By Luis Illuminati
En una nota anterior titulada: “Cuando
todos éramos católicos” (*) nos referimos a la realización del XXXII Congreso
Eucarístico Internacional (Buenos Aires, 1934), en momentos en que el General
Agustín Pedro Justo gobernaba en la Argentina y que, pese al clima político
imperante, la Argentina en ese momento era auténticamente católica, y
aseveramos que esa coyuntura en absoluto era motivo para sostener que la
Iglesia argentina apoyaba y cohonestaba al régimen que mediante el “fraude
patriótico” sucedió en el poder al General Uriburu.
Sin embargo, si esa misma burocracia
eclesiástica hubiera escuchado en su momento a los sacerdotes Leonardo
Castellani y Julio Menvielle, quizá el enemigo no se hubiera infiltrado tan
fácilmente en los seminarios. El mismo Papa Pablo VI al verificar esta Quinta
Columna, dijo el 29 de junio de 1972: “A través de una grieta, ha entrado el
humo de Satanás en el templo de Dios”. Algunos creerán que dijo esto en forma
figurada, como si fuera una metáfora, pero no es así, antes bien fue una
denuncia, una verificación o visión inspirada.
Desgraciadamente, al caer en saco roto
las advertencias y denuncias de los mencionados sacerdotes, la etapa
subsiguiente fue que la Fe de Cristo fue sustituida por la falsa utopía de la
revolución comunista y el lugar de la esperanza cristiana fue ocupado por la
ilusión falaz del paraíso marxista.
La jerarquía eclesiástica
lamentablemente se durmió en los laureles. Monseñor de Andrea fue la excepción,
lo mismo que los dos curas antes nombrados. Con diez más como ellos, la
deletérea teología de la liberación (falacia marxista) no hubiera envenenado
las almas y las mentes de esa juventud “idealista”. El progresismo fue una
trampa que sedujo a los jóvenes contrarios al espíritu filisteo de la época.
¿Cómo puede ser que se le haya
tributado tanta admiración a los feroces criminales Ernesto “Che” Guevara y
Fidel Castro, líderes de la Revolución Cubana por cuya causa corrió tanta
sangre?
Dos mil años antes, Cristo hizo otra
Revolución infinitamente mejor y más auténtica. Una Revolución que conmovió los
cimientos de una época perversa. Una Revolución donde la única sangre derramada fue la suya y no la
de sus enemigos que pidieron su ejecución.
El que a hierro mata, a hierro muere,
pero el que perdona tiene ganado el
cielo y la tierra. Amaos los unos a los otros, no juzguen (mal) y no
serán juzgados, que arroje la primera piedra el que se crea perfecto y justo,
por sus frutos se conoce el árbol. Estas son palabras de ese Cristo
Revolucionario.
¿Alguien puede afirmar con total
certeza y convencimiento que los guerrilleros y toda su parafernalia de
violencia, bombas, atentados, crímenes, emboscadas y conspiraciones para matar,
fueron unos mártires igual que los primeros cristianos que fueron asesinados
por los emperadores romanos?
¿Pueden merecer los asesinos que
sucumbieron, se les levanten monumentos y se los considere héroes y los
secuaces que se escondieron en las sombras, luego de cuarenta años, sean parte
del actual gobierno?
Respecto de este doloroso tema, el
discurso del Papa Francisco, dirigido a los miembros de la Pontificia Comisión
para América Latina, pronunciado en Roma el pasado 28 de febrero, ha causa
profunda conmoción, sobre todo en los sectores llamados progresistas, habida
cuenta la contundencia de sus palabras.
El Santo Padre ha reconocido,
expresamente, que en la Argentina, en los años setenta muchos jóvenes
provenientes de círculos y ámbitos católicos formaron en los cuadros de la
guerrilla.
Ha dicho el Papa: “Otra cosa que es
importante para la juventud, transmitir a la juventud, a los chicos también,
pero sobre todo a la juventud, es el buen manejo de la utopía. Nosotros en
América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo equilibrado
de la utopía y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún
momento nos desbordó. Al menos en el caso de Argentina podemos decir: ¡cuántos
muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía,
terminaron en la guerrilla de los años setenta!…”
Ha obrado muy bien el Santo Padre. Es
muy saludable decir la verdad. No es bueno tergiversar la Historia. Por eso a
las nuevas generaciones hay que decirles cuáles fueron las verdaderas causas de
que tantos jóvenes católicos terminaran en las filas del terrorismo y quienes
son los responsables de esa artera puñalada ideológica.
