Quienes por edad fuimos testigos de la violencia política de los años '70, que generó la peor de las
guerras entre hermanos. Fue un baño de sangre innecesario y desatado en forma
unilateral por las organizaciones político-militares, quienes atacaron a la
sociedad durante un gobierno democrático elegido por la mayor cantidad de votos
de la historia nacional[1].
La primera reacción a esa agresión provino de la organización criminal
denominada Triple A, que nació del
mismo movimiento político que ejercía el gobierno. Fue pensada y ordenada por
el mismo jefe de estado e instrumentada a través de su ministro de Acción
Social, José López Rega (a) el Brujo.
Nunca se efectúo una investigación oficial de las actividades
violentas que se iniciaron dentro del mismo peronismo, desde el 20 de junio de
1973 -“la matanza de Ezeiza”- y hasta
el 24 de marzo de 1976 -golpe militar pedido por la mayoría de la ciudadanía y
políticos-. Tampoco lo hacen las Organizaciones de Derechos Humanos, para ellos
ese período no existió.
Ahora la vicepresidente de la Nación, Cristina Elisabet Fernández
Vda. de Kirchner, pretende avasallar la división de poderes y su abogada amenaza
con escribir la historia con sangre.
De nuestro doloroso pasado reciente ¿NO APRENDIMOS NADA LOS ARGENTINOS?
¿El NUNCA MÁS es solo para
un sector de nuestras instituciones? ¡No señores!
Es para toda la sociedad y debemos detener todo intento de violencia, más ante el
enfrentamiento de una pandemia que tiene en vilo a toda la humanidad.
La justicia debe estar a la altura de las circunstancias, actuar
rápida, eficiente y objetivamente. NUNCA
MÁS A LA VIOLENCIA POLÍTICA y NUNCA MÁS A LA CORRUPCIÓN GENERALIZADA. La
impunidad se acabó para todos, no hay excepciones.
El estado debe cumplir con el art. 18 de nuestra Constitución
Nacional[2] y el principio de
la Ley Igualitaria[3]
GRAVÍSIMA AMENAZA A LA PAZ
SOCIAL
Un contrato social y político vigente desde 1983 fue destruido por
un desquiciado tuit de pocas palabras. Ese pacto implícito señalaba un nunca más a la violencia política,
después de que la Argentina sufriera en los años 70 los criminales desbordes de
la guerrilla y de la represión. El proceso de ruptura lo inició Graciana Peñafort, directora de Asuntos
Jurídicos del Senado, quien escribió, en una clara y pública presión a la Corte Suprema, que el tribunal “debe decidir ahora si vamos a escribir la
historia con sangre o con razones, porque la escribiremos igual”.
Se refería a la presentación de su jefa, Cristina Kirchner, ante
la Corte para que esta le informara si es constitucional una reunión telemática
del Senado en la que se tratará el proyecto de su hijo, Máximo, sobre un
impuesto a las grandes fortunas. Si el tuit de Peñafort, alta funcionaria del
Senado, ya era una amenaza a la paz social, el mensaje escaló hacia una fase
mucho más grave cuando la propia Cristina retuiteó aquella frase de Peñafort. “Imperdible”, la calificó, y la hizo
suya. Cristina ya no está sentada en su casa ni dedicada a la tramoya política
en el Instituto Patria; es la vicepresidenta de la Nación. ¿Existe la amenaza de una guerra civil? ¿De una resucitación de la
lucha de clases? ¿De un regreso a la violencia política en alguna de sus
formas? Ninguna historia se escribe con sangre si no hay violencia en el
medio. Cualquier alternativa es posible.
