Por: Fernando Morales
Cuando aquella mañana de 2003
recibí el llamado de un hoy ex jefe de la Armada Argentina, no podía salir de
mi asombro. El ofrecimiento de ocupar un lugar en el Directorio de la
centenaria y prestigiosa Liga Naval Argentina era como mucho para mí, pero era
tentador.
Días después, ya en el despacho
del presidente de la institución naval, me enteraba de los motivos de la
convocatoria. “Vea, Daniel Scioli tiene que dejar el cargo en el Directorio, porque va a
asumir como vicepresidente de la nación y ya le han dicho que no es bien visto
que participe en este tipo de organizaciones con olor a cosa militar”.
Según cuenta la leyenda, el hombre le había acercado a Néstor un par de números
de la revista Marina (nuestro órgano de prensa)
y poco menos que se los habían tirado por la cabeza.
Tal vez haya sido esa la primera
de una larga lista de insultos, desprecios, humillaciones y ninguneos que el
matrimonio gobernante y su núcleo duro le habrían de propinar desde aquel
lejano 2003 hasta -según cuentan- la propia noche de cierre de las PASO, donde al parecer le recriminaron su presunta
intervención para que dentro de un penal bonaerense se llevara a cabo una
entrevista periodística de gran repercusión social y mediática.
“Nos abandona Daniel” -prosiguió mi interlocutor de aquellos días-,
“ocupaba su sillón de director en
representación de la motonáutica”. Ahora que lo pienso, en realidad era el
único motonauta del país. De hecho más de una vez corrió solo, como en las
PASO; se ve que la historia se repite.
Hay que reconocer que se había
ganado el cariño de toda la comunidad marítima argentina, a tal punto que
generosamente la Liga Naval le concedió en los noventa un préstamo de honor de
$ 100.000 (de los convertibles 1 a 1) para que equipara su lancha La Gran Argentina.
Por aquellos años su situación económica no era tan próspera y había que ayudar
al muchacho, según cuentan los memoriosos. Villa La Ñata parecía estar
financieramente lejos en ese entonces.
Así, mientras Daniel se convirtió
en vicepresidente de la nación, luego gobernador de Buenos Aires y, como dije
antes, único competidor por su espacio en la postulación presidencial, este
humilde servidor apenas si llegó a vicepresidente de la modesta institución
creada por el almirante Storni y algunos otros soñadores de una patria mejor.
Por esas cosas de la vida, nos
fuimos cruzando en distintas circunstancias, él con sus cada vez más coquetos
trajes y sus corbatas de seda y yo siempre con mi uniforme naval; él siempre un
par de hileras delante de mí en los palcos en virtud de sus siempre tan
importantes cargos. Jamás olvidaré la última vez, aquel memorable 25 de mayo de
2010, desfile del bicentenario en Pinamar. Organizaba el acto la Liga Naval y
él nos honró con su presencia. Tuve que pedirle permiso para retirarme del
palco, porque mientras compartíamos el desfile nacional y popular, mi casa era
saqueada por delincuentes y me urgía regresar. “Andá tranquilo”, me dijo y agregó: “Con mucha fe y esperanza, todo se va a arreglar”. Nunca olvidaré
sus valiosas palabras de apoyo.
Como podrá ver, querido amigo
lector, me tomé unas líneas para contarle algo del candidato oficialista que
seguramente usted no sabía. Habrá notado que no resulta fácil arrancarle al
hombre definiciones económicas o políticas y detalles de sus actividades no
relacionadas con la política o el deporte, así valga esta narración para
conocer algo más de su pasado.
Me pareció que de esta manera le
aporto un dato más novedoso y que se diferencia de lo mucho que se ha dicho
sobre Daniel y su entorno en los últimos días. Si el triunfo tiene sabor a
derrota, si la ausencia de Ella y de muchos otros personajes del modelo se
debió a tal o cual cosa, si deberá alejarse del kirchnerismo para captar más
votos y tantas otras especulaciones e interpretaciones que tienen en boca de
expertos politólogos y periodistas explicaciones con mucho mayor rigor
analítico que la de este simple columnista.
Lógicamente, cualquiera que
hubiera visto las imágenes emitidas desde el Luna Park pudo darse cuenta de
algo más que las ausencias notorias: El malestar del candidato a vice, que ni
siquiera se inmutó cuando Daniel rindió homenaje al Chueco Mazzón. ¿Se acuerda,
no? Juan Carlos Mazzón era el funcionario de Gobierno expulsado por Cristina
cuando ella se enteró de que asesoraba también a Daniel, antes de que éste
fuese ungido a desgano como su propio sucesor. Ver a Carlos Zaninni abrazado
con la para nada nacional y popular Karina Rabolini generaba un efecto difícil
de asimilar para el ojo del espectador, parecido al que hacía ver a Toti Flores
compartiendo escenario con la coqueta esposa de Mauricio Macri. Pero son cosas
de la política. Por algo dicen de ella que es “el arte de lo posible”.
Pero las PASO pasaron, son parte
de la historia política argentina. Lo
que no pasó ni pasará durante muchos días más es la imagen de una provincia de
Buenos Aires literalmente hundida. El cruel escenario con miles de
ciudadanos abandonados a su suerte, chicos llorando de frío, de sed y de
hambre, animales sin rumbo, compartiendo su deriva con sus propios amos.
Con fe y esperanza no alcanza
para mitigar su dolor, años de promesas incumplidas, obras no realizadas,
presupuestos provinciales quién sabe gastados en qué cosas. Con fe y esperanza
no se le puede explicar a un chico que su casa ya no está y que un señor que
nos mira sonriente y nos recita el himno pidiéndonos el voto no pudo en ocho
años librarnos de la pesadilla de la inundación, la peste y la miseria más
profunda.
“A Daniel lo queremos mucho”, me explicaron -creo que de corazón-
aquel día cuando ocupé su lugar; “Es un
buen tipo, muy humilde y servicial” y seguramente lo es, o al menos lo era.
Pero me cuesta entender cómo, entonces,
por más estresante que haya sido la campaña electoral, pudo abordar un avión
para irse lejos, muy lejos, lo suficientemente como para no poder regresar en
forma inmediata si lo requieren de urgencia esos ciudadanos que ahora lo
necesitan a él tanto o más de lo que él necesitó de ellos el pasado domingo.
Se fue a Europa. Le habrá sido
difícil desde el aire diferenciar el cauce normal de los ríos y los arroyos de
la provincia, de las tierras habitualmente fértiles, hoy anegadas. Seguramente
cuando regrese, todo estará normalizado, no habrá más hambre ni necesidad
alguna, las calles estarán limpias, las viviendas secas, la gente contenta y
todos clamando por su ahora definitiva candidatura presidencial, sus carteles
naranja tapados por el agua ya estarán visibles para alegría del pueblo; todo
será felicidad y alegría. Al menos eso cree él. ¿Sabe por qué? Porque él tiene
fe y esperanza. Y eso es mucho mejor que tener planes, ideas, proyectos y un
poco de empatía por el sufrimiento de su gente. Aleluya.
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