Por Héctor Schamis
24 de agosto de 2019
@hectorschamis
Los rostros de Fidel Castro, Néstor Kirchner, Lula da Silva y Hugo Chávez |
Como corriente
intelectual y movimiento político, el socialismo se organiza alrededor de la
noción de igualdad. Ello supone interpretar la desigualdad no como fenómeno
pre-político sino, por el contrario, como el resultado de específicas
relaciones de clase, o sea de propiedad, e instituciones jurídicas, políticas e
ideológicas que las reproducen en el tiempo.
La crítica está
dirigida al Estado liberal, garante de un orden social basado en la igualdad
formal-derechos y garantías constitucionales-junto con la desigualdad material-propiedad
privada. A consecuencia de estas
premisas, en el capitalismo la democracia es “burguesa”, pues el sufragio y la
competencia electoral no modifican dichas relaciones de propiedad.
Es decir, las masas
proletarias no podrían votar por la socialización de los medios de producción
si así fuera su preferencia. De ahí que
para el pensamiento marxista la democracia con capitalismo era una fórmula
contradictoria y, como tal, insostenible. El voto no tenía sentido, solo la
estrategia revolucionaria y la construcción del régimen de partido único lo
tenían. Así es como en el socialismo de
Estado la dictadura del partido actúa en nombre de la dictadura del
proletariado.
Pero todo ello hasta
el compromiso socialdemócrata, fenómeno de principios de siglo XX y verdadera
revolución copernicana. Planteó que el
interés de los trabajadores se hallaba mejor representado por la combinación de
democracia competitiva y Estado de Bienestar en una economía con propiedad
privada. Pues ahora sí el voto cobraba sentido, participar no solo era
racional sino necesario.
Fue el triunfo de la
estrategia reformista dentro del debate socialista, la certeza que las
reivindicaciones de los trabajadores se lograrían dentro de la democracia
capitalista. Así funciona el llamado “modelo nórdico”, sociedades con la mayor
equidad social y mayor libertad individual del planeta.
Antonio Gramsci, la Cultura y el Eurocomunismo |
Esta tendencia fue
luego reforzada por el Eurocomunismo en los años setenta. La ruptura del
comunismo francés, español e italiano con Moscú fue un parteaguas que corroboró
la inviabilidad del stalinismo. La Perestroika y el Glasnost de los ochenta les
daría la razón, la caída del Muro de Berlín, a su vez, sepultó al
Estado-partido bajo sus propios escombros.
Todo esto para
subrayar que ninguna revolución
cognitiva[1]
comparable ocurrió con la izquierda en América Latina, lo cual afecta la salud
y estabilidad de la democracia. Es una izquierda que no se reconoce en la idea
socialdemócrata y cuya propia apertura fue efímera y superficial. Y ello debido
a otra revolución, y no de paradigma: la
revolución cubana y la construcción del relato castrista[2].
Ha sido Fidel Castro, de hecho, una suerte de Sherezada[3]
del continente, el que definió la identidad de esa izquierda y la capturó
intelectualmente. El narrador de historias, el autor de cuentos surgidos de
cuentos, tal como en Las mil y una noches. Es
él quien le ha dado sentido y sinsentido a “ser de izquierda”, una
desafortunada narrativa de las relaciones hemisféricas basada en la repetición
ad nauseam[4]
de leyendas. Una prosa organizada alrededor de una épica ficticia, el hombre nuevo, recreada
interminablemente a través de mitos: el
bloqueo, en lugar del embargo, la igualdad, la salud y la educación del
socialismo de Estado, supuestamente modelos.
Esa narrativa
trastabilló en los noventa con la transición postcomunista en Europa y la
terminación de los subsidios de Moscú. Los Castro se atrincheraron para
resistir el período especial. Del
socialismo de Estado solo quedaban ruinas, económicas tanto como éticas e
intelectuales. El relato era un disco rayado sin contenido.
