Un hecho que espantó al país y lo hundió en una orgía de violencia que de ningún modo era buscada por las grandes mayorías, esas que decían representar los asesinos declarados u ocultos.
Jorge
Martínez
@JorgeGMar
25.06.2019Política
Augusto Timoteo Vandor, el más poderoso líder sindical en la historia del peronismo |
Fue uno de
esos asesinatos pensados para causar temor y confusión. A 50 años del crimen de
Augusto Timoteo Vandor, el más poderoso líder sindical en la historia
del peronismo, sus autores siguen en las sombras, aunque haya sospechas
repetidas pero políticamente incorrectas respecto de quienes estuvieron detrás.
Nadie se adjudicó de inmediato el magnicidio, y cuando apareció la primera
reivindicación, veinte meses después del hecho, la firmó un grupo inexistente,
inventado para la ocasión. La causa judicial se extendió por tres años sin
producir resultados ni detenidos. Desde entonces, el misterio.
A mediados
de 1969, Vandor, apodado “El Lobo”,
era uno de los hombres más poderosos de la Argentina. Conducía la Unión Obrera
Metalúrgica (UOM), el sindicato con mayor peso político en un país (y un mundo)
en el que la industria dominaba la economía. También era una figura
controvertida y con muchos enemigos. Distanciado del máximo líder
justicialista (que desde 1960 estaba exiliado en España) había soñado -sin éxito-
con erigir un “peronismo sin Perón”.
La izquierda lo acusaba de “colaboracionista”
y veía en él a la encarnación del “burócrata”
sindical que traiciona por dinero a sus representados. La derecha y cierto
periodismo aplaudían su vocación moderada y negociadora. De Perón llegaban
mensajes contradictorios. El más reciente hablaba de una reconciliación: meses
antes el Lobo había vuelto al redil del conductor y respondía a sus órdenes.
Esa reconciliación no estaba en los planes de quienes, en ambos extremos,
apostaban a radicalizar posiciones y profundizar los enfrentamientos, tomando
siempre al peronismo como bandera o excusa.
LOS HECHOS
Poco
después de las 11.30 de la mañana del 30 de junio de 1969, de tres a cinco
hombres entraron en la sede de la UOM en Capital Federal haciéndose pasar
por policías y empleados judiciales. Con insólita rapidez dominaron a la
custodia y a los presentes (entre 12 y 20 personas) y subieron al despacho del
secretario general en el primer piso. Cuando Vandor se asomó, le dispararon
cinco veces. Después dejaron un explosivo en la oficina y salieron con la misma
facilidad con la que habían entrado. Minutos más tarde la bomba destruyó parte
del edificio. Los asesinos se esfumaron sin dejar rastros.
¿Quiénes
fueron? El crimen lo reivindicó en febrero de 1971 un inexistente Ejército
Nacional Revolucionario (ENR). Tres años después, en la revista El
Descamisado, órgano de prensa de la banda Montoneros, ese grupo imaginario
publicó el relato completo de lo que llamaron “Operación Judas”. Era un texto con el tono habitual de las
publicaciