Los argentinos
cargamos con un pasado conflictivo. El relato kirchnerista echó sal en las
heridas y avivó una memoria facciosa, excluyente, que es fuente de divisiones y
de enfrentamientos. Hoy necesitamos
reconciliarnos con el pasado. Hay que recuperar la relación plural con el
pasado, la conversación y el debate argumental. Hay que desandar el camino por
el que se construyó esta máquina cultural.
Por Luis Alberto
Romero - Historiador.
Las últimas
elecciones han dejado más consolidado al frente gubernamental Cambiemos; sin
embargo sigue necesitando llegar a acuerdos con otras fuerzas, en su mayoría de
origen peronista. Las posibilidades de un buen debate y un acuerdo final
negociado son grandes, pero queda una sombra: un sector intransigente que
impugna cualquier transacción.
Este sector
reluctante se conforma a partir de una matriz ideológica y cultural
consolidada, sintetizada en el “relato”.
Con él han construido un foso, como en los castillos medievales, que sirve de
defensa y de base para el contraataque. Mientras subsista, los acuerdos de la
mayoría que quiere dialogar, y el mismo diálogo, tendrán algo de provisorio.
El célebre “relato” bloquea cualquier discusión
plural sobre el pasado, y también sobre el presente. Articula una narración de
la historia que culmina en el kirchnerismo, momento fundador y revolucionario,
asentado en tradiciones pasadas y proyectado hacia un futuro signado por una
gigantesca letra K. La misma que hoy permanece, lejana pero amenazante, en
nuestro horizonte político.
El relato ha sido
obra de muchos. Quizá no abunden los historiadores de oficio, algo limitados
por su apego a la verdad de los hechos, pero hay otros que se mueven con
comodidad con esas versiones de la historia simplificada, acomodada y
tergiversada, que conforman el amplio terreno de la memoria histórica.
Historiadores populares, novelistas, cineastas, productores televisivos,
artistas, periodistas o docentes trabajan con la memoria, recreándola y a la
vez remodelándola sutilmente.
Pero el principal
actor en este espacio fue el Estado, y quienes lo gobernaron e hicieron de la
memoria uno de sus instrumentos de poder más poderosos. Entre sus múltiples
recursos, el principal es la educación. No es fácil convertir a un educador en
un disciplinado transmisor de discursos estatales. Pero los programas de
estudio, los libros de texto, los cursos de perfeccionamiento, los canales
educativos y el material producido para ser usado en clase, todo ello, usado
hasta la saturación, a la larga, dejó su huella.
El kirchnerismo dejó
una marca importante en otro recurso estatal: las celebraciones cívicas, los
monumentos, los lugares de conmemoración, los museos. También en la televisión
pública y los institutos de promoción del cine o de cualquier otra actividad
cultural portadora de un mensaje.
En cada uno de estos
terrenos la decisión política pesa mucho. Un buen ejemplo es el feriado del 2
de abril. La elección de esta fecha ya implica una decisión. Ese día puede
conmemorarse la gesta heroica de la invasión, o bien recordarse a los caídos;
éstos a su vez pueden ser considerados héroes o víctimas. Valdría la pena una
visita al Museo Malvinas.
Aunque el gobierno
usó libremente poder y recursos estatales, necesitó la colaboración de un
conjunto de agentes intermediarios -escritores, artistas, periodistas,
organizaciones sociales-, convencidos del mensaje y capaces de convencer a
otros. Para reducir el riesgo de la diversidad de interpretaciones, se crearon
entes estatales como el Instituto Dorrego o la secretaría de Coordinación del
Pensamiento Nacional.
Wikipedia es un lugar
en donde concurrieron todas esas influencias. Aunque es una organización
pública y no estatal, tiene la huella de una concertada revisión de sus
contenidos, para adecuarlos al relato oficial. No hay entrada referida a la
Argentina que no haya pasado por el proceso de homogeneización, manipulación y
a veces grosera tergiversación.
Por estos canales se
instaló el relato y se ganó la así llamada batalla cultural. Recordemos sus dos
componentes básicos. Uno es la historia revisionista, en su versión más
populista y antiimperialista. En la Argentina, esta es la manera estándar de
pensar la historia, que brota espontáneamente del sentir común.
El segundo elemento
proviene de una variante del relato de los derechos humanos: una versión
intransigente y radical, que progresivamente fue identificando a las víctimas
con los “combatientes”. El setentismo
fue el puente entre ambos elementos.
Combinar esos dos
segmentos fue la clave del nuevo relato. Como en el caso del poxipol, juntos
tiene un poder de convicción y de acción muy superior al de cada una de esas
partes. Creo que esta ha sido una de las más notables construcciones del
kirchnerismo.
Como otras, ha sido
tan admirable en su artesanía como nefasta
en sus consecuencias. Los argentinos
cargamos con un pasado conflictivo. El relato kirchnerista echó sal en las
heridas y avivó una memoria facciosa, excluyente, que es fuente de divisiones y
de enfrentamientos. Hoy necesitamos
reconciliarnos con el pasado. Hay que recuperar la relación plural con el
pasado, la conversación y el debate argumental. Hay que desandar el camino por el que se construyó esta máquina
cultural.
Para desmontarlo se
necesita la colaboración de historiadores de ideas diferentes pero con la
vocación de intervenir en la disputa por el sentido, en la dimensión pública de
la historia. Necesitamos historiadores que miren la educación, los medios, las
redes sociales y Wikipedia.
Pueden ser
académicos, aficionados o periodistas investigadores. No es cuestión de grado
profesional sino, fundamentalmente, de ética profesional: la honestidad y la preocupación por la verdad. La voluntad de no
tergiversar deliberadamente los hechos y de controlar la inevitable
subjetividad de la opinión.
La primera tarea del
historiador es comprender lo que pasó, en toda su complejidad, sin apresurar el
juicio moral. La percepción de la complejidad y de los matices es
imprescindible para una valoración ética adecuada, que fundamente el juicio
moral de los ciudadanos. También, para evitar el maniqueísmo.
El resultado de esa
inquisición nunca será una única versión del pasado. La expresión del deseado
pluralismo político e ideológico consiste aquí en la expresión de distintas
visiones de lo ocurrido. De lo que pasó se pueden contar varias historias
diferentes, pero no cualquier historia. El saber de los historiadores consiste
en acotar las versiones posibles y descartar todas aquellas que se fundan en
datos falsos o tergiversados, o que son el resultado de una reconstrucción caprichosa y groseramente manipuladora.
Un emprendimiento de
largo plazo, llevado adelante por trabajadores del pasado honestos, bien
formados y plurales, que desmonte una a una las piezas de un relato faccioso
traumático, permitirá, a la larga,
reconciliarnos con nuestro pasado, elaborarlo y seguir adelante.
No habrá ni una
versión única, ni tampoco dos, cultivadas a ambos lados del foso. Habrá muchas,
superpuestas, coincidentes y divergentes y, sobre todo, abiertas al debate y a
la reformulación. Con un pasado así
elaborado, podemos pensar en un futuro democrático y auténticamente plural.
Y habremos ganado una batalla cultural.
NOTA:
Los destacados no corresponden a la nota original.
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