Por Héctor Hernán
Ruiz Moreno
Como si hubiera
entrado en una amnesia y una oscuridad absolutas, la clase dirigente argentina
parece haberse negado a rescatar de su actual situación a una institución de la
república y de nuestra historia que en todos los países del planeta ocupa un lugar
trascendente: las Fuerzas Armadas de la Nación.
La génesis del porqué
de la negación y del silencio no forma parte de esta reflexión. El aporte debe
constituir un paso positivo y constructivo en esta nueva etapa que se inicia en
la Argentina, llena de esperanza y motivación para todos. Sabemos que no va a
ser fácil y que la cultura del pasado tratará de hacer lo indecible para
perdurar.
La República
Argentina no puede integrarse al mundo en plenitud sin que todas sus
instituciones se encuentren fortalecidas, o al menos en ese camino.
Las Fuerzas Armadas
de la Nación han desaparecido como institución eficaz. Sólo queda una
formalidad, un nombre sin contenido. Observen la realidad de nuestros vecinos y
del mundo y luego hagan una mirada introspectiva. Quienes eventualmente
interpreten que este artículo posee una visión sesgada o interesada, política o
ideológicamente, se equivocan mucho. Este artículo pretende movilizar una
responsabilidad del Estado para con el país, desde hace muchos años olvidada.
Nuestro mar, nuestras
vastas costas, nuestro gran territorio y los cielos que nos cubren requieren
gente profesional, plena de valores, capacitada y con recursos suficientes para
proteger nuestras riquezas y nuestra paz. Más de una vez se ha escuchado aquello
de que no existen ya "hipótesis de
conflicto". Esto no es cierto, y su sola mención significa una
peligrosa "confusión de Estado".
Lo que no existe, quizás, es la figura del enemigo tradicional, por ahora, pero
hay muchas otras formas de conflicto que constituyen tremendas realidades.
Nuestra obligación es plantear ahora una situación que debe ser atendida, ya
que se trata de un deber del Estado para garantizar la defensa del país y la
seguridad de sus ciudadanos.
No hay seguridad
ciudadana posible (ni interna ni externa) si las fuerzas del orden no pueden
recomponer la tranquilidad pública y las Fuerzas Armadas no pueden disuadir a
todo aquel que pretenda alterar nuestra paz. Y los hay, pues somos una nación
codiciada por la inmensa cantidad de riqueza con la que Dios nos ha bendecido.
Lo primero que debe
hacer el Estado es devolver la dignidad a las Fuerzas Armadas, sacándolas del
ostracismo y otorgándoles el lugar que les corresponde en esta nueva Argentina,
con el rol que los desafíos del mundo demandan. Esto no cuesta dinero, por lo
menos no debería. La segunda acción que debe emprender el Estado es dimensionar
estas fuerzas en función de objetivos claros, que deben ser trazados como
política de largo plazo. Tampoco esto significa erogación alguna. Tercero y
último, el Estado deberá gestionar los recursos materiales suficientes como
para que esta institución pueda cumplir integralmente su cometido. Hoy, con la
apertura al mundo que se ha logrado, muchos países nos acompañarán en una
política de Estado que no puede esperar un día más, permitiendo iniciar el
adiestramiento de nuestras fuerzas con recursos modernos, que hoy no existen.
Resulta inviable que
haya generales sin tropas, almirantes sin buques y brigadieres sin aviones. No
son funcionarios públicos de escritorio, pero hoy lo parecen, abarrotados en
sus dependencias sin otra actividad que una burocracia sin sentido y muy
costosa.
La defensa nacional
debe ser una política de Estado, observada en el espejo del mundo, y
particularmente en el vasto ámbito territorial americano. Hay mucho por decir,
pero este pequeño aporte debería poder contribuir, como un paso a la república
en construcción, y un llamado de atención ciudadano de alguien que también
quiere que la Argentina se ponga definitivamente de pie y para siempre, pero
con todas sus instituciones. Nuestra historia nos obliga y el Bicentenario
debería ser un punto de inflexión.
Abogado
NOTA:
Las imágenes no corresponden a la nota original.
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