por Enrique Guillermo Avogadro
Juro que, a veces, Alberto Fernández me da pena, porque su mala suerte lo persigue hace mucho, de la mano de la permanente presencia de los archivos fílmicos que recuerdan la feroz agresividad de sus críticas a quien, diez años después, lo eligiera para ser su sumiso delegado. Claro que, segundos después, su carácter camaleónico, su carencia de principios y la exhibición de la total falta de respeto a su propia palabra me curan y mi sentimiento hacia él muta y vuelvo a considerarlo un crápula.
Ganadas las elecciones de 2019, debió
afrontar una crisis económica que, si bien había heredado de Mauricio Macri,
tiene su innegable origen en la gestión de su propia mandante. Tras cartón,
sobre lo que ya eran sólo las ruinas de un país otrora exitoso, cayó la
pandemia; como muchos otros populistas, el Presidente aprovechó el pánico
sembrado por una prensa irresponsable e impuso una feroz cuarentena que, ya con
114 días de duración, sigue esperando el pico de la enfermedad, confirmando que
es incapaz de gestionar con eficiencia mientras nos convierte en el record
Guiness de la manipulación social. Con esa extraña niebla, el Gobierno mantiene
aplanada la aparición de las catastróficas consecuencias de la absurda
paralización del país, que ha producido una notable pauperización de la
población a la cual obligará a vivir únicamente, al mejor estilo chavista, del
apoyo de ese mismo Estado fallido.
El hartazgo por el confinamiento y sus
inconmensurables efectos, el pisoteo de los derechos individuales, la
persecución a la prensa libre, el incendio de campos y la rotura masiva de
silo-bolsas y, sobre todo, el manotazo sobre Vicentín habían justificado la
convocatoria al "banderazo"
del jueves. Pero otra vez el diablo metió la cola en el camino de Fernández y
la semana que termina dejó varios hechos relevantes que prueban la condición de
"mufa" del Presidente y
dispararon el éxito de la manifestación nacional, que superó todas las expectativas
y permitió a la oposición recuperar el control de la calle. La tolerancia ya
había sido puesta en jaque por la persecución a los periodistas Luis Majul y
Angel "Baby" Etchecopar, a
quien escracharon púbicamente, y los repulsivos ataques -retuiteados por el
Presidente- del Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, a Diego Leuco.
Pero la gota que colmó el vaso fue la
inoportuna sentencia que ordenó la excarcelación de Lázaro Báez, el testaferro
de Néstor Kirchner, preso por corrupción. En las redes sociales destacó un "meme" que decía probar que
Cristina Fernández "sí es una
abogada exitosa, ya que en sólo siete meses logró la libertad de todos sus
cómplices" en el monumental saqueo al que sometió a la Argentina.
Porque aún no tiene condena, el ex cajero del Banco de la Provincia de Santa
Cruz y dueño del 10% del territorio de la misma, estaba detenido ilegalmente,
ya que su prisión preventiva excedía el máximo previsto en la norma -dos años,
prorrogable por uno más- pero en peor situación se encuentran muchos presos
militares, con un promedio de edad que supera los 75 años y afecciones que los
convierten en blancos seguros del Covid-19, a quienes se niega la
constitucional igualdad ante la ley y la prisión domiciliaria.
Por otro lado, produjo carcajadas la
difusión global de la amistosa reunión de Donald Trump con Andrés Manuel López
Obrador, que mostró su espléndida relación con Estados Unidos. La risa se debió
a que, hace pocos días, un iluso Alberto Fernández había considerado al
mandatario mexicano el único aliado regional en su megalómana pretensión de
cambiar el mundo; lo dijo, casi llorando, mientras lamentaba "no tener ya" a Luiz Inácio
Lula da Silva, José Mugica, Hugo Chávez, Fernando Lugo, Evo Morales y Rafael
Correa, ofendiendo así a todos las democracias vecinas.
Finalmente, la muerte de Fabián González,
un "arrepentido" en la "causa de los cuadernos" y
otro de los inexplicablemente multimillonarios secretarios de los Kirchner,
generó un verdadero tsunami en la agenda argentina. No es para menos, dada la
inédita rapidez con la que el Juez actuante resolvió el asesinato y, sobre
todo, por la irritante presencia de Natalia Mercado, también imputada por
corrupción e hija de la Gobernadora Alicia Kirchner y sobrina de Cristina
Fernández, como Fiscal de la causa. Hasta grandes medios internacionales, como
Financial Times, compararon este hecho con lo sucedido con Alberto Nisman, hace
ya 5 años.
La reacción oficial no pudo ser más cínica:
se agravió por el teórico uso político del crimen que habría hecho la
oposición, pretendiendo que olvidáramos su actitud canallesca cuando se ahogó
Santiago Maldonado en un río patagónico. Y el jueves mismo, cuando un móvil de
C5N fue presuntamente -corren en las redes fotos de los involucrados en el
hecho que los relacionan con el Instituto Patria- agredido en el Obelisco,
volvió a indignarse sin mencionar siquiera el episodio similar que sufrió Julio
Bazán, periodista de TN, cuando lo molieron a golpes en Plaza de Mayo, o el
salvajismo de sus militantes que tiraron quince toneladas de piedras a la
Policía para intentar frustrar una sesión del H° Aguantadero.
Bs.As., 11 Jul 20
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