Crédito de edición: Prisionero en Argentina |
Creo
que hoy, aún entre aquellos que en su momento lo apoyaron, son pocos los que dudan que el golpe del 24 de marzo fué un error
garrafal de la conducción de las Fuerzas Armadas. En 1973 luego de que
Perón, al ser consciente de la traición de Cámpora, pidiera la cabeza de éste,
él y su mujer son elegidos para el período que terminaría el 25 de mayo de
1977, es decir que entre el 24 de marzo de 1976 y el fin del período
presidencial había, aproximadamente, catorce meses. Es cierto que no intentar restaurar un orden que se había deteriorado
de manera casi absoluta, era una jugada demasiado temeraria, ya que la
subversión seguía en una posición de fuerza que obligaba a definiciones
apresuradas.
Si
bien era un riesgo muy grande sostener a un gobierno débil -luego de la muerte
de Perón- que se debatía entre las apetencias sindicales y empresarias y el
corset de hierro del peronismo político que, por la ineptitud intrínseca de sus
dirigentes, jamás hubiera podido implementar medidas eficaces, a lo que se sumaba el aumento de la actividad
guerrillera que a la fecha contaba con, aproximadamente, 7.100 combatientes
entre Montoneros, 6.000, y estimados 1.100 del ERP[1]
combatientes a los que había que sumarles otros 35.000 individuos de apoyo,
logístico y sanitario, y activistas de organizaciones de superficie.
Con
este panorama, si el golpe del 24 de marzo no se hubiera realizado hubiera
obligado a los políticos a tomar actitudes enérgicas o a desaparecer de la
escena nacional, a la sociedad argentina a tomar parte activa, más allá de sus
pedidos cotidianos de patíbulos para los subversivos, en los problemas
derivados de la actividad guerrillera y, como correlato de esto, se hubiera producido a lo largo del país la
guerra civil peronista que habría posibilitado preservar a las Fuerzas
Armadas de determinadas situaciones imposibles de soslayar en una guerra sucia.
Estas acciones que el golpe de marzo
impidió, sobre todo la guerra civil peronista, hubieran dejado a la Argentina
en una situación muy diferente de la que hoy se vive.
La guerra civil peronista
que por falta de percepción impidieron los comandantes al levantarse contra
Isabel, no era algo muevo ni desconocido.
Empezó a gestarse con el fracaso de la Revolución Libertadora y, aunque sus
causas son variadas, quizás la más importante en sus comienzos haya sido la
ambigüedad con que Perón se manejó, ambigüedad que hizo que los dirigentes que
quedaban en el país buscaran hacerse depositarios de la “ortodoxia” y por ende del favor del “Viejo”, actitudes que irían generando entre ellos rispideces que,
lenta pero inexorablemente, irían creciendo en violencia. A esto debemos agregar las tácticas pendulares de Perón que, una vez en
el exilio, incorporó a la izquierda en sus oscilaciones.
Delia Degliuomini de Parodi |
Sería
estúpido creer que la entrada de grupos de izquierda en el peronismo fue obra
de estudiadas estrategias “entristas” de estos grupos; nada más
lejos de la verdad, esos grupos entraron en el peronismo de la mano de Perón.
Ya en 1964, en una carta a Delia Degliuomini de Parodi[2],
Perón expresaba que: “'[si los militares persisten en su actitud]
no tendremos, aún contra nuestra voluntad, más remedio que recurrir a los que
nos están ofreciendo ayuda desde hace tanto tiempo (…) por esa razón, no hay
que ocuparse demasiado de combatir el comunismo”, La posterior
correspondencia que mantiene Perón con FAR Montoneros nos da una exacta medida
de que pretendía Perón cuando les dice en su carta a la conducción de
Montoneros: “Totalmente de acuerdo en cuanto afirman sobre la guerra revolucionaria.”[3],
carta en la que incluso se muestra de acuerdo con el asesinato de Aramburu.
Ratificando esta posición, pocos días después, en su mensaje a la juventud
declara que: “Tenemos una juventud maravillosa, que todos los días está dando
muestras inequívocas de su capacidad y grandeza. (...)”[4].
