Por
Jorge P. Mones Ruiz[1]
08.03.2020
Acaso
Julio Verne sea uno de los más destacados autores de novelas de ciencia
ficción, las que con el transcurrir del tiempo dejaron de serlo para
convertirse en realidad. Predijo con gran exactitud, en sus relatos
fantásticos, la aparición de algunos de los productos generados por el avance
tecnológico del siglo XX. Fue condecorado con la Legión de Honor de Francia por
sus aportes a la educación y a la ciencia.
Una
de sus novelas, diríamos profética, fue “De
la Tierra a la Luna”, publicada en 1865. Un gigantesco cañón instalado en
Cabo Cañaveral, en la Florida (EEUU), era la plataforma de lanzamiento de un
proyectil (cápsula) que llevaba varios tripulantes hacia el satélite de la
Tierra. El título original de la novela incluye la estimación que el autor hacía
de la duración del trayecto: 97 horas, es decir, 4 días y 1 hora.
Un
siglo y 4 años después, en 1969, la NASA realizó el primer viaje tripulado a la
Luna con la misma duración: 4 días. Apolo 11 fue la nave espacial impulsada por
un cohete Saturno V lanzado desde una plataforma sita en el complejo de Cabo
Kennedy, en la Florida (EEUU), mismo lugar imaginado por Julio Verne para su
obra.
Ya
en el siglo XX, dos notables novelas fueron publicadas, las que conviene ser
analizadas a la luz de nuestro presente, deseando que a diferencia de la
anterior no sean proféticas
Una
de ellas es “Un mundo feliz”, la
novela más famosa del escritor británico Aldous Huxley, publicada por primera
vez en 1932. En ella el autor anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva,
cultivos humanos e hipnopedia (lavado de cerebro) para que los individuos crean
ciertas “verdades” morales, las que
combinadas con el manejo de las
emociones por medio de drogas, se pueda cambiar radicalmente la sociedad. El
mundo aquí descripto podría ser una utopía, aunque irónica y ambigua, ya que si
bien la guerra y la pobreza han sido erradicadas y todos son aparentemente
felices, la paradoja es que todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar
muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la
ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y el amor.
Esta
“utopía” de “Un Mundo Feliz” se basa en cuatro mecanismos utilizados por un
“Estado Mundial”, y son: 1. Condicionamiento de los niños (hipnopedia); 2.
Sistema científico de castas; 3. Sustituto del alcohol y los narcóticos por el
soma (droga alternativa que permite una especie de evasión alucinante de la
realidad); 4. Sistema de eugenesia: creación de humanos a partir de tubos de
ensayos para evitar errores, eliminando los genes indeseados para perfeccionar
la especie humana, o sea, la uniformización del producto humano. Sin embargo,
este mundo ha sacrificado valores humanos esenciales, y sus habitantes son
procreados in vitro a imagen y semejanza de una cadena de montaje.
Otra
obra literaria, muy citada últimamente como advertencia frente al devenir de la
sociedad mundial, y en particular la nuestra - por la sucesión de hechos
políticos y sociales que nos acucian -, es
“1984”, una novela política de
ficción escrita por George Orwell entre 1947 y 1948.
En
ella sobresalen el omnipresente y vigilante Gran Hermano, la Policía del
Pensamiento y de la neolengua, que es una adaptación del idioma inglés en la
que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el
principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.
Describe una sociedad donde se manipula la información y se practica la
vigilancia masiva y la represión política y social. El término “orwelliano” se ha convertido en
sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes
totalitarias y represoras como las representadas en la novela.
A
través de una historia intrincada, con temas como el lavado de cerebro, el
lenguaje, la psicología y la inventiva encaminados al control físico y mental
de todos los individuos, la educación totalitaria de la juventud, etcétera,
Orwell relata la historia trágica y aparentemente emancipadora de dos
protagonistas, quienes tratan de escapar de un sistema donde la intimidad y el
libre pensamiento están prohibidos.
