Por Alejandro Poli
Gonzalvo
Dice
Calígula: “Por fin
entiendo la utilidad del poder. El poder brinda una oportunidad a lo imposible.
A partir de hoy y en lo sucesivo, mi libertad dejará de tener límites”.
La exquisita pluma de
Albert Camus pone en boca del
extraviado emperador romano que nombró senador a su caballo la mejor definición
de la ambición desmedida de poder. Superar los límites que impone la realidad
al poder es el sueño de todos los aprendices de brujos de la política, como
sabiamente describe García Márquez a
Melquíades: “Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus y que asombraba a los niños
con sus relatos fantásticos”.
Contagiado del
irrealismo que esteriliza a todos los fanatismos, el kirchnerismo posnestoriano
es una carta abierta insustancial y
retórica a los desvaríos del poder sin fronteras, que desea lo imposible, ajeno
y sin conciencia de la sociedad en que vive.
Enfrentados al nudo
gordiano de una realidad que no se rinde ante sus pretensiones absolutistas,
quienes están poseídos por esta neurosis ensayan el gesto legendario de cortar
de un tajo el mundo que los rodea y se refugian en el relato. El relato, la mistificación discursiva de
una realidad que no existe, reemplaza a un serio y bien intencionado propósito
de mejorar la vida de los argentinos.
El peronismo siempre
ha abusado del relato para construir su poder político. El kirchnerismo no ha
inventado nada nuevo, nada que el propio Perón
no cultivara desde sus primeras acciones políticas en la Secretaría de Trabajo
del gobierno de facto militar de 1943. El relato hegemónico del peronismo, que
el kirchnerismo apenas renueva con resabios setentistas, ejerce una fascinación
hipnótica sobre la sociedad argentina, aunque repetidas veces en la historia se ha comprobado que no son
más que cantos de sirena que nos han desviado de una navegación segura hacia un
futuro de progreso y democracia. Este hechizo perverso se romperá cuando
los argentinos sepamos diferenciar los problemas de la vida diaria de la
propaganda, nuestras preocupaciones de los discursos, la realidad del relato.
Una verdad elemental
está cada día más a la vista. Si nos
guiamos por el relato, van por todo; si nos atenemos a la realidad, van por
nada. Son los señores de la nada que inmortalizó Ezequiel Martínez Estrada, que deambulan por la infinitud de la
Pampa y están solos como seres abstractos que hubieran de recomenzar la
historia, o de concluirla. Son un clan falsamente iconoclasta que “vive un sueño sin sentido; las cosas que
hace tienen la inconsistencia de los fantasmas”. Inconformista de palabra,
heterodoxo en los gestos, el kirchnerismo construye una realidad que sólo
existe en su conciencia de haber querido ser mucho y apenas haber creado un
mundo insustancial de falsedad, un relato mitológico en estado puro. El relato del todo, la política de la nada.
Por eso, para que no se
repita nunca más el espejismo como política y la adulación como doctrina,
repetimos que si ir por todo es ir por el relato, en realidad van por nada. Los
argentinos tenemos la oportunidad, en las próximas elecciones, de ir por todo, por la Constitución, por la
equidad social, por la seguridad, por la justicia para castigar la corrupción,
por la prosperidad y, sobre todo, por la concordia entre hermanos.
¿Qué diríamos de la
lucha por el poder por el poder mismo? Parafraseando un bello verso del poeta español José Hierro sobre la
fugacidad de la vida, tendríamos que decir: “Después
de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo”.
A
los argentinos nos embarga la esperanza. Al relato le esperan cien años de
soledad.
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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