Si los argentinos no fuéramos tan indignos como realmente somos y nuestra clase dirigente no hubiera borrado de su diccionario la palabra grandeza, recordar ecuménicamente al 24 de marzo hubiera sido una oportunidad que se le regala a la Argentina para restañar heridas y -si perdonar es algo que aún nos cuesta- al menos darnos una oportunidad de mirar hacia adelante e ir abandonando el odio que ha regulado las relaciones entre nosotros.
Fue esta sucesión de farsas
chabacanas que hizo que se esfumara la posibilidad de cicatrizar viejos
desgarros. ¿Era tan difícil para los “políticamente correctos”, animarse
a decir que hubo muertos por ambos lados, que todos eran argentinos y a todos
se les debía el mismo dolor? ¿Tanto les repele a las “orgas” de DD.HH.
aceptar que quienes ellos homenajean también mataron? Bien, esta ingenua
ilusión se frustró, y seguramente seguirán los obstáculos para que algún día
los argentinos caminemos juntos, porque a hoy, quienes debían decidirse a darle
un empuje a la reconciliación que la sociedad anhela tienen miedo y los otros…,
los otros sólo odian.
Ya no es impedimento a que
la sociedad catalogue de procesista o “facha”, a quien buscara en serio
la reconciliación porque, recordemos que en los setenta ella pedía cadalsos en
cada plaza de la República y muerte cruel para los terroristas, tampoco sería
un problema lo que dijeran las “orgas” de derechos humanos, bastante
desprestigiadas desde que algunos de ellos trataron de transar con procesados
por “lesa humanidad” para que declararan que el Papa Francisco -en aquel
momento Padre Provincial de los Jesuitas- les había pedido ayuda para sacarse
de encima a los curas Yorio y Jalics, que perturbaban la reorganización de la
Compañía de Jesús. Y menos aún hoy que ya es vox populi que estas pandillas
subidas desde el vamos al tranvía de la corrupción kirchnerista no podrían
resistir ni un archivo con su recuento de agachadas y arreglos espurios.
En verdad, el obstáculo
principal para que de una vez por todas la historia de los setenta se cuente
objetivamente y sin mentiras reside en el miedo que ataca especialmente a
políticos y periodistas a ser políticamente incorrectos y esto, ese pánico a
ser defenestrados por decir lo que realmente sucedió, los aterra. Es preferible
-porque paga más y se arriesga menos- seguir con la fábula que la Argentina era
un lugar idílico con chicos bienintencionados que repartían flores y bombones y
que el 24 de marzo de 1976, al igual que en una película de “clase B”,
un virus atacó a los militares que decidieron hacer desaparecer a los
repartidores de bombones y flores. En realidad, esto suena mejor que decir que
los “chicos maravillosos” eran responsables, hasta ese 24 de marzo, de
más de 18.000 atentados y 1.100 asesinatos llevados a cabo bajo un gobierno
elegido democráticamente. Para su tranquilidad, estos lameculos prefieren comer
las sobras que les tiran, sobras que seguramente están bien pagas, antes que
informar la verdad.
Esto es lo que perturba a
políticos y periodistas; se han pasado años temblando ante la posibilidad de
recibir una mirada torva de alguna vieja arpía de cabeza empañolada, y les ha
quedado la manía recurrente de lamerles el ano, ya que las ancianas son
difíciles de contentar y no toleran desviación alguna. Pero el terror existe
porque la gran mayoría de ellos piensan de manera diametralmente diferente a lo
que nos cuentan, o, ¿Alguien cree que Macri mentía cuando dijo: “se va
acabar el curro de los derechos humanos”?, no seamos idiotas, en ese
momento estaba diciendo lo que realmente pensaba (y lo que piensa la gran
mayoría del Pro), pero la realidad es que a los borregos hasta un perro
chihuahua los corre y el “fin del curro…” fue un lapsus que todos
esperan que no se vuelva repetir, porque ni a las “abuelas” ni a las “madres”
les interesa lo que hagan Macri o los muchachos del Pro salvo que, de tanto
pedir que se abran archivos clasificados, a algún travieso se le ocurre abrir
los de la secretaría de DD.HH. y terminaríamos enterándonos cuantas de estas
viejas locas se hicieron ricas jugando con cadáveres virtuales.