Utopía,
es un término inventado por el escritor y humanista inglés Tomás Moro para su
libro homónimo, que significa “lugar que
no existe”. En este sentido, como utopía también se puede considerar un
modo optimista e ideal de concebir cómo nos gustaría que fuera el mundo y las
cosas. Es un objetivo inalcanzable, pero que se puede o se debe tender hacia
él.
Debido
a su importante carga idealista, la utopía propone el diseño de sistemas que
mejoren la calidad de vida de la sociedad, y se extienda a otras áreas de la
actividad humana, surgiendo utopías económicas, políticas, sociales,
religiosas, educativas, tecnológicas y ecologistas o ambientalistas.
El
libro de filosofía más importante por su contenido utópico es “La República” de Platón, en el cual el
discípulo de Sócrates formula su pensamiento político y sus ideas en torno a
cómo debería funcionar una sociedad para alcanzar la perfección.
Los
autores de las tres novelas mencionadas (Verne, Huxley y Orwell) tienen en
común que son futuristas. El francés demostró ser predictivo, pero los dos
británicos aún no lo sabemos. Esperemos que no, ya que ambos describen en sus
obras “utopías” que no son tales. Por
el contrario, son “distópicas”.
La “distopía” (“lugar malo”) es el término opuesto a utopía; es así que propone un
mundo imaginario que se considera indeseable, en el cual las contradicciones
políticas e ideológicas son llevadas al extremo. De esta manera, se anticipan
ciertos métodos de conducción de la sociedad que se traducen en sistemas
injustos o crueles. A partir de allí, se deriva lógicamente a un régimen
totalitario, que reprime al individuo y sus libertades en procura de un “supuesto” bienestar general, que no es
tal. En esto consiste el mundo feliz de Huxley y la trama de Orwell.
Por
todo lo mencionado, es preocupante cuando mencionamos las novelas distópicas
para referirnos a la Argentina actual. Tal inquietud, sin embargo, se
fundamenta en situaciones que nos alertan sobre un futuro cuya probabilidad de
ocurrencia aún no podemos valorar, pero que podría ser el que posiblemente
afecte a nuestra descendencia.
La
tan mentada “grieta” y la inequidad
política - social, la intención de legislar sobre el negacionismo, el auge y
aumento de la droga, la pérdida de valores, la historia malversada por la
posverdad o el “relato”, la
indisciplina y la violencia social, el concepto de autoridad y las
instituciones quebradas, la ley del aborto, la manipulación genética, el
control o accionar de los medios de comunicación “idiotizantes” como agentes de la contracultura, el manejo
discrecional de la justicia, la ideología de género, el contumaz vilipendio a
la Iglesia, la generación de ciudadanos “mutantes”
que ni estudian ni trabajan, pero se drogan (presentes en ficciones literarias
y el cine), el avance del estado sobre la propiedad privada y la educación de
nuestros hijos sin injerencia familiar, la falta de respeto a las tradiciones y
cultura nacionales, hasta la pretensión de modificar el lenguaje (como en “1984”)…en fin… todo esto, sumado a la
incapacidad de una clase dirigente, en general, que no supo o no quiso,
procurar el bien común de la sociedad argentina, nos debe hacer pensar que los
dos autores británicos, al igual que Julio Verne, podrían resultar proféticos.
Y, entonces, debemos sí preocuparnos.
La
pretendida “utopía revolucionaria” de
la otrora juventud “setentista,
maravillosa e idealista”, parece haberse encaminado paulatinamente hacia la
“distopía revolucionaria” argentina,
gracias a aquellos jóvenes, hoy adultos burgueses consumados que cambiaron la
barricada, el monte, la bomba y el fusil por la política, los negocios, la
cultura y la comunicación social, pasando la “posta” a nuevas generaciones de imberbes.
Cumplida
esta distopía, los británicos aludidos habrán igualado a Julio Verne y la
sociedad argentina, como mansa majada, se arrepentirá de haber confiado su voto
a los lobos que se acercaron disfrazados de ovejas y que, engañando a todos,
prometían “un mundo feliz”.
Confío
que este último párrafo, patéticamente distópico, sea en realidad utópico…para
que no se cumpla jamás.
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