Y a pesar que esa
declaración de principios reconocía que “esa
función de conducir estratégicamente hasta hoy ha sido desarrollada
unipersonalmente por el general Perón”, pocos párrafos más adelante, como
anticipándose a los hechos, reconocía asimismo que “...esa herramienta organizativa será conducida estratégicamente
conjunta y progresivamente con el general Perón, en la medida en que conduzca
realmente el proceso a través de los distintos niveles de encuadramiento hacia
los objetivos de liberación nacional y social ya indicado. Esa organización
política deberá desarrollar una estrategia de toma del poder a través de la
guerra revolucionaria integral” (página 598).
Esas prevenciones
también existían entre los integrantes del llamado “Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo”, los cuales en su declaración de apoyo al
FREJULI, decían el 20 de febrero de 1973:
“...también
en el Frente Justicialista hay intereses espurios, egoísmos y traición. Los
odiamos como los odia el pueblo. Y en su momento no vacilaremos en
denunciarlos”
¡Extrañas palabras,
en verdad, en boca de quienes debían predicar la paz y el perdón de los
pecados!
Bueno, todo el mundo recuerda el
caso, cuando el general, tras captar sagazmente el proceso subversivo
revolucionario marxista que se estaba desarrollando, denunció a los montoneros
como mercenarios infiltrados en el Movimiento Peronista en el primer acto
público que celebró el 1° de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo, lo que provocó
el disgusto de éstos, quiénes no sólo se retiraron de la plaza, sino que
pasaron a la clandestinidad para desarrollar con saña y crueldad una escalada
de la Guerra Revolucionaria con asesinatos terroristas, secuestros y asesinatos
de personas y asaltos a unidades militares.
No vamos ahora a
describir el desarrollo bélico que tuvo la Guerra
Revolucionaria en nuestro país, por exceder ello los alcances de este
trabajo. Pero sí podemos reconocer que hacia fines del año 1978 dicha guerra
había prácticamente concluido con la más completa derrota y desmantelamiento de
las organizaciones armadas revolucionarias, las cuales decidieron, no deponer
las armas ni rendirse, sino ocultarlas y continuar la lucha, como había
sentenciado alguna vez el siempre consultado y recurrente Clausewitz, “por otros medios...” Pero sobre lo que no existe ninguna duda es
que efectivamente existió en nuestro país un período de Guerra Revolucionaria,
y no porque lo diga el que esto escribe, sino porque los mismos que la
desataron lo reconocían y proclamaban en su momento. Lo curioso de todo
este proceso de constante evolución es que en oportunidad de su desarrollo los
vencidos la anunciaban a los cuatro vientos, con todas sus letras e inequívocamente
en casi todas sus proclamas y publicaciones; mientras que los vencedores,
aunque la combatían enérgicamente con grandes esfuerzos y bajas, parecían
ignorarla y no la mencionaban por su nombre sino que recurrían a eufemismos.
Hoy día, en cambio, el panorama es inverso y aquellos mismos vencidos niegan
obstinadamente que alguna vez se haya librado una Guerra Revolucionaria en Argentina, mientras que los arrepentidos
vencedores se esfuerzan por tratar de hacer comprender a la opinión pública que
sí una guerra y que la misma estaba perfectamente encuadrada en el concepto de
la maniobra estratégica soviética que hablaba de enervar, paso a paso, lenta
pero inexorablemente, sin arriesgar por su parte la vida un solo soldado
soviético, y sin correr el riesgo de un enfrentamiento nuclear, el andamiaje
defensivo periférico de Occidente, en el cual nuestro país constituía uno de
los tantos campos de batalla.
Es de notar,
también, que cuando la Unión Soviética se alejó de esa estrategia e intervino
en 1979 abiertamente con sus fuerzas armadas en Afganistán, sufrió en carne
propia los efectos de su propia medicina y debió retirarse vergonzosamente de
ese país al igual que anteriormente hicieran lo mismo los franceses en
Indochina y Argelia y los norteamericanos de Vietnam. En dichos casos quedó
demostrado que la superioridad numérica y técnica de las potencias nucleares
resultó inútil, no idónea o insuficiente para librar con éxito una guerra revolucionaria contra un adversario elusivo, decidido e impulsado
por un fuerte y auténtico sentimiento patriótico nacional, que además contaba
con el apoyo ideológico y logístico militar, abierto o embozado del bando
contrario, que pasaba a través de fronteras excesivamente permeables.
