"Muchas
personas creen que se les debe todo,
pero siempre llega el momento en que
deben enfrentarse con la realidad".
Valerio Massimo Manfredi
pero siempre llega el momento en que
deben enfrentarse con la realidad".
Valerio Massimo Manfredi
Según todas las
encuestas, la inflación es el principal tema de preocupación de los argentinos,
superando a la corrupción. La reacción generalizada contra los aumentos en las
facturas de los servicios públicos (agua, luz y gas), aprovechada políticamente
por el inescrupuloso Sergio Massa y el desvergonzado kirchnerismo, demuestra
claramente que conformamos una sociedad hipócrita, pendiente del corto plazo y
enviciada con las ilusorias ventajas que puede obtener de un Estado
omnipresente. Nadie nos dice cómo piensan que deberían financiarse los enormes
desequilibrios que Maurico Macri heredó: ¿mayor emisión monetaria?, ¿creciente
endeudamiento externo?, ¿más impuestos?; todos sabemos a dónde llevan los dos
primeros caminos, porque los hemos recorrido hasta el hartazgo, y el tercero es
imposible.
Para que la inflación
ceda, lo primero que hay que hacer es reducir el déficit fiscal, algo que se ve
impedido por la subsistencia de subsidios indiscriminados. Si, entre otras
cosas, no pagamos por la energía que consumimos lo que vale, no sólo seguiremos
malgastando inexistentes recursos públicos en la importación sino que, como no
habrá inversiones en el sector, no se podrán abrir fábricas; sólo un demente lo
haría si no hay gas ni luz eléctrica.
Hace más de una
década, dije a los grandes consumidores que iban al suicidio porque, mirando no
más allá de la nariz, estaban llevando a la quiebra al sector eléctrico
mientras recibían un subsidio implícito desmesurado al amparo del congelamiento
de tarifas que, impuesto durante la crisis de 2001/02, Kirchner había mantenido
a rajatabla. Recordando una frase que había aprendido en Brasil: "la energía más cara es la que uno no
tiene cuando la necesita", les recomendé que llegaran a un acuerdo con
los proveedores del indispensable insumo para aumentar el precio que éstos
percibían, de modo de asegurar rentabilidad a las empresas y permitirles
aumentar la capacidad de generación y transporte. Obviamente, no lo hicieron, y
siguieron disfrutando de esa "plata
dulce" como si todo hubiera podido seguir así para siempre.
Ese congelamiento
hacía que, por ejemplo y en materia de gas, mientras se pagaba a Repsol y los
demás productores US$ 2,5 por millón de BTU (la medida que se utiliza para
medir el poder calórico) en boca de pozo en Argentina, se reconocía a la misma
Repsol US$ 7,5 si lo extraía en Bolivia, desde donde llegaba ante los
crecientes faltantes durante los picos de consumo. Lo mismo ocurría en todo el
mercado energético; la resultante fue que perdimos el autoabastecimiento y
surgió la necesidad de importar masivamente. Durante los 90's, se construyeron
gasoductos para exportar a Chile y a Rio Grande do Sul, y líneas de alta
tensión para enviar electricidad a Brasil y a Uruguay; a partir de 2003, el
sentido de esos flujos se invirtió para importar gas y energía eléctrica. Para
atender a la demanda, se recurrió a comprarlo licuado y regasificarlo en Bahía
Blanca y Zárate, a más de US$ 17, lo cual generó un enorme negociado, que ya
está en manos de la Justicia.
El Gobierno eludió,
por un inexplicable prurito vinculado al riesgo de espantar a potenciales
inversores, informar claramente a la población la magnitud de una crisis,
distinta pero peor que la de 2001/02 y, claro, nadie notó su verdadera
dimensión. El sistema tarifario implementado ya había estallado en la década
anterior y, cuando se debió elegir a quién cortar los suministros de luz y gas,
el populismo optó por mantenerlo a los hogares en desmedro de las empresas,
aunque esta medida atentaba contra la industria y, naturalmente, era un factor
más en el incremento de la inflación y en la pérdida de trabajo.