En primer lugar hay que decirles que
luego de concluido el Concilio Vaticano II (1966), algunos círculos católicos
presentaron a los jóvenes de aquella época una visión adulterada de la Fe. Tal
como lo ha expresado hace poco un fidelísimo profesor y conferencista
argentino: “La Fe de Cristo fue sustituida por la falsa utopía de la revolución
comunista y el lugar de la esperanza cristiana fue ocupado por la ilusión falaz
del paraíso marxista. La teología de la liberación, primero, el tercermundismo,
después, crecidos ambos al calor del desbarajuste posconciliar, fueron los
instrumentos ideológicos que posibilitaron el pasaje de tantos jóvenes de la
filas de la más acendrada militancia católica a las huestes partisanas. Este
trasiego de la Fe de Cristo a la herejía tercermundista y liberacionista es la
causa profunda del hecho hoy, finalmente, reconocido por la más alta voz de la Iglesia”.
Coetáneamente al Concilio Ecuménico
realizado en Roma, el país sufría un golpe de estado deleznable que derrocó al
gobierno constitucional de Arturo Illia (28 de junio de 1966), régimen que
practicó un estúpido nacionalismo, cursillista y tendencioso, juntamente con un catolicismo impregnado de
tartufismo y solipsismo, además de un vergonzoso servilismo a los EE.UU. y a
Gran Bretaña, impostura que contribuyó inconscientemente a prohijar el
comunismo y la guerrilla.
En Córdoba, antes y después del
Cordobazo (29 de mayo de 1969), se dio una singular dicotomía social. Por un
lado, una parte de las familias aristocráticas se alinearon con la dictadura de
Onganía quien nombró a varios personajes de estas familias como gobernadores de
la provincia mediterránea.
Por el otro, los hijos de varias de
estas encumbradas familias formaron grupos que fueron los primeros guerrilleros
de la nefasta organización Montoneros. Esta juventud contestataria se
autosegregó de esa élite a la que pertenecían por considerarla contaminada de
una mojigatería estéril que se apartaba del mensaje de Cristo. La cooptación de
algunos de estos jóvenes la realizó un sacerdote tercermundista que oficiaba de
Capellán el Liceo Militar General Paz.
Empero, dicho capellán -y demás curas
tercermundistas- olvidó predicarles sobre el Sermón de la Montaña que pronunció
Cristo ante una numerosa multitud. Olvidó que el mensaje de Cristo no fue de
matar y asesinar sino de consolidar el mandamiento divino de “No matarás”.
Olvidó recordarles a los ex cadetes que, moribundo Cristo en la Cruz, dijo
elevando sus ojos al cielo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
De las mismas sacristías salieron los
Montoneros. Numerosos sacerdotes empujaron a esos jóvenes a la guerrilla y en
muchos casos, ellos mismos tomaron las armas. Y en muchos casos, los mismos
guerrilleros ajusticiaban a los que daban marcha atrás, endilgándoles luego sus
muertes a las Fuerzas Armadas que cumplieron la ímproba tarea de obedecer las
órdenes impartidas por el gobierno justicialista de María Estela Martínez,
llamada Isabelita, y antes, las de su extinto esposo, el Teniente General Juan
Domingo Perón. Luego, los responsables de esas órdenes, cuando ya no eran
gobierno, salieron a decir que ordenaron otra cosa, que fueron
malinterpretados.
Pero de semejante desbarajuste
nacional, donde unos pagaron cuentas ajenas y otros quedaron impunes, es absolutamente
injusto que por grupos desviados, la Iglesia Católica tenga que desaparecer y
callarse la boca, plegándose a la corriente que la culpa de todos los males
pasados, presentes y futuros, exculpando torcidamente a los verdaderos
responsables de esta dolorosa tragedia nacional que tanto daño le hizo a las
almas y sumió al país en un caos que casi destruye las bases mismas del Estado.
El mismo Papa, en ese discurso, ha
dicho: “El futuro, ¿cuál es? Una obligación. La traditio fidei es también
traditio spei y la tenemos que dar”. Vale decir, hay que transmitir la Fe y la
Esperanza que hemos recibido y que vienen desde lo alto, en lugar de hacernos
adoradores de falsos aspirantes a santos que son lobos con piel de oveja. La Fe
y la Esperanza son los dos faros que disiparán las actuales tinieblas que
oscurecen el límpido cielo de la Patria, a la cual quieren convertir en un
sucio y confuso chiquero, donde los puercos se revuelcan contentos.
Luis Illuminati |
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