por Ricardo Angoso
@ricardoangoso
Las recientes
elecciones regionales celebradas en Meclemburgo-Pomeramia consolidaron la
tendencia al alza de la extrema derecha en Alemania. El partido Alternativa
para Alemania (AfD) consiguió alrededor del 21% de los sufragios emitidos y 18
asientos en el legislativo de esta región, mientras que el resto de las
formaciones políticas que se presentaban, desde la derecha gobernante hasta los
verdes pasando por la izquierda, perdían votos y escaños.
Los resultados son un
duro golpe a la política migratoria de la canciller Angela Merkel, pues la
formación ultra es claramente contraria a la misma y refleja el hastío de la
sociedad alemana ante un fenómeno que parece haberse escapado de las manos al
ejecutivo. Pero tampoco los resultados han sido mejor para los socialdemócratas
y también perdieron en votos y asientos en el parlamento, pasando del 35% de
los sufragios que tenían en los anteriores comicios al 30% y de 28 a 26
diputados, respectivamente.
El resto de las
formaciones, como los verdes, la izquierda
e incluso el ultraderechista el Partido Nacional Demócrata (NPD),
perdieron también votos y escaños. Los liberales, por su parte, continúan con
su camino descendente y quedaran fuera del parlamento al haber obtenido tan
solo un 3% de los votos -la barrera para entrar es el 5%-, mostrando así
su escasa relevancia en el sistema
político alemán. Las elecciones regionales no son una encuesta, como las que
señalan el ascenso de la extrema derecha y el hundimiento de los partidos tradicionales
-el SPD y la CDU/CSU-, sino que muestran el voto real y el sentir de los
alemanes hacia su clase política.
La conclusión básica que se puede extraer de estos
resultados es que la extrema derecha roba votos de casi todos los partidos,
pero especialmente de las fuerzas de izquierda y progresistas. La extrema
derecha alemana de AfD obtuvo casi un 21% y 18 asientos, unos resultados
sorprendentes teniendo en cuenta que en las anteriores elecciones no se
presentó y que sus siglas eran absolutamente desconocidas en la política
alemana hasta hace unos meses.
Este porcentaje de
votos proviene de los socialdemócratas (perdió el 5%), la democracia cristiana
de Merkel -el CDU- (el 4%), el partido de izquierda de los poscomunistas
(5,2%), los verdes (4%) y el NPD (3%). La mayor parte de esos sufragios, como
se observa, proviene de la izquierda (14%) y roba pocos votos a la derecha
(apenas el 7%). Si contamos con que la participación ha sido muy parecida y el
número de votantes también, hay que reseñar que la extrema derecha subió a
costa de las formaciones progresistas y consiguió arañar pocos votos de los
votantes descontentos con las políticas de Merkel; la abstención suele ser un
fenómeno estructural y suele tener un segmento fijo del electorado que no varía
de una elección a otra, afectando poco, en este caso, al resultado final
arrojado por las urnas.
FENÓMENO
QUE SE REPITIÓ YA EN AUSTRIA, FRANCIA Y EL REINO UNIDO
En Austria el avance
de la extrema derecha en las últimas elecciones presidenciales, de la mano del
Partido de la Libertad, se hizo a costa de los votantes de los dos partidos
tradicionales: el Partido Socialdemócrata, que ha gobernado con la derecha
durante algún tiempo, y el Partido Popular Austríaco. La izquierda ha
desaparecido del escenario político y los verdes se mantienen al alza, habiendo
ganado la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y los
socialdemócratas muestran un notable desgaste electoral.
En Francia, no lo
olvidemos, el Partido Comunista Francés (PCF), que en tiempos obtuvo entre el
20 y el 30% de los votos, ha desaparecido casi totalmente y, en su lugar,
algunas fuerzas de izquierda residual tratan de ocupar un espacio que,
finalmente, quedó en manos de la extrema derecha. El Frente Nacional (FN) ha
destruido las bases electorales de la izquierda francesa y los antiguos
bastiones comunistas hoy son de esa formación ultra, mientras la derecha salva
los muebles y se mantiene como segunda fuerza tras la extrema derecha.
En el Reino Unido,
sin que el fenómeno sea comparable con los dos casos descritos anteriormente,
el laborismo británico, en tiempos una fuerza de gobierno y siempre alternativa
frente a los conservadores, atraviesa una de las más graves crisis de su
historia reciente. En las últimas elecciones generales y locales, celebradas en
2015 y 2016, respectivamente, el Partido Laborista ha perdido votos,
representantes en el legislativo y los consejos locales y se mantiene a una
gran diferencia porcentual con respecto al Partido Conservador. En Escocia, por
ejemplo, su espacio político ha sido absorbido por los conservadores y los
nacionalistas del Partido Nacionalista Escocés (SNS), mientras que en el resto
del país los extremistas del Partido de la Independencia del Reino Unido
(UKIP), los verdes e incluso los conservadores les han robado votos y representantes
políticos. Su crisis, por no decir su crónico declive, como le ocurre al resto
de la socialdemocracia europea, es evidente.
Como resumen final, y
tras el análisis de los resultados de otras convocatorias electorales
celebradas en otros países, se puede sostener que la extrema derecha no solo
recala en los caladeros habituales de la derecha, el abstencionismo y el voto
nacionalista, sino que se nutre de los votantes de la izquierda tradicional
descontentos con el funcionamiento del sistema
y la crisis de las democracias occidentales. O sea que estamos ante un
cambio profundo del modelo que afecta a los partidos tradicionales, a la
estabilidad del régimen político democrático y a la legitimidad del mismo en
términos de representación, en tanto y cuanto fuerzas antisistema que utilizan
las formas y medios democráticos lo hacen, simplemente, para hacerse con el
poder y desarrollar programas populistas desde las instituciones, cuando no la
destrucción de las mismas al estilo de lo que hicieran los partidos fascistas
en los años treinta.
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