Los usuarios de las
zonas beneficiadas por esa mal intencionada política (Capital y Conurbano)
siguieron derrochando la energía, ya que el Estado la "regalaba" -en realidad, se pagaba con los impuestos de
todos-, mientras que el interior soportaba tarifas mucho más altas, y lo mismo
ocurría con el transporte público; así, aquéllos calentaban sus piscinas en
invierno y los hogares parecían arbolitos de Navidad; otra vez, la "plata dulce". Ahora, cuando
resulta indispensable realizar un ajuste paulatino -el brusco era política y
socialmente inviable- la desinformación generada por el Gobierno y su errónea
implementación (hubiera sido mejor, por ejemplo, establecer el aumento a partir
del anuncio, lo cual produciría ahorro, y no para el consumo pasado) provocan
las protestas, fogoneadas por el kirchnerismo, la primera de las cuales se
produjo el jueves. Curiosamente, quienes "cacerolearon"
no reclaman por las gigantescas tarifas del celular o del cable, pero se
alteran si por el gas deben pagar mensualmente el equivalente a cuatro pizzas
en lugar de un café, como hasta ahora. Pero, confesémoslo, tampoco resulta
explicable que, en medio del desastre, se sigan quemando billetes ante el altar
de Fútbol para Todos y otros tantos agujeros negros.
La Justicia, ahora en
defensa propia, mostró el ya pornográfico espectáculo de inexplicables millones
de dólares en cajas de seguridad de la hija de Cristina Elizabet Fernández, que
no ha trabajado en su vida mientras que sus padres sólo han sido empleados
públicos desde hace treinta años y su hermano Máximo consiguió su primer
conchabo en diciembre de 2015, como Diputado. La escena recordó a los
allanamientos a la casa de los narcos mexicanos, donde se encontraron parvas de
billetes escondidos en placards. Por esos detalles ocupacionales que me
pregunto por qué el Juez que tiene en sus manos la causa por enriquecimiento
ilícito de la ex Presidente no la llama ya mismo a indagatoria, ya que en ella
es ésta quien debe demostrar la legitimidad de la gigantesca fortuna que tan
impúdicamente exhibe ante un país en ruinas.
Porque así es: la
Argentina está en ruinas precisamente porque Néstor y Cristina "fueron por todo" para robar
sin medida. Los fondos que se encuentran en bóvedas, bolsones y cajas de
seguridad, en casas, hoteles y campos, todos ellos una pequeñísima parte del
monto del saqueo, faltan en hospitales, escuelas, viviendas, cloacas, rutas, y
en gas, en represas y plantas de generación eléctrica, y otras miles de
necesidades insatisfechas a lo largo y ancho del país. En realidad, nada de eso
es nuevo, porque cuando ya se conocía el tamaño del latrocinio y llegaban
valijas de dólares voladores, la hipocresía de la sociedad argentina hizo que
se alzara con el 54% de los votos en 2011, producto de la fiesta de subsidios y
de la emisión demencial.
Ante la dramática
magnitud que ha adquirido el problema, me pregunto si también seremos
hipócritas para enfrentar el narcotráfico -otra fuente de enriquecimiento de
los Kirchner, como el juego- y dejaremos la solución en manos de policías como
la de Provincia de Buenos Aires, autogestionadas para el delito. ¿Por qué no
aceptamos que así no se alcanzará y que, por el contrario, iremos al horror
final? ¿No ha llegado la hora de adoptar medidas heroicas? Tal vez, una salida
sería la "militarización"
de las policías, mediante la designación de oficiales en actividad y de alto grado de las fuerzas armadas para
encabezarlas, sólo hasta tanto la corrupción pueda ser erradicada, algo que a
Gran Bretaña le llevó diez años lograr con Scotland Yard.
Bs.As., 17 Jul 16
Enrique
Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
E.mail: ega1avogadro@gmail.com
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