En la primavera de
1930 Max Friedländer, probablemente el historiador de arte alemán más
importante del siglo XX, presentó la su libro “Echt und unecht” en el
museo de arte de Berlin del cual era director. La presentación fue un fiasco,
Max Friedländer era judío y para el esquema mental nazi, que un judío fuera
director del Museo de Arte de Berlín era una ofensa que había que hacérsela
pagar. Como aún no se habían hecho con el poder, algunas patotas nazis se
encargaron de agredir, de palabra y de hecho, a aquellos que asistían a la
presentación.
No pequemos, como
muchos, por omisión; acallar mediante violencia las opiniones que no nos gustan
es una acción que sigue viva en los hombres, al menos en aquellos que por sus
circunvoluciones cerebrales siguen cercanos al Homo neanderthalensis como
siguen vivas sus causas: la prepotencia,
la ignorancia, el resentimiento y la incapacidad para discutir ideas creyendo
que una cabeza rota o un vestido manchado con huevos podridos tienen más valor
que la palabra.
Que en Salta haya
sucedido lo mismo que sucedió con Friedländer, no es algo que asombre a nadie,
al fin y al cabo el fascismo, en sus múltiples variantes vernáculas, sigue
gozando de buena salud. No obstante, deberíamos salvar las distancias, una cosa
era una patota de criminales nazis y otra un grupo de pobres “neofachos” ignaros incapaces de hilar
una idea superficial; los primeros mataban, los segundos vociferan, tiran
huevos y, por ahora, no matan.
Hagamos una
aclaración antes que algún ignorante de opuesto signo me salte al cogote, no
hay algaradas bolches; esta, sea cual sea su variante -llámese el escrache, la
ingesta obligatoria de aceite de ricino o la patoteada lisa y llana contra todo
el que piensa distinto- ha sido siempre una práctica fascista ya que para
llevarla a cabo es menester contar con una policía y un gobierno complaciente o
al menos temeroso de las represalias que contra ellos estas patotas puedan
urdir. Este era el caso de esa tarde de primavera en el Berlín de 1932 y eso
fue lo que sucedió en Salta. Esta
agresión se llevó a cabo a escasos veinte metros de la comisaría 1ª y la nula
actuación de la policía se debió a que en otro escrache llevado a cabo por los “neofachos” de Salta, tres policías que
cumplieron con su deber fueron enviados a juicio -a pedido de los
revoltosos- por el fiscal de DD.HH.,
fiscal que, en una muestra de objetividad judicial, desestimó las denuncias de
quienes fueron agredidos.
Esta es la realidad,
el escrache es algo meramente facho, que las “ideas” de quienes lo llevan adelante hoy no remitan a “giovinezza, giovinezza” o al siniestro “arbeit macht frei” no quiere decir que,
más allá de sus ideas, su manera de actuar no sea la misma aunque no lleven
camisas pardas o negras.
Pero, por sobre todas
las cosas el escrache -sea negro o
rojo- no es otra cosa que la reacción
necesaria pero siempre en grupo, en patota, de los obtusos que, incapaces de
debatir ideas, creen que al carecer de estas, romper algunas cabezas o
simplemente molestar a aquellos que piensan diferentes servirá para algo.
Jose
Luis Milia
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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