Corresponde que
quienes produjeron tanto daño y dolor, de modo tan artero o equivocado, ahora
expresen públicamente: "Perdón,
Gendarmería"
Quedará en los anales
de la ignominia y la hipocresía el uso de una muerte accidental para crear y
endilgarle al gobierno de Mauricio Macri una desaparición forzada. La
construcción del caso involucró necesariamente una cadena de mentiras y falsos
testimonios. Se sacó provecho, además, de la sensibilidad de una parte de la
sociedad cuando algo se refiere a los llamados "pueblos originarios".
Un reclamo de una
fracción mapuche contestataria y claramente infiltrada por corrientes
subversivas, identificada como Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), cortó la
ruta 40 en un tramo cercano al territorio que reivindican como propio. La
Justicia ordenó proceder a la disolución del piquete y la liberación de la
ruta, tarea que le cupo a la Gendarmería Nacional, para concretarla con el
menor daño posible a los involucrados. Sin disparos de armas de fuego, sus
efectivos recibieron numerosos impactos de piedras y elementos contundentes por
parte del grupo activista, respondiendo con idénticos elementos. En cualquier
lugar del mundo la acción de las fuerzas del orden frente al corte violento y
prepotente de una ruta hubiera parecido de una levedad inapropiada.
Los violentos huyeron
y se lanzaron a cruzar el río en busca de un lugar más protegido. Entre ellos
estaba Santiago Maldonado, un artesano que por ideología, espíritu de bohemia o
aventura los acompañaba. Sin las habilidades físicas de los mapuches, dado que
no sabía nadar, y con una gruesa carga de ropa, según surge del resultado de la
autopsia, no habría podido llegar por sus propios medios a la orilla opuesta.
Su acompañante no pudo ayudarlo y Maldonado murió ahogado o por hipotermia.
Todo su grupo lo sabía, pero guardó el secreto y elaboró la versión y el
testimonio de su apresamiento por parte de la Gendarmería, cumpliendo con
quienes armaron el libreto de la desaparición forzada. Está claro hasta aquí
que la utilización política de la situación por parte de una facción ha
pretendido alterar hechos que, si bien aún aguardan confirmación, todo parece
indicar que habrían tenido un derrotero muy distinto al del "relato" que una vez más una
ideología violenta y combativa buscó imponer desde distintos frentes al grito
de "Macri, basura, vos sos la
dictadura". Horacio Verbitsky lo hizo desde Página 12 y las tropas
kirchneristas y las izquierdas combativas impulsaron la falaz versión.
Desconociendo el dolor de una familia y de toda una sociedad, con la hipótesis
de una desaparición forzada que responsabilizaba a la Gendarmería y al propio
Poder Ejecutivo Nacional, se convocó a la protesta y a las marchas, con remeras
estampadas con la cara del joven artesano y pancartas con mensajes
desestabilizadores que cobraban fuerza en el marco preelectoral. La televisión
incluso dio cuenta de situaciones en los colegios en los que las maestras
tomaban lista a sus alumnos incluyendo el nombre de Santiago Maldonado y lo
mismo sucedía en turnos de hospitales, oficinas públicas, y hasta en salas de
cine. La propia Cristina Kirchner llegó a pavonearse portando la imagen de
Maldonado en una misa y en actos públicos, olvidando seguramente que atrás
quedaron los días en los que la desaparición de Julio López fue también motivo
de interpelación para su gobierno. Un grupo de activistas clamaba por la
aparición con vida del muchacho, aunque por sus dichos y procederes quedaba
suficientemente en evidencia que buscaban confirmar lo contrario para poder
sostener así el cargo de "desaparición
forzada" que tanto rédito político les hubiera dado.
La Gendarmería pasó a
ser sindicada como una siniestra fuerza a las órdenes de un gobierno de
inhumanos y perversos personajes. Muchos comentaristas se inclinaron por la
versión de la captura ilegal, algunos por ideología, otros por la propensión a
las teorías conspirativas. Aun después de la aparición e identificación del
cuerpo insistían en que había sido colocado en el lecho del río por la
Gendarmería. Todavía hoy, cuando la autopsia y la confesión de un testigo
comienzan a arrojar mayor claridad sobre el suceso, muchos persisten en la
mentira. Debe lamentarse la actitud del hermano, Sergio Maldonado, quien, más
allá de la comprensión que merece por su dolor, reaccionó con destempladas
críticas y acusaciones fuera de lugar, que en nada contribuyeron a apaciguar
los exaltados ánimos y que poco sumaron a la hora de acercarse a la dolorosa
verdad sobre lo acontecido.
Desde los primeros
momentos, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, fue fuertemente atacada
cuando apoyó incondicionalmente a la Gendarmería a sus órdenes, aun cuando
muchos sostienen que habría sido una buena medida desafectar a los gendarmes
involucrados hasta tanto se clarificaran los hechos. En algunos colegios, los
hijos de gendarmes fueron sometidos a burdos escarnios, hasta el punto de
haberse teatralizado escenas de falsos fusilamientos a cargo de oficiales de la
fuerza, en el afán de abochornar y denigrar la acción de quienes tienen bajo su
responsabilidad la defensa de la ley y el orden en nuestro territorio.
Recordemos que en estos dos meses los feroces y provocadores ataques con bombas
molotov a destacamentos en el Sur sólo dispararon mesuradas reacciones
defensivas propias de una fuerza profesional que respeta las órdenes recibidas
sin desbandes ni excesos.
Ante la duda general
sobre lo que podría haber conducido a la desaparición de Maldonado, la
Gendarmería fue vil y apresuradamente demonizada, algo frecuente cuando amplios
sectores de la ciudadanía asocian "la
represión" con los violentos años del proceso militar, sin comprender
que cualquier extralimitación contraria a las leyes y el orden es dable de ser
legalmente controlada, con el aval de la Constitución, para garantizar o
recuperar la normalidad y la vigencia de las instituciones.
Nos preguntamos si
quienes produjeron tanto daño y dolor, de modo tan artero o equivocado, no
deberían expresar públicamente: "Perdón,
Gendarmería".
Las palabras deben
recuperar su sentido más cabal y dejar de ser instrumento de facciones que
buscan tergiversarlas en un peligroso afán por vaciarlas de su auténtico
contenido, poniéndolas al servicio de vetustas ideologías. El caso Maldonado
nos ofrece una clara oportunidad para que, como sociedad, reflexionemos y
repasemos cuál es el rumbo que elegimos. Sólo si cada uno puede reconocer los
propios errores, de ayer y de hoy, seremos capaces de construir juntos el
futuro que nos convoca. Es tiempo de comenzar a llamar a las cosas por su
nombre.
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