En verdad, el General sí que sabía sobarle el lomo a quienes necesitaba
mientras mantenía estrechas relaciones con aquellos a los que la Tendencia
Revolucionaria y la JP detestaban.
La Masacre de Ezeiza, marcaron el inicio de una serie de enfrentamientos violentos entre la izquierda y la derecha peronista |
El cinismo, pero también la
inteligencia de Perón hicieron el resto, y las jefaturas de las organizaciones
peronistas radicalizadas se comieron el verso de general, no así el ERP, para
quien Perón era un burgués contrarrevolucionario[5]. Lo
que eran ataques esporádicos de la izquierda peronista a la “burocracia sindical” de la CGT quedaron
en evidencia el día de la vuelta del “Viejo”
a la Patria. Llegado en olor de multitudes, la fiesta terminó en una de las
peores tragedias del peronismo cuando las “orgas”
de la derecha peronista, todas bajo el mando de un íntimo de Perón, el coronel
Osinde, se enfrentaron con FAR y Montoneros y armaron un degolladero de
proporciones admirables. Pocos son los que habiendo estado allí quieren hablar
y tampoco son muchos quienes han visto la película que filmó el servicio de
inteligencia de la FAA, incluso es probable que haya sido destruido; los cadáveres despatarrados o colgados de
los árboles de Ezeiza eran demasiados
como para que se celebrase como un triunfo la vuelta del viejo coronel.
Somaten |
Es
probable que fue en esos momentos donde, además de no hablar nunca más de
socialismo nacional ni de jóvenes maravillosos, a Perón se le ocurrió retomar
la idea del Somatén[6],
ya que, según cuenta Gloria Bidegain, Perón, en una reunión con su padre, Oscar
Bidegain, en Madrid, meses antes de su vuelta, le dijo a éste: “Lo
que Argentina necesita es un somatén”. Esto muestra que la idea de una “orga” paramilitar que le parara los
pies a la guerrilla estaba en la mente de Perón mucho antes de su regreso ya
que el entendía que luego del asesinato del Juez Jorge Quiroga y el
extrañamiento de los integrantes de la Cámara Federal que lo secundaban no
podía contar con que la justicia argentina tomara cartas en el tema guerrilla.
Además, como estudioso en profundidad de los conflictos bélicos sabía que en una guerra contra el terrorismo, siendo
el terror el arma a utilizar, prevalecía quien la usaba mejor, y era consciente
que en este tipo de guerra era menester la eliminación física -fuera de las
leyes de guerra y, menos aún, civiles- de no solo los combatientes, sino,
principalmente de aquellos que cumplían funciones auxiliares -logísticas,
sanidad, reclutamiento, etc.- o políticas en las organizaciones paralelas de
los grupos guerrilleros y que era
necesario el uso de la tortura como medio para obtener información rápida de
las actividades subversivas.
Perón
imaginaba un somatén, ya que entendía que estas actividades no debían estar en
manos de los militares, salvo en circunstancias excepcionales, y que debía
dejarse a estos la defensa de los cuarteles y operaciones territoriales, pero
que era necesario tener para las
acciones “por izquierda” una
organización armada paraestatal que se encargara de las actividades reñidas con
las leyes de la guerra, de ahí su idea de la necesidad de una estructura
paramilitar en la Argentina.
José López Rega (de Cabo a Comisario General) |
Que
los lameculos de siempre, para salvar la figura de Perón, quieran hacernos
creer que el Somatén que se movió por Argentina, la AAA (Alianza Anticomunista Argentina), fue un invento de López
Rega es un insulto a la inteligencia. Creer que un cabo de policía con un
disminuido coeficiente intelectual haya sido capaz de dar los lineamientos de
una agrupación terrorista que hizo, desde 1973 a fines de 1975, un trabajo más
que “aceptable”, consiguiendo
información, eliminando o haciendo exiliarse a muchos simpatizantes o
integrantes de las organizaciones de superficie de Montoneros y el ERP no es otra cosa que una fábula destinada a
salvar a Perón, haciéndole creer a las generaciones posteriores que él desde
su pedestal era incapaz de mancharse las manos con la sangre de hermanos.
