sábado, 29 de diciembre de 2018

AYER, HOY ERA MAÑANA [1]



“¿Cuándo llegará el día en que senadores y gobernadores pensarán más en el buen gobierno del Imperio que en sí mismos, en sus pequeñas estrategias, en sus rencillas y envidias en esa maldita lucha por el poder que a todos debilitaba, rodeados como estaban de problemas dentro y fuera de los límites del Imperio?”. Santiago Posteguillo

En diciembre de 2015, muchos supusimos que un revivido Rey Arturo había llegado a Camelot, pero no pensamos que el exiguo margen por el que había derrotado a Daniel Scioli (1,5%) -me pregunto cuál habrá sido la realidad para que el peronismo, probado experto en manipular resultados, lo haya aceptado con hidalguía- no daría ya al nuevo Presidente una mayoría, pero al menos una paridad, en el H° Aguantadero.

Mauricio Macri cometió el peor de los pecados originales: no tuvo respeto por la sociedad y, por ello y aconsejado por Jaime Durán Barba, se abstuvo de explicar qué explosivos a punto de estallar contenía el paquete que recibía de Cristina Kirchner quien, tal vez por miedo a los daños colaterales, hasta se negó a entregarle en mano. Así, la ciudadanía no pudo tomar conciencia de la magnitud de la catástrofe que se cernía sobre ella, porque tampoco se le dijo que, a partir de entonces, sólo podía aspirar a sangre, sudor y lágrimas.

Macri configuró un multitudinario gabinete de iguales con sus caballeros de la mesa redonda que, carentes de todas experiencia en el manejo de la cosa pública, incurrieron en un sinnúmero de errores garrafales, tanto en materia de comunicación cuanto en la instrumentación de las políticas, y a ello sumaron la indecisión y el retroceso, cuando “la calle” -ese ámbito en el que sólo se expresa el kirchnerismo y sus aliados circunstanciales- les impuso su credo del terror.

Nuevamente, muchos dimos un crédito a Cambiemos, hasta que pudiera revalidar sus títulos en las elecciones legislativas de 2017, y la ciudadanía, movilizada para controlar las urnas, lo garantizó. Pero tampoco entonces se vio un cambio en las actitudes claves que los argentinos esperan, desde siempre, de sus mandatarios: firmeza, decisión, autoridad, ejercicio del monopolio de la violencia legal, férrea postura a favor de la plena vigencia de las garantías constitucionales, austeridad y transparencia.

El Gobierno, nuevamente, volvió a desilusionar a muchos, no porque no supiera que esos muchos -que, además, lo habían votado- tenían razón, sino porque padeció un paralizante miedo a la reacción de esa “calle”, que carece de votos pero cuenta con experimentadas tropas a la hora de apedrear policías y destruir el espacio público.

Hoy resulta, por cierto, muy fácil establecer a qué suma de factores se debe el sideral “riesgo-país” que califica a nuestro país con un ranking crediticio tan malo como algunas naciones de África subsahariana o Venezuela. Ese índice, que muestra la diferencia que los mercados marcan en la tasa de interés a la Argentina Vs. a los Estados Unidos, refleja claramente cuánta desconfianza inspiramos al mundo.

En la desequilibrada balanza pone, con toda razón, nuestra historia de “defaulteadores” seriales, la carencia de un plan económico claro, los déficits públicos, la indecisión del Gobierno y su dificultad para imponer la agenda de reformas laborales y previsionales, la falta de competitividad de nuestra economía, la enorme presión tributaria, los problemas sociales derivados de un altísimo índice de pobreza, el aumento del peso de la deuda y, por supuesto, la brutal inflación, que alcanzará al 48% anual.

Le suma las incertidumbres que depara una mutación global de impredecibles resultados, derivada de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la suba en las tasas de la FED, la renovada importancia militar de Rusia y su creciente presencia en América del Sur, el anunciado retiro de las tropas norteamericanas de Siria y Afganistán y el consecuente abandono de sus aliados tradicionales, el Brexit y las distintas crisis separatistas o populistas que afectan a las naciones de la Comunidad Europea, etc.. Esos hechos golpean a todos los países pero, claro, mucho más a los que presentan economías tan frágiles como la argentina.

Adiciona, por último, la probabilidad de un retorno al clepto-populismo que traería consigo un nuevo aislamiento internacional, salvo respecto a Cuba, Nicaragua, Venezuela, Rusia e Irán. Y, por supuesto, escuchan a la noble viuda cuando jura que recreará la Justicia “popular” y avanzará contra la prensa libre, ven que un consejero del Papa invade un canal de televisión privado, y sus preocupaciones aumentan geométricamente.

Obviamente, la alternativa para terminar con ese riesgo tan determinante se cifra en impedir que la ex Presidente compita personalmente, como sucedió con Luiz Inácio Lula da Silva; pero la decisión de enviar, como corresponde, a Cristina Kirchner inmediatamente a prisión depende, exclusivamente, del H° Aguantadero que, al menos por ahora, la protege con sus inconstitucionales fueros. Sin embargo, creo que el terror que padecen los propios legisladores peronistas ante la posibilidad de que vuelva a tener un poder omnímodo y, con ello, rueden las cabezas de todos los que considera traidores -aún aquéllos que se dieron vuelta y hoy la obedecen- podría derrumbar ese muro si, más adelante, una victoria suya se transformara en altamente probable.

Me parece que ha llegado para Cambiemos el momento de decidir: olvida su intención de tener en octubre a Cristina Fernández como sparring, o el riego-país seguirá escalando hasta el infinito. Es claro que se trata de una dura opción ya que, si va presa, el peronismo no K podría poner en duda el sueño reeleccionista pero, por otro lado, una fuerte disminución en las tasas permitiría acceder a créditos internacionales que potenciarían el plan de inversiones en infraestructura, hoy frenado.

Gracias a Dios, las tradiciones violentas de diciembre parecen haber pasado al olvido y eso permitirá que tengamos un fin de año en paz, aunque todavía sin justicia ni concordia. Contra todas las expectativas que había dejado el triunfo de Cambiemos en las legislativas de 2017, el 2018 resultó indudablemente catastrófico, por un cúmulo de factores exógenos (sequía y conflictos internacionales) y los muchísimos errores no forzados del Gobierno. Ahora nos vemos frente a un año que será muy complicado, tanto por la inminente campaña electoral cuanto por el arrastre inflacionario; nuestro pasado, una vez más, nos condena.

Por eso, sólo puedo desear el mejor 2019 posible (que no será mucho) para usted y su familia.

Bs.As., 29 Dic 18

Enrique Guillermo Avogadro
Abogado


[1] Tango de Acho Astol.

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