Como ambos colectivos
profesionales se creen vestales del “bien pensar” les preocupa aún más
que al resto de la sociedad que una frase políticamente incorrecta se les
escape. Políticos y periodistas son los que mejor conocen los vericuetos por
los que se desarrolló la “guerra sucia” porque, aunque lo nieguen, hay
archivos que ellos manejan y saben cosas que nosotros los simples mortales
jamás sabremos. Y como es común en Argentina, también para políticos y
periodistas había, entre los reos de “lesa humanidad”, hijos y
entenados, porque, ¿alguien leyó a cualquiera de los periodistas estrella de
los grandes medios escribir una denuncia sobre el General Harguindeguy que,
sistemáticamente, llegado el verano, violaba su prisión domiciliaria y se iba
un mes a Punta del Este y otro a Cariló? ¿Alguien escuchó a un político, de los
tantos que compartían carpa y naipes con el general, protestar porque había
traspasado las fronteras -no de la República- sino los escuetos límites que les
imponía la prisión domiciliaria? Bien, lo que pasaba y ligaba a políticos y
periodistas en esta infame omertá es que si bien Harguindeguy no era Stiuso
había sabido sacarle provecho a su paso por el ministerio del interior y sabía
bien -hoy se dice tener carpetas- quienes eran los “ortibas” que a la
salida de cada redacción se daban una vuelta por el 601 de Callao y Viamonte,
quienes por miedo o denarios de plata habían vendido a compañeros, quienes eran
los mercenarios y probablemente a cuál de ellos le gustaba retozar con menores
de edad en una catrera.
Si algo debemos esperar de
este rastrero colectivo social es nada, si hasta tienen miedo no ya de
denunciar sino de comentar que en los penales federales ya han muerto más de
seiscientos presos políticos en abandono de persona, a los que los jueces de
ejecución les han negado reiteradamente los tiempos necesarios para
tratamientos especializados y haciendo que el viaje a un hospital de alta
complejidad se convierta en un Via Crucis que empieza a la una de la mañana y
termina -un día sin agua y sin comida- a las nueve de la noche.
Nada de esto, de este grupo
de lameculos que creen que por hablar cada 24 de marzo contra la dictadura se
han ganado, si no el cielo, al menos algunos mangos, es imposible esperar nada.
Para ellos no existió nada antes del 24 de marzo, no hubo masacre en Ezeiza, la
Triple A era un invento era un invento bolchevique, y que cada tres días
alguien fuera asesinado a causa de su profesión, desde Sallustro a Mor Roig
pasando por el más humilde de los agentes de policía, o por sus convicciones y
deberes, desde Sacheri y Genta hasta el Tte. Berdina , es algo que pertenece,
arguyen, a una etapa de Argentina que no conocieron. Se babean por los nietos
recuperados, pero carecen de coraje para pedir un ADN en serio, e inclusive,
cuando una vieja desquiciada se dedicó a hostigar a los hijos de la dueña de un
diario, todos ellos -políticos y periodistas- se cuidaron bien de salirle a la
orate con los tapones de punta.
Faltan pocas horas para que
termine la fiesta de los lameculos y gracias a Dios tengo un buen libro que me
eximirá de hacer zapping en una televisión donde los lameculos de hoy, que ni
siquiera habían nacido en esa época, se rasgarán las vestiduras y se
espolvorearán cenizas en la cabeza mientras por enésima vez nos cuentan de la
noche oscura de la dictadura.
José Luis Milia
Miembro honorario del C.E.S. (Centro de estudios
Salta)
josemilia_686@hotmail.com
Non nobis, Domine, non
nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.
Tienen razón en todo lo que dicen pero la patria y la soberanía están en peligro y hay que salvarla cueste lo que cueste Argentina está siendo invadida silenciosamente por los Chinos y los Rusos apoyados por este Gobiernos lleno de Comunistas ladrones y facinerosos el momento de la pasificacion todavía no está maduro.
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