"A
veces, uno sabe de qué lado está simplemente viendo quiénes están del otro
lado". Leonard Cohen
Néstor Kirchner, a
quien la posibilidad de apropiarse del dinero ajeno lo llevaba al éxtasis,
decidió ahogar a las compañías petroleras mediante el congelamiento de los
precios en boca de pozo con el exclusivo propósito de inducir a Repsol a
desprenderse en su favor de un alto porcentaje de las acciones de YPF y huir
del país. Como testaferro, utilizó a la familia Eskenazi, también propietaria
del Banco de Santa Cruz, con la cual mantenía relaciones derivadas de la
apropiación de los "fondos de Santa
Cruz" y su colocación en cuentas en el exterior a nombre personal del
pingüino mayor.
A raíz de esa
demencial conducta, la Argentina perdió el autoabastecimiento energético, ya
que las empresas afectadas dejaron de invertir en exploración de nuevos
yacimientos y, durante muchos años,
consumimos los que conocíamos; cuando prácticamente se acabaron, debimos
importar masivamente gas con la consiguiente sangría masiva de las divisas que
quedaban en el Banco Central, generando así inflación y un nuevo nicho de gigantesca
corrupción.
Además, el
kirchnerismo montó un monumental sistema de subsidios a la energía y el
transporte que, en la práctica, benefició a los habitantes de la Capital
Federal y el Conurbano; mientras aquí nos regalaban la luz y el gas, en especial
a la alta clase media, nuestros conciudadanos del interior debían pagarlos a
precios que duplicaban y triplicaban los que aquí regían.
Así llegamos al 2015,
cuando la inquilina de la Casa Rosada se marchó a su lugar en el mundo para
fundar el "club del
helicóptero" e intentar desestabilizar a su sucesor. Contaba con la
inestimable ayuda del campo minado que había preparado, un altísimo porcentaje
de pobres a los que se debía atender, un imparable déficit público, un
descrédito internacional enorme y el Banco Central sin reservas. Mauricio Macri
contribuyó a la maniobra urdida cometiendo el ya irreparable error de no
desnudar la situación ante la sociedad, que transitaba una crisis gravísima sin
percibirla.
El Gobierno decidió
enfrentarla gradualmente y, para ello, debió recurrir al endeudamiento externo,
habilitado por el levantamiento del cepo cambiario, la solución al problema con
los holdouts y la promesa de una mayor seguridad jurídica, tan deteriorada e
indispensable para recibir inversiones directas en nuestra economía. La
oposición, formando un coro infernal, maldice diariamente contra la creciente
deuda y se cansa de reírse del fracaso en convocar a los dueños del dinero
local e importado para que lo pongan aquí, en la economía productiva.
La discusión en el
Congreso sobre los aumentos tarifarios, en especial de la energía eléctrica,
mostró a las claras de que madera están hechos nuestros distinguidos
representantes. Si bien era lógico esperar una actitud bastarda de parte de
quienes militan en la Unión Ciudadana, ese engendro que sacó de la manga
Cristina Fernández para no correr con los colores del peronismo, al cual había
recomendado suturar una parte de su anatomía, y también de la cerril izquierda,
hasta ahora el "PJ racional"
(Miguel Pichetto) y los renovadores (Sergio Massa) se habían portado
razonablemente bien.
Mientras algunos
aúllan en la calle (el mugriento Roberto Baradel debió regresar en primera
clase por Lufthansa para encabezar la "marcha
de las velas") por el crimen de intentar que todos comencemos a pagar
por la energía lo que realmente vale (aún con los aumentos, seguimos pagando
mucho menos que nuestros vecinos), gritan aún más fuerte contra el
endeudamiento, único camino posible para evitar el ajuste realmente necesario
del gasto público que reclaman muchos economistas de nota.