Obviamente, para sostener esto hay que cerrar el cerebro y olvidarse de
Cipriano Reyes o de como trató a los obreros gráficos en 1948 o a los
ferroviarios en huelga en 1950.
A
partir de los enfrentamientos de Ezeiza y,
especialmente, luego del asesinato de José Ignacio Rucci las operaciones
entre la derecha peronista y las “orgas”
subversivas se fue aproximando a una
creciente guerra civil abundante en emboscadas, bombas, torturas y asesinatos;
el mismo Perón se encargó de soltarle el freno a la AAA, cuando a principios de octubre firmó la orden
reservada del Consejo Superior Peronista donde movilizaba a “todos
sus elementos humanos y materiales para afrontar esta guerra…”[7]
y, para que no quedaran dudas, en el punto 9 de la misma, referido a los
medios de lucha, decía: “Se utilizarán todos los que se consideren
eficientes, en cada lugar y oportunidad. La necesidad de los medios que se
propongan, será apreciada por los dirigentes de cada distrito…”[8]
Este
“llamado a las armas” quedaría
refrendado en diciembre cuando en declaraciones al diario La Opinión dijo
Perón: “Sobre la violencia yo tengo mi criterio formado (...) Nosotros estamos
creando los anticuerpos, porque es la mejor manera de combatirlos y terminar
con ese tipo de delincuencia”[9],
conceptos que ratificó en enero de 1974 luego del asalto del ERP a los
cuarteles de Azul, por cadena nacional cuando de manera expresa dijo: “El
aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a
todos los que anhelamos una Patria justa, libre y soberana…”[10]
Perón era militar y tenía
una absoluta consciencia de lo que significaba el verbo aniquilar y exterminar.
Hacia
mediados de julio de 1975, habiendo renunciado López Rega, la AAA fue disuelta.
En el año y diez meses que tuvo “vigencia”, la AAA eliminó a
aproximadamente 1.100 personas que pertenecían a las “orgas” guerrilleras o eran integrantes de agrupaciones de
superficie de éstas; se dice que los integrantes de la AAA una vez
disueltas estas pasaron a depender de la UOM, otros alegan que fueron disueltas
porque las agrupaciones que la componían habían tomado un sesgo independiente y
nadie las controlaba en su totalidad. De cualquier manera, las acciones contra
las agrupaciones de superficie de la guerrilla siguieron hasta el 24 de marzo
de 1976.
Solo
la falta de imaginación de los comandantes alzados contra Isabel Perón hizo que
las “orgas” que componían la AAA
fueran desarticuladas y no utilizadas en la guerra antisubversiva para los
menesteres que había pensado Perón. Por necedad o soberbia de los comandantes,
al arrogarse el uso de la violencia, la nación perdió la oportunidad de ser testigo de la guerra civil peronista y que el
remanente de ésta, de derecha o izquierda, cargara con los errores que toda
guerra sucia conlleva.
Jose Luis Milia
NOTA: Las imágenes
y destacados no corresponden a la nota original.
[2] Delia
Degliuomini de Parodi (1913 - 1991) fue una política peronista argentina,
estrecha colaboradora de Eva Perón y una de las fundadoras del Partido
Peronista Femenino (PPF).
[3] Carta
de Perón a Montoneros. 20/02/1971. Archivoperonista.com.
[5] “Por el contrario, de los hechos expuestos
surge con claridad meridiana que el verdadero jefe de la contrarrevolución,
(…), y el verdadero jefe de la política represiva, que es la línea inmediata
más probable del nuevo gobierno, es precisamente el General Juan
Domingo Perón”. Mario Roberto Santucho. Editorial. “El Combatiente” julio de 1973.
[6] El
Somatén era antiguamente una milicia ciudadana organizada para colaborar en la
seguridad en los pueblos y campos de Cataluña.
[7] Consejo
Superior Peronista. Orden Reservada del 1° de octubre de 1973.
[9] Declaraciones
de Perón al diario La Opinión el 19 de diciembre de 1973.
[10] Discurso
de Perón por Cadena Nacional el 20/01/1974.
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