sábado, 12 de marzo de 2016

DE LA MEMORIA A LA PRECISIÓN DE LA HISTORIA

Por Ceferino Reato[1]

Cuando fue publicada la edición original de Disposición final, en 2012, un nutrido batallón de políticos, defensores de los derechos humanos, historiadores y periodistas kirchneristas intentó convertirlo en un libro maldito; un colega lo criticó con dureza luego de señalar que no tenía ningún interés en leerlo. ¿Cómo se puede criticar un libro sin leerlo?

Ahora, a 40 años del golpe de Estado, la edición definitiva de este libro muestra la importancia de que el ex general Jorge Rafael Videla no se haya muerto sin confesar cómo fue su dictadura y, en especial, qué pasó con los miles de desaparecidos.

Es un documento histórico porque en 2013 Videla murió y ningún otro periodista argentino pudo entrevistarlo. Fueron más de veinte horas de preguntas y respuestas en la cárcel, cara a cara. Junto con testimonios de militares, guerrilleros, políticos, empresarios y sindicalistas, las declaraciones de Videla permiten reconstruir también el contexto de violencia y lucha por el poder en el que su dictadura surgió y se mantuvo.

Más allá de las críticas militantes, el libro fue anexado rápidamente en distintos juicios por violaciones a los derechos humanos como prueba de la existencia de un plan para matar y hacer desaparecer los cuerpos de miles de detenidos.

Es que Videla admite por primera vez que "había que eliminar a un número grande de personas para ganar la guerra contra la subversión".

Tanto fue así que apenas cuatro días después de la publicación de Disposición final, el 17 de abril de 2012, fui llamado a declarar como testigo ante la justicia federal de San Martín, en el Gran Buenos Aires, que investigaba la desaparición del cuerpo de Mario Roberto Santucho, jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo.

A continuación, la justicia federal de San Martín ordenó el allanamiento -por primera vez en casi 30 años- de las viviendas de Videla y de los generales Albano Harguindeguy y Santiago Riveros, e interrogó al ex dictador, quien ratificó sus declaraciones.

Pero el kirchnerismo había construido una visión tan binaria, tan maniquea, de la violencia política en los años 70 que no soportaba ningún corrimiento de su teoría de ángeles y demonios.

Por ejemplo, Videla afirmó que los jefes militares llegaron al golpe de hace 40 años convencidos de que "7000 u 8000 personas debían morir para ganar la guerra contra las subversión". Una verdadera matanza. Sin embargo, Cristina Kirchner, sus partidarios y las organizaciones de derechos humanos no podían admitir públicamente un número inferior a los 30.000 detenidos desaparecidos. Todos ellos saben que ese número es falso, pero lo han transformado en una bandera política que no se atreven a arriar porque temen que también se vengan abajo otros tramos del relato.

Además, la admisión de Videla de que la dictadura apeló a las desapariciones para evitar que la gente supiera qué estaba sucediendo y "no provocar protestas" liberaba a los ciudadanos de la culpa que muchos podían sentir por no haber reaccionado a tiempo frente a tanto salvajismo. El kirchnerismo, con el desparpajo que lo caracteriza, solía utilizar esa "mala conciencia" con fines extorsivos o de castigo, como cuando fue derrotado en las elecciones legislativas de 2009 y sus voceros salieron a acusar a las clases medias de haber respaldado la represión ilegal.

De acuerdo con el kirchnerismo, la reconstrucción de los años 70 debe hacerse sólo con los relatos de las víctimas de la dictadura y de sus parientes, amigos y compañeros o camaradas políticos. El objetivo es la memoria, con su frecuente ilusión maniquea de la división entre buenos y malos, pero no la historia, que busca la verdad, como explica el semiólogo, filósofo e historiador búlgaro-francés Tzvetan Todorov.

Por ese motivo, no pueden admitir la más mínima mención a la violencia de las guerrillas, en especial los secuestros, las bombas y los asesinatos previos al golpe de Estado de hace 40 años, que contribuyeron a que muchos argentinos recibieran con alivio a los militares. Más aún: los insurgentes -que no defendían la democracia ni los derechos humanos- también jugaron al golpe de Videla y compañía, como lo prueban documentos de la época.

En un libro sobre el pasado, el contexto es ineludible. Marx dice en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte que un golpe de Estado no puede ser considerado como "un rayo caído desde un cielo sereno". Hay que analizar también el cielo, es decir, las circunstancias y condiciones en las que los hombres hacen su propia historia.

En el poder, el kirchnerismo recortaba del contexto sólo lo que le convenía según sus peleas del momento. Una visión de corto plazo que logró cooptar a tantos dirigentes de los derechos humanos.

Durante esos años, vivimos el tiempo de la memoria. Deberíamos pasar al tiempo de la historia. Mientras la memoria refleja las vivencias de un grupo y puede favorecer sus intereses particulares, la historia interpela a los diversos grupos que forman parte de la sociedad.

La historia -también el periodismo que investiga el pasado reciente- intenta establecer los hechos con precisión. Mantiene una relación de tensión con el poder político de turno pero es la única manera que se conoce de digerir bien un pasado tan doloroso.




[1] Editor ejecutivo de la revista Fortuna.

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