De todas maneras,
la Guerra Revolucionaria fue
prácticamente barrida del continente debido en gran parte al rápido desgaste de
la misma, a la imposibilidad estratégica y táctica de la Unión Soviética de
mantener el ritmo bélico en todos los frentes que había abierto, al
perfeccionamiento de la lucha contrasubversiva y, en gran medida, por la gran
usura que ese tipo de guerra entrañaba para la propia economía soviética que,
además, se deterioraba rápidamente en su vano esfuerzo por equipararse y
superar a las economías de los países capitalistas. Pero lo que constituyó la
gota que terminaría por rebasar el vaso fue el anuncio del lanzamiento de la
Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) más conocida como la “Guerra de las Galaxias” por parte de
Estados Unidos, que hábilmente la presentaron como una barrera infranqueable
para los misiles soviéticos –lo que no era cierto, pero los rusos no lo sabían,
no estaban seguros, o podían verificar-. Eso les hizo creer que finalmente en
poco tiempo sus armamentos quedarían obsoletos y dejarían de servir como armas
disuasivas seguras. Finalmente, la suma de todos esos factores y
circunstancias: la retirada de Afganistán, la existencia de la IDE, la accidentada suerte de la Guerra
Revolucionaria en África y América Latina, el crecimiento de las demandas
de mayores libertades en los países no rusos integrados a la fuerza en la URSS,
y el considerable deterioro de la economía soviética, que continuamente se
alejaba cada vez más de la tan mentada meta de alcanzar y sobrepasar el
desarrollo de Occidente, hicieron nacer entre los líderes moscovitas los signos
indubitables del derrotismo, al punto que G. A. Trofimenko, distinguido miembro
de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética llegara a expresar
consideraciones como:
“Somos pasajeros de un barco: la
Tierra, y no debemos permitir que naufrague. No habrá una segunda Arca de
Noé... hemos dejado de considerar al Tercer Mundo como el campo de batalla
entre el capitalismo y el socialismo...”
Al cesar el apoyo
de Moscú cesaron casi simultáneamente las “misiones
internacionalistas” cubanas, cuyas tropas fueron repatriadas a la isla
mientras las tropas soviéticas comenzaron a replegarse de Europa Oriental,
dando lugar al surgimiento de nuevos gobiernos nacionales y el desmoronamiento
de los regímenes comunistas instalados en dichos países. En pocas palabras, el
tan temido Bloque Oriental dejó virtualmente de existir en la década de los
años 90, y el mundo comenzó a respirar nuevos aires de paz y tranquilidad.
Pero el intervalo
no duraría mucho tiempo. Otras amenazas comenzaron a aparecer en el horizonte
de la situación mundial... ese será, precisamente el tema de un próximo
estudio: el análisis de las perspectivas de la llamada Era de la Globalización.
OBRAS CONSULTADAS
DICCIONARIO DE TÉRMINOS
HISTÓRICOS: Chris Cook –Editorial Alianza- Bs. As. 1993.
GUERRA REVOLUCIONARIA Y
COMUNISMO, Tomo III: Alan Yotuel – Edit La Mandrógara, Bs. As. 1961
GUERRILLAS Y SUBVERSIÓN EN
AMERICA LATINA: E. MARTINEZ CODÓ – Edit.Manual de Informaciones, 1968 .
LA CONQUISTA SIN GUERRA: N. H.
Mager y Jacques Katel – Editorial Novaro, México, 1964.
GUERRA REVOLUCIONARIA
COMUNISTA: Cnl Osiris G. Villegas, - Círculo Militar, Vol. 525, 1962
REVOLUTIONARY WAR IN WORLD STRATEGY 1945-69: Robert Thompson, Taplinger
Publishing C. , N.York, 1970
TERRORISM: THE SOVIET CONNECTIO: Ray Cline y Yonah Alexander – Crane,
Russak & Co. N.York, 1984.
SECRETOS DE GENERALES: Luis
Báez – Editorial Losada, Barcelona 1997.
DOCUMENTOS (1970-1973): Roberto
Baschetti, Edit de la Campana, La Plata, 1995.
HOMBRES Y MUJERES DEL PRT-ERP:
Luis Mattini, Edit de la Campana, La Plata, 1995.
ESTRATEGIA SOVIÉTICA EN LA ERA
NUCLEAR: Raymond L Garthoff, - Círculo
Militar, Vol 514, 1961.
LA GUERRILLA EN TUCUMÁN: Cnl
Eusebio González Breard – Círculo Militar, Vol 774, 1999.
LA LLAMADA DOCTRINA DE
SEGURIDAD NACIONAL: General Osiris G. Villegas – en REVISTA MILITAR N° 721.
LA ARGENTINA Y LA GUERRA
REVOLUCIONARIA: General Ramón G. Díaz Bessone, en Idem N° 722.
¿PELIGRO INMINENTE?: WOLA –
Tercer Mundo Editores, Colombia, 1993.
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