Fue la Revolución Libertadora -y es lamentable decirlo así, tan desconsideradamente- el presagio de los males que habrían de batir una y otra vez a la Argentina.
La mayoría de quienes
aún la recordamos -con la nostalgia de las ilusiones pérdidas- teníamos en ese
entonces entre diez y veinticinco años.
Todo lo que se cuenta
es cierto, desde el pan negro hasta el exilio o la clandestinidad de muchos que
sin ser siquiera políticos fueron perseguidos, desde la obligatoriedad de ser
afiliado al partido peronista para ser funcionario o profesor de la universidad
hasta el adoctrinamiento de todos aquellos que cursaban la escuela primaria o
secundaria en cualquier escuela pública.
Personalmente
recuerdo el Corpus Christi de 1955 en Santa Fe donde el gobierno peronista
mandó a la guardia de caballería de la policía de la provincia a disolver la
procesión. Mi hermano y yo llevábamos bolsas de bolitas que mi madre y mi tía
nos habían comprado para que las tiráramos de a puñados para que los caballos
patinaran sobre ellas y desmontaran a los policías que con sable en mano
repartían la "leña" que el
general había ofrecido discrecionalmente. Obviamente, ellas estaban también en
la procesión.
Fueron esos cuatro
días de setiembre, cuatro días de temor y esperanza. Mi padre se había ido a
Paso de los Libres donde habría -nos enteramos el mismo 16 de setiembre- un
pronunciamiento comandado por Aramburu que fracasó al día de pronunciarse. De
este fracaso junto a la incertidumbre de lo que les podría haber pasado a
quienes estuvieron allí nos enteramos en casa el 18 de setiembre a la noche por
un par de personas que habían conseguido huir de Corrientes y a las que
escuchamos detrás de una puerta mientras le contaban a mi madre lo que sabían.
Después fue la
alegría de la victoria, la seguridad infantil que eso no se habría de repetir y
la también pueril certeza que se había acabado con el peronismo.
Hoy, y esta es mi
posición a partir de cincuenta y nueve años de aquel 16 de setiembre, es que
una vez triunfante la Revolución Libertadora no fueron los ideales los que se
hicieron con el poder sino la absoluta falta de grandeza que ha caracterizado a
los argentinos desde ese momento. Los egoísmos y las apetencias políticas
fueron desde entonces la moneda corriente en la República.
Sintetizo, hoy, 16 de
setiembre de 2014 puedo decir sin temor a equivocarme que la Revolución Libertadora fue
una batalla ganada. Pero se perdió la guerra.
JOSE LUIS MILIA
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