por Ricardo Angoso
@ricardoangoso
En los últimos años la violencia terrorista firmada por la red Al Qaeda y también ahora
por parte del Estado Islámico, por no hablar de otros grupos menores, ha
golpeado con dureza a las principales ciudades de Oriente Medio, África y
Europa. Pero, paradójicamente, estos grupos, claramente antioccidentales, han
perpetrado más matanzas y asesinatos entre los musulmanes que entre los
cristianos. Por ejemplo, la guerra de Argelia, que comenzó en 1991 tras un
golpe de Estado propiciado después de la victoria del Frente Islámico de
Salvación (FIS), ha costado al día de hoy entre 150.000 y 200.000 muertos, la
mayoría de esas víctimas son musulmanas y apenas hay entre las mismas unas
decenas de occidentales que residían en este antaño próspero país.
El problema radica en el islamismo radical, una corriente
política que manipula las ideas y creencias islámicas y que las interpreta de
una forma exacerbada y llevada al máximo extremo, tal como ocurre en los
territorios que ahora controla el Estado Islámico. Además, en la parte donde
opera esta organización-"Estado"
se da un conflicto de vieja data entre los sunitas y los chiítas, dos
corrientes dentro del Islam que surgieron a partir de la muerte del profeta
Mahoma en el año 632 después de Cristo, cuando se planteó la elección del
sucesor del difunto dentro del Califato y estalló una corta guerra. El 83% de
los musulmanes son sunitas y el 13% son chiítas.
TENSIONES Y LUCHAS
ENTRE IRÁN Y ARABIA SAUDÍ
Irán es la principal potencia chiíta del mundo musulmán,
mientras que Arabia Saudí es mayoritariamente sunita. En lo que respecta a
Irak, siempre fue el caballo de batalla entre ambas confesiones. Los chiítas
son mayoría en Irak -algo menos del 60%- y viven en las zonas fronterizas con
Irán, el norte controlado por la región autónoma kurda y mezclados con los
sunitas en las fronteras con Arabia Saudí y Kuwait. Y los sunitas son la
minoría -40%, pero sobre todo kurdos- y viven más cerca de la frontera con
Siria y también entremezclados en todo el país. Irán, por supuesto, apoya a los
chiítas en la guerra contra el Estado Islámico y la principal potencia sunita,
Arabia Saudí, alienta y arma a las fuerzas sunitas iraquíes.
Recientemente, en medio de este conflicto entre ambas ramas
del Islam que también tiene sus ramificaciones en Yemen, el gobierno saudí
ejecutó a un clérigo chiíta que supuestamente conspiraba contra el régimen de
Riad, lo que provocó la airada protesta de Teherán y la ruptura de las ya de
por sí maltrechas relaciones entre Irán y Arabia Saudí. Desde la ocupación de
Irak por los Estados Unidos de este país, allá por el año 2003, el territorio iraquí se ha convertido en un
tablero de ajedrez en el que compiten ambas naciones y otras fuerzas por
ejercer su influencia, controlar territorios e instituciones y, en fin, imponer
un ejecutivo dócil a sus intereses políticos. Por ahora, una alianza política
entre los kurdos de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) y una coalición de
grupos chiítas es la que gobierna en Bagdad, inclinando la balanza en favor de
Irán en esta guerra ente ambas confesiones.
En Irak y Siria, al igual que ocurre en otras partes de
Oriente Medio, África y Asia, las principales víctimas de este conflicto son
musulmanes. Por ejemplo, los sunitas del Estado Islámico han matado a miles de
chiítas, junto a otros grupos religiosos, en los combates que libran contra
ambos Estados. Cuatro combatientes chiítas iraquíes, en un gesto de la habitual
brutalidad de este grupo, fueron quemados vivos y grabados en un video
absolutamente repugnante y terrible. Pero hay más ejemplos de ese horror
cotidiano y el Estado Islámico, no lo olvidemos, es también parte de una errada
estrategia occidental en esta parte del mundo que, al permitir la disolución
del Estado iraquí como un azucarillo, alentó el nacimiento de fuerzas que se
desarrollaron con notable éxito en medio del caos, la guerra y el descontrol
total que hoy reina en esta parte del mundo.
Este Islam radical, que es el mismo que opera en las calles
europeas y que pretende aterrorizar a Occidente, no es algo que haya nacido por
sí mismo, sino que incubó en las mezquitas y fue inoculado por algunos líderes
religiosos musulmanes desde los púlpitos. Por ejemplo, hay una corriente
apoyada por nuestros "amigos"
y aliados saudíes, el wahabismo, que tiene una concepción absolutamente radical
de la Sharia (ley musulmana que rige todos los preceptos sociales y políticos)
y pretende expandir sus ideas más reaccionarias por todo el mundo. La monarquía
saudí, guardiana de las esencias doctrinarias sunitas, ha utilizado sus
ingentes recursos económicos para expandir esta doctrina radical que basa en el
odio a Occidente, el desprecio a las formas democráticas y, por ende, a los
valores occidentales, algunos de sus principales recursos narrativos.
El terrorismo islamista que ahora golpea en Egipto, Irak,
Libia, Túnez, Siria y Somalia, por citar tan solo algunos ejemplos, tiene mucho
que ver con la expansión de esas ideas radicales, la tolerancia hacia las
mismas por parte de los jefes religiosos, que las compartían y ellos mismos
difundían, y el apoyo económico que los saudíes daban a las mezquitas y
organizaciones musulmanas más fundamentalistas. Por paradojas de la vida, ahora
estos movimientos y organizaciones, ya fuera de control, se están volviendo
contra el Islam más moderado y son una verdadera amenaza a los tenues procesos
de transición democrática en el mundo árabe, tal como ha ocurrido en Argelia,
Egipto, Libia y Túnez, ya que están en contra de la modernización social y
consideran a este modelo político algo ajeno a su idiosincrasia y plegado a los
intereses occidentales. El problema no es el Islam, sino esta forma exacerbada
y radical de entenderlo fruto de un proceso educativo nocivo y pernicioso,
compresivo hacia uso de la violencia y
alejado de toda forma de respeto hacia el diferente.
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