A Cristina Kirchner le
costó siempre (y mucho más a sus seguidores) entender que las palabras
violentas son el precedente necesario de los hechos violentos. El kirchnerismo frenó en su momento el proceso en el que los grupos insurgentes de los años 70
admitían que la vía armada había sido un error. Lo hizo cuando convirtió la acción de la guerrilla
setentista en una hazaña épica. Ni Néstor ni Cristina Kirchner tuvieron
participación alguna en la defensa de los derechos humanos durante la dictadura
ni habían participado antes de la sublevación armada. Se construyeron como
héroes tardíos de una revolución que no fue. En rigor, ni siquiera conocían
profundamente el proceso de revisión del pasado que ocurrió desde 1983 con el
juicio a las juntas militares. Tampoco
sabían que la democracia promovió contratos implícitos para restablecer la paz
social. Uno de esos contratos, tal vez el más importante de todos, es el
que acaba de romper Cristina Kirchner haciendo suya una frase desgraciada de su
abogada predilecta. Era el que impedía
la restauración de la violencia política o la incitación a ella. Llama la
atención que ni el Gobierno ni gran parte de la dirigencia política hayan
tomado distancia de semejante desvarío.
Tampoco la vicepresidenta tiene en cuenta que cuando presiona
bruscamente a la Corte lo está haciendo una imputada en muchas causas por
supuesta corrupción que planteó apelaciones ante ese tribunal, que este no
resolvió aún. Una de esas apelaciones, la más inconcebible de todas, es la que
reclama una auditoría de toda la obra pública desde 2003 hasta 2015. La estrategia es perfecta: nunca
llegaremos a conocer los resultados de esa auditoría, si es que la Corte la
autoriza. Solo el paso del tiempo declararía inocente a Cristina. Entonces, ¿la
presión la ejerce la vicepresidenta de la Nación o la imputada que tiene
expedientes en trámite en la Corte? Pasa algo parecido con Peñafort, que es abogada de Amado Boudou. Cuando ella recurre a los jueces para defender al
exvicepresidente, ¿lo hace la directora
de Asuntos Jurídicos del Senado o una abogada particular? Aunque no lo
diga, el simple hecho de tener el cargo que tiene puede amedrentar a algunos
jueces. Por eso, la ley y la reglamentación le prohíben hacer las dos cosas al
mismo tiempo. Un reglamento firmado hace casi 20 años por Juan Carlos Maqueda, entonces presidente del Senado, y por Eduardo Camaño, entonces presidente de
Diputados, les prohíbe a los abogados
del Poder Legislativo litigar contra los intereses del Estado. Boudou está
condenado por cohecho (cobrar coimas, para decirlo sin disimulos) y por
negociaciones incompatibles con la función pública. Son delitos contra la administración pública; es decir, contra el
Estado.
En la presentación de Cristina ante la Corte, ella le advirtió al
tribunal que quería una declaración de certeza porque en los últimos años,
subrayó, hubo maniobras de la Justicia y los medios periodísticos para “proteger intereses económicos”. Son los
intereses, desliza, que están siendo zamarreados por el proyecto de su hijo.
Ahora bien, ¿le reclamaba a la Corte que le adelantara si iba a seguir
protegiendo intereses económicos? Sería el colmo de la hipérbole. En
declaraciones posteriores de Cristina y de Peñafort, ambas señalaron que la
Corte puede hacer cualquier cosa si quiere hacerla. No es así.
En primer lugar, un antojo de la vicepresidenta no es una cuestión
originaria de la Corte. El máximo tribunal solo se ocupa directamente (sin que
los expedientes hayan pasado por las instancias inferiores) de cuestiones
relacionadas con las provincias y con asuntos que conciernen a diplomáticos
extranjeros o a sedes diplomáticas. Tampoco la Corte puede emitir una opinión
en el vacío. Desde 1865, en el primer tomo de fallos del tribunal ya existen
sentencias que señalan que “los tribunales de la Nación no deben
resolver cuestiones abstractas, sino casos judiciales”. También hay
fallos de aquella época en los que la Corte señala que no se le puede “pedir una opinión sobre una ley”, sino “aplicándola en casos concretos y señalando
al contradictor”. Esto es: debe haber un agravio, que en este caso no
existe. Cristina pretextó “gravedad
institucional”. ¿Será porque se trata de un proyecto de su hijo o porque siempre
que ella interviene hay “gravedad
institucional”? En las apelaciones ante la Corte sobre los casos de
corrupción de los que se la acusa también alegó “gravedad institucional”. Todo es grave cuando se trata de ella.
