Por Mauricio
Ortín
Tenemos el gobierno que merecemos, y se nos parece. Nadie, a esta altura de los tiempos, debe hacerse el desentendido. Llevamos treinta años eligiendo y, en los últimos diez, más que a los mismos, votamos a los que hacen más de lo mismo. Hemos retrocedido en casi todos los marcadores que indican progreso colectivo. La calidad institucional republicana, máxima garantía para el ejercicio de la libertad ciudadana, es lo que distingue a las sociedades civilizadas de las tribales.
En
la república, el Estado es un mal necesario cuya existencia se justifica,
únicamente, cuando actúa en resguardo de la libertad de los ciudadanos. No es
un fin en sí mismo, sino un medio. En la tribu, en cambio, el Estado somos “todos” y “todo” a costa de la nada del individuo. El “somos todos” es un eufemismo que esconde que el Estado es del
déspota de turno y el que la mayoría lo elija no mengua su naturaleza
despótica. Adolfo Hitler, Benito Mussolini y Hugo Chávez gozaban de la simpatía popular y fueron, objetivamente,
asesinos y ladrones que se sirvieron del poder.
Si
la opinión de la mayoría fuera garantía de infalibilidad tendríamos que aceptar
que el sol gira alrededor de la tierra y la ciencia estaría demás. Además,
propio de los totalitarios es el manejo corrupto del aparato del Estado
clientelista para ganar elecciones y, luego, en nombre de la mayoría cometer
cuanto abuso esté a su alcance. Para los totalitarios se está con ellos o
contra ellos, no hay otra opción. Sin ser ni lo uno ni lo otro, por un lado,
posan de pobres víctimas (cuando la prensa denuncia sus abusos y podredumbres)
y, por el otro, de justicieros (cuando nos saquean con impuestos leoninos para
sus “políticas sociales”). Trabajando
para los pobres amasan fortunas (que guardan en bóvedas). Ebrios de poder, no
sólo violan las leyes sino que hacen bandera de ello en televisión. Así, por
ejemplo, Cristina Kirchner, quien
ante la denuncia de un fiscal de que al promocionar al candidato Insaurralde en
actos políticos estaba violando la “ley
de veda” electoral, replicó: “Será
conveniente que venga esta mañana, me pregunté, no vaya a ser que mañana me
denuncien por venir apoyar a los candidatos del Frente para la Victoria. La verdad que dudé, pero como no tengo
miedo voy a seguir porque tengo mucho coraje”. Esto mismo si hubiera
ocurrido en un país “como la gente”,
lo mínimo que le hubiera correspondido hubiese sido pedir disculpas. Decir algo
así como: “se me chispotió”, “fue sin querer” o, fiel estilo
comunicacional de Cristina: “se me escapó la tortuga” (en Japón,
semejante falta al honor sólo puede ser enmendada por el Harakiri). La
respuesta jocosa de la presidente
fue que seguirá violando la ley “porque tengo mucho coraje” ¿Coraje?
¡Eso es desfachatez más impunidad lisa y llana! En cantidad equivalente a la
cobardía de los que le toleran y hasta festejan sus agravios a la república.
Entre ellos y en primer lugar los gobernadores aplaudidores; pero, también, los
que los votan y la votan son cómplices. Como también son cómplices por omisión
de la miserable represalia kirchnerista
que, por la fuga de dos condenados por la justicia tuerta, ha desatado sobre
más de mil presos políticos. Por lo visto, para los funcionarios de jugosos
sueldos del Instituto Nacional contra la
Discriminación (INADI) los militares no son sujetos de derechos humanos.
Pero resulta que el encarcelamiento, la negación de asistencia médica y/ o la
persecución sistemática desde el Estado a individuos por el simple hecho de
pertenecer a grupo o colectivo profesional, según el Estatuto de Roma, es consumar delito de “lesa humanidad”. Castigar a los más de mil detenidos de las FFAA,
como si todos hubieran estado complotados con la fuga es, objetivamente, un
acto cobarde, deleznable, injusto y absolutamente reñido con los derechos
humanos.
Mientras
la injusticia campee desde el Estado, la presidente
seguirá jactándose de su impunidad y exigiendo la “democratización” de la justicia. Los gobernadores, mientras tanto,
haciendo lo suyo: aplaudiendo.
En fin... la culpa no
es del chancho.
NOTA:
Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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