La caída del relato
kirchnerista es el triunfo de la palabra escrita sobre la palabra hablada. De un lado, una presidenta en la cima del
poder, reverenciada y temida, capaz de construir una épica redentora con
los restos del naufragio setentista en discursos que embriagaban a sus
seguidores tanto como a ella, que acabó enamorada de su propia voz. Del otro, un remisero munido apenas de
papel y birome que no se proponía levantar castillos en el aire, sino
apuntar, como un contable escrupuloso, con una paciencia que insumió ocho
cuadernos, cada una de las coimas que pasaban ante sus ojos y que él mismo se
encargaba de transportar.
Mientras
ella hablaba, él anotaba. Así durante años. Ella soltaba
largas peroratas ante un público bien entrenado que le respondía con la música
del aplauso, en performances que se transmitían a todo el país. Él escribía en
el más oscuro anonimato, sin recompensa ni propósito, pero como si en eso le
fuera la vida.
Mientras ella
filosofaba sobre la revolución nacional y popular o las propiedades afrodisíacas
de la carne de cerdo, él escribía, con austeridad conmovedora, que un bolso con
800.000 dólares había sido trasladado desde los sótanos de una gran firma hasta
los jardines de la quinta de Olivos o hasta un coqueto piso de la calle Uruguay.
Así durante años.
Uno
y otro no eran hechos aislados. La fantasía urdida
con el discurso y la precisión del dato asentado -los dos extremos de un
kirchnerismo extremo- eran en verdad la misma
historia, pero en versión completa. Lo segundo, por otra parte, se sostenía
en lo primero. La presidenta y el remisero desplegaban entonces el mismo argumento:
dos líneas de una sola trama (el saqueo de un país) que confluyen en el preciso
momento en que los cuadernos salen a la luz. Esa es también la escena epifánica
en que la fantasía se desvanece ante la contundencia del dato. En suma, las decenas de horas de cadena
nacional en las que la expresidenta calentó el pico de nada sirven ante el
apunte desnudo del chofer. Volvemos al principio: lo escrito venció al chamuyo.
Esa derrota le está
costando caro a la expresidenta. Y no solo a ella. Los cuadernos han hecho más
que develar de forma categórica el verdadero rostro del kirchnerismo: han iluminado un sistema mediante el cual
las elites se enriquecían mientras condenaban a la pobreza a gran parte de los
argentinos. Entre exfuncionarios y empresarios, son 42 los procesamientos
dictados por el juez. La expresidenta
fue acusada de ser la jefa de una asociación ilícita que, mediante la obra
pública, sacaba dinero del Estado nacional "en
detrimento de la educación, la salud, los jubilados, la seguridad, y dejaba al
pueblo más humilde sin cloacas, sin agua corriente, sin servicios, sin
transporte seguro". Acumulación
de un lado y vacío del otro. Y en ese vacío hay gente.
En la rueda que los
Kirchner hicieron girar a una velocidad inaudita no solo jugaban los
empresarios kirchneristas, sino también muchos otros que quizás aborrecían al
matrimonio santacruceño pero no querían quedarse sin su parte.
Actuaban, en
consecuencia, en las dos líneas de la trama. En los actos protocolares, junto a
ella o de cara a la sociedad, con el rostro adusto de quien se preocupa por los
destinos del país, y en los sótanos, donde el chofer esperaba los bolsos, de
modo furtivo o mediante emisarios de confianza. En esos años, la hipocresía no fue privativa del gobierno.
"Obtenían
beneficios en forma voluntaria y entusiasta",
describió Clarens, el parco financista K. Pero de pronto los Kirchner, en su
pulsión de ir por todo, quisieron quedarse también con muchas de sus empresas. La propia ambición los hizo presa de la
codicia sin límite del matrimonio, que no podía sino tener consecuencias destructivas
en todo lo que tocaba. De algún modo, esa rueda llevó a los empresarios por un
camino de degradación mayor. Algo
parecido les pasó al peronismo y al país.
Parece que llegó la hora de hacerse cargo. La
rehabilitación de semejante patología será larga. Y eso si el país está
dispuesto a enfrentarla. Estamos ante un proceso político que se escribe en dos
tiempos. El urgente es el de la crisis,
pero el esencial, el que marca el único rumbo viable, es el del fin de la
impunidad. De nada sirve salir de la crisis si no se recorre el camino más
largo. Esos dos tiempos no avanzan en paralelo sino que, como en el caso del
relato de la expresidenta y la tinta del remisero, son parte de la misma
historia. Y se entrecruzan.
Lo que cruje tras el
fallo del juez Bonadio es la Argentina corporativa que se consolidó a mediados
del siglo pasado y no ha hecho más que crecer desde entonces. A través de ella,
una elite se ha distribuido los
privilegios y la riqueza a costa de una mayoría que trabaja o sobrevive con un
subsidio. No hay otra explicación para la pobreza del país. Ese paraíso de
inescrupulosos conformado por políticos, empresarios, sindicalistas, jueces y
hasta periodistas hoy está en jaque. La codicia
de los Kirchner hizo estallar el sistema y la tolerancia social. La codicia
reflejada en los minuciosos asientos contables de un remisero que tomaba nota
de lo que veía mientras una oradora infatigable distraía a la platea.
Por: Héctor M. Guyot
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!