Cristina le pidió a la Corte, en síntesis, que resuelva problemas de
otro poder del Estado. Es el Senado el que debe resolver sobre el Senado. La
división de poderes no funcionaría de otra manera. Este fue el argumento
unánime de la Corte para rechazar el pedido de Cristina. Argumento obvio.
Cuando existan hechos consumados, la Corte decidirá si son constitucionales o
no, como lo adelantó con razón en su voto el juez Horacio Rosatti. Y siempre y
cuando haya un proceso judicial iniciado por alguien que se sintió agraviado y
haya atravesado todas las instancias judiciales. Un voto solitario del presidente del cuerpo, Carlos Rosenkrantz,
promovió el rechazo sin mayores argumentos del planteo de Cristina. Es improcedente.
Punto y a otra cosa. La vicepresidenta arguyó que temía, si el cuerpo se reunía
para cambiar el reglamento, por el contagio de los senadores y de sus
empleados. Podría pedirle prestado a su aliado Sergio Massa el recinto de la
Cámara de Diputados, que tiene capacidad para 257 legisladores. Los senadores
son solo 72; podrían sentarse a más de tres metros de distancia, con barbijos y
guantes de látex. Hay muchos servidores públicos que corren el riesgo del
contagio y, sin embargo, están trabajando. Los médicos, paramédicos,
enfermeros, fuerzas de seguridad y no pocos funcionarios y empleados de la
administración pública. ¿Quién estableció que los senadores son una estirpe
privilegiada que debe ser cuidada como una especie en peligro de extinción?
Otro pasaje del absurdo lo protagonizó de nuevo Peñafort cuando
señaló que el procurador general, Eduardo
Casal, es “el escudo de protección
que dejó Macri”. El procurador se pronunció en contra de que la Corte
aceptara la presentación de Cristina (que es lo que la Corte hizo). Casal es un
funcionario con una larga carrera en la Procuración General y era uno de los
segundos de Alejandra Gils Carbó; quedó interinamente a cargo de la Procuración
cuando esta se jubiló. Si vamos a ir de la deducción a la inferencia, podemos
colegir entonces que Gils Carbó era también una infiltrada de Macri en la cima
del Poder Judicial. Nada es peor, con
todo, que convocar a la violencia entre efusiones tan extravagantes.
FUENTE: https://www.lanacion.com.ar/opinion/columnistas/gravisima-amenaza-a-la-paz-social-nid2358398
NOTA: Las imágenes, destacados y referencias no corresponden a la nota
original.
[1] El vencedor fue Juan Domingo Perón, candidato del FREJULI, un frente integrado por
peronistas, frondizistas, conservadores populares, demócrata cristianos y
socialistas, con el 61.85% de los votos,
que resultó electo para su tercer mandato
[2] Artículo
18 Ningún habitante de la
Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del
proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces
designados por la ley antes del hecho de la causa. Nadie puede ser obligado a
declarar contra sí mismo; ni arrestado sino en virtud de orden escrita de
autoridad competente. Es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los
derechos. El domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar
y los papeles privados; y una ley determinará en qué casos y con qué
justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Quedan abolidos
para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormento y
los azotes. Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y
no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de
precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará
responsable al juez que la autorice.
[3] Que la ley no es igual para todos ha
quedado demostrado con el beneficio de la prisión domiciliaria otorgado a
Boudou, De Vido, Milagros Sala, etc. Otra demostración que la violencia es la
que impone sus requisitos a la justicia, quedó demostrado ayer con el motín de
la Cárcel de Villa Devoto.
Por todas estas faltas a la ley y clara demostraciones
de discriminación es que insistimos con nuestra petición de efectuar
una auditoría jurídica de todo lo actuado en los llamados juicios de lesa
humanidad.
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