Pero ello fue breve,
la longevidad de la "generación histórica" fue recompensada por
Chávez y en barriles. Después del fallido golpe de 2002, Venezuela se acercó
más a Cuba. En 2004 se creó ALBA, en 2005 se fundó Petrocaribe y más tarde, la
CELAC. La política exterior del chavismo
abrió la puerta para el reingreso de la influencia cubana en América Latina.
Y con ello se diluyó
la posibilidad de construir una izquierda democrática. Se habla siempre de la
amenaza populista a las instituciones democráticas, problema cierto pero
exagerado. Nótese las tres experiencias populistas más ricas de la historia
latinoamericana. En los noventa, el PRI se sometió a la competencia electoral.
Supo cuándo, y cómo, dejar el poder para seguir existiendo. Getúlio Vargas[5]
preparó su partida formando dos partidos que le sobrevivieron, el PSD y el PTB.
Hasta la llegada de los Kirchner, el
peronismo resolvió la crisis de la muerte de su fundador creando “un partido
político normal”, para ganar y también perder elecciones, lo cual ocurrió
en varias ocasiones.
Esto es, el populismo originario resolvió el
problema de la sucesión por medio de la alternancia. Es la izquierda la que
adoptó los principios leninistas de partido único, sin alternancia y con un
ejercicio stalinista del poder. Lo ilustra bien el chavismo. Alguna vez quizás populista, hoy sin regla
sucesoria ha perecido como identidad política en esta mutación stalinista,
convertido en protectorado cubano bajo un Estado capturado por un conglomerado
criminal.
Así se ha truncado la
construcción democrática en América Latina. Antes causado por las dictaduras
militares, hoy ello es obra de una
izquierda cuyo cordón umbilical termina en La Habana. La política
necesariamente suma cero cuando los actores políticos principales quieren todo
el poder para sí, todo el tiempo. Pues
solo en una democracia liberal es concebible abordar simultáneamente el derecho
a la propiedad privada, a la participación política irrestricta y a la justicia
social, es decir, a la igualdad.
La izquierda de
América Latina por cierto que necesita producir una revolución, pero una
revolución cognitiva.
NOTA:
Algunas imágenes, referencias y destacados no corresponden a la nota original.
[1] Es el nombre que se ha dado al paso
del conductismo al cognitivismo
como paradigma de la comunidad científica en psicología.
[2] En las diversas gestiones de gobierno,
desde 1983 a la fecha, el oficialismo de
turno trató de construir un relato favorable de la realidad de la situación
existente, acción que tropezó con la
realidad misma. Una realidad que se muestra insistente y, sobre todo, inoportuna
para quienes ocupan el poder. El relato más nocivo, sin duda alguna, ha sido
desde 2003 a 2015 período en el que se puso en riesgo la salud de la
democracia.
[3] Es el
personaje y la narradora principal de la recopilación de cuentos en farsi titulada
Las mil y una noches.
[4] Es una falacia en la que se argumenta
a favor de un enunciado mediante su prolongada reiteración, por una o varias
personas. La apelación a este argumento implica que alguna de las partes incita
a una discusión superflua para escapar de razonamientos que no se pueden
contrarrestar, reiterando aspectos discutidos, explicados y/o refutados con
anterioridad. Esta falacia es utilizada habitualmente por políticos, creyentes
religiosos y retóricos, y es uno de los mecanismos para reforzar leyendas
urbanas al repetir determinadas afirmaciones verdaderas o falsas hasta
asentarlas como parte de las creencias de un individuo o de la sociedad,
convirtiéndolas en verdades incontestables.
[5] Fue un
político brasileño cuatro veces Presidente de la República de Brasil (1930-1934
en el Gobierno Provisorio; 1934-1937, en el gobierno constitucional; 1937–1945,
en el Estado Novo; 1951-1954, presidente electo por voto directo). Fue probablemente el más importante y polémico
político brasileño del siglo XX, siendo que su influencia se extiende hasta hoy
día. Su herencia política es reclamada, al menos, por dos partidos actuales: el
Partido Democrático Laborista (PDT) y el Partido Laborista Brasileño (PTB).
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