Por Mauricio
Ortín
¿Cómo se
entiende que en la discusión del precio de las tarifas de servicios públicos
(gas, agua y energía eléctrica), esté ausente el costo de dichos servicios?
Semejante despropósito que debe tener alguna explicación. ¿Será que la opinión
pública ha sido ganada por periodistas y políticos populistas que entienden que
el precio del kWh (Kilovatio/hora) debe establecerse en función de lo
“políticamente correcto” en desmedro de lo que el producto efectivamente vale?
¿La célebre afirmación de Friedman: “no existe tal cosa como un almuerzo
gratis” es aplicable a a un metro cúbico de gas natural? El aire es gratis; no
así el agua que sale de la canilla, el gas domiciliario y la electricidad que
distribuye la red. Si el que consume no paga o paga menos de lo que cuesta,
entonces, necesariamente, hay otro que está pagando por él. Vale remachar esta
obviedad porque hay gente que concibe al Estado como un Papá Noel provisto de
una bolsa de recursos infinitos que debe hacerse cargo de la diferencia. Para
fabricar dinero sólo hace falta una imprenta, papel y tinta. Ahora bien, cosa
totalmente distinta y, hasta opuesta, es fabricar (producir) riqueza. Cada
billete que imprime, gasta y malgasta el Estado obtiene valor sólo en la medida
en que representa la riqueza producida por alguien ajeno a él. No es con el
capital propio que los presidentes, gobernadores, intendentes y legisladores
hacen “justicia social” repartiendo subsidios, casas y zapatillas sino con el
dinero de los contribuyentes. Por lo demás, que no pocos destinen parte
sustancial de ese saqueo a la propaganda que los muestra como benefactores de
los desposeídos revela la catadura moral de ciertos sujetos.
Es el caso de
los kirchneristas que, en lugar de política energética, hicieron política
electoral al mantener artificialmente fijo el precio de las tarifas mientras la
inflación subía por el ascensor. El resultado previsible, advertido a coro por
todos los especialistas en la materia, fue el derroche de recursos,
desabastecimiento energético y la desinversión en exploración y producción. Que
los que nos condujeron directo a este colapso se rasguen ahora las vestiduras
por el sinceramiento tarifario es de un cinismo escatológico.
Pero no sólo
ellos sino también la izquierda y los ex kirchneristas de la primera hora
Felipe Solá, Camaño, Maza y demás rompen lanzas contra el “tarifazo” de Macri.
Se compadecen por los que sufrirán el aumento pero nada dicen de los que desde
hace más de una década vienen financiando energía barata para que los
funcionarios hagan populismo y/ o pingües negocios. En Argentina y en la China
la energía se paga lo que vale y lo que no paga uno lo paga otro. La única
manera real de bajar el precio en el corto plazo es bajar o eliminar la carga
impositiva de la tarifa (35% de lo que se paga, promedio); pero de eso ningún
diputado (de la oposición o el oficialismo) habla. Es que hay que pagar dietas
de legisladores, sueldos de ministros, pasajes de avión, asesores, los ranchos
indignos construidos por Milagro Salas y Bonafini, la persecución estatal
infame a los ancianos militares y policías que lucharon contra la subversión,
los gastos corrientes de la familia de Santiago Maldonado, y, no alcanza. De
allí que la parte del león de las tarifas de los servicios públicos vaya para
el Estado, el obligado socio que aparece a la hora del
reparto de las ganancias. Ese dinero es sagrado y ¡guay del que lo toque!
Faltaba más…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!