Los legisladores que
quieren torcer el brazo del Gobierno y hacerlo retroceder -algunos hasta han
iniciado acciones judiciales para retrotraer los precios de la electricidad y
el gas a los que tenían a principios del año pasado- no dicen cuál es la
alternativa que ofrecen para financiar los demenciales subsidios que pretenden
renovar. Lamentablemente, las opciones son escasas ya que, si lo lograran, habría
que dejar de invertir en escuelas, rutas y hospitales, la inflación volvería a
desmadrarse y los parques generador, transportador y distribuidor de energía
recaerían en la obsolescencia, con las consiguientes interrupciones del
servicio.
Peor aún, porque
desaparecerían los muchos inversores que acaban de firmar los contratos de
generación de energía renovable (eólica y solar), que no podrían sostenerlos al
no recibir los precios pactados. Y ello repercutiría de inmediato en todos los
campos de la economía; en realidad, la mera discusión planteada ya está
llenando de inquietud a quienes comenzaban a ver nuestro país como atractivo y
observan con preocupación esta nueva muestra de inseguridad jurídica.
Pero, más allá de la
actitud de la oposición, que prueba una vez más la validez del "teorema de Baglini", la
similar reacción de la sociedad en su conjunto le permite competir por el
campeonato: mientras despotrica en las redes sociales y en los medios de prensa
contra las nuevas tarifas, el consumo de electricidad sigue incrementándose a
una velocidad que supera al crecimiento de la economía. Y ello sólo puede
significar una cosa: para una gran parte de la población, la energía sigue
siendo tan barata que puede derrocharla; y no debemos olvidar que, en el otro
extremo económico-social, la tarifa social protege a quienes no pueden pagarla.
También compiten por
el título hipócrita los organismos de falsos y tuertos derechos humanos. Todos
hemos visto las merecidas celebraciones que realizan cada vez que un nieto
desaparecido es identificado y recupera su identidad, y miramos en cobarde
pasividad los escraches que realizan cada vez que a un militar se le otorga el
beneficio de la prisión domiciliaria, que ya goza, por ejemplo, Milagro Salas.
Y qué decir de aquéllos que esperan el juicio en total libertad, como Amado
Boudou, Cristóbal López, Fabián de Souza, Carlos Zannini, Luis D'Elía, Ricardo
Echegaray y tantos otros reos de corrupción o traición a la Patria, mientras
los presos políticos se pudren en las cárceles por prisiones preventivas que
exceden los diez y quince años.
Pero lo que hoy los
hace aspirantes al título es el estruendoso silencio con que han recibido la
noticia de la aparición con vida del Dr. Antonio Manuel Gentile, de cuya muerte
se responsabilizó por años al régimen militar de 1976. No escuché, ni creo que nadie
lo haya oído, decir nada sobre este curioso episodio a Estela Carlotto, Hebe
Bonofini, Horacio Verbitsky o tantos otros panegiristas de los terroristas de
todo pelaje.
Ese silencio tiene
una razón de efectividad conducente ya que, cuando uno recorre el Parque de la
Memoria, comprueba la inclusión, entre las casi ocho mil placas que tienen
nombre de presuntos muertos por represión estatal, a muchos fusilados por las
propias organizaciones guerrilleras, suicidados o caídos al intentar copar
instalaciones militares. Todos sabemos que sus familiares han recibido ingentes
indemnizaciones de parte del Estado nacional; a pesar de que se trata de miles
de millones de dólares, la identidad de sus receptores y los montos pagados en
cada caso se mantienen en la oscuridad por obra y gracia de la Secretaría de
Derechos Humanos, que se niega cerradamente a informar sobre el tema.
Y esto nos lleva a
otro competidor por el título, Sergio Maldonado, que intenta sostener, contra
toda prueba y evidencia, que la muerte de su hermano ahogado en un río del sur
se debió a la represión de la Gendarmería Nacional, y que ya ha logrado cobrar
dos millones de pesos de manos del Estado idiota, que todos mantenemos con
nuestros impuestos.
Transformarnos en un
país serio y confiable, para propios y extraños, nos llevará muchos años, pero
debemos comenzar a recorrer ya mismo ese camino, porque mañana será tarde.
Bs.As., 21 Abr
18
Enrique
Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1avogadro@gmail.com
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