Mientras la sociedad
discute vanamente sobre los números de la muerte, la grandeza de un solo hombre
se levanta en el horizonte de una república que vacila acerca de su propia
existencia. Por sobre la tiranía de las cifras con las que se ha conseguido disciplinar
la palabra, la libertad suprema de un prisionero al que no ha logrado doblegar
el odio llena el aire con el himno nacional cada mañana. Él lo entona desde un
pozo que no ha podido contenerlo y que en cambio aprisiona a sus captores en el
desconcierto de su propia pequeñez. Lo mismo que en un cuento de Chesterton, su
canto desde la estrecha celda sin ventanas infunde pavor a sus verdugos,
quienes desean que aquel hombre jamás hubiera existido. Su unicidad en el valor
es un desafío pacífico a todos los temores presentes y futuros del pueblo de su
patria. Su perdón a los enemigos debería bastar para colmar de vergüenza a los
promotores profesionales de la discordia. Por eso lo ocultan. No lo quisieran
ni muerto ni vivo; simplemente, inexistente. En el olvido de aquella terrible
tortura esconden el sufrimiento de más de mil víctimas inocentes. Es necesario
que sólo el resentimiento sea ensalzado en el altar de los sacrificios. El
razonamiento ya se ha opacado con la dialéctica de crímenes peores y mejores y
de cantidades dogmáticas cuya mera negación se convierta en anatema. Sólo queda
el honor, ese sentimiento antiguo que nunca ha podido ser atado a las
estadísticas. ¿Cómo pretendían arrancarle la fórmula de la traición a un hombre
que amaba tanto? Sólo basta uno. No hacen falta miles ni decenas de miles.
¡Mírenlo! No tengan miedo.
Coronel Argentino del
Valle Larrabure: sobre el ejemplo de su alma libre y creyente se reconstruirá
la nación.
Carlos
Manfroni
DNI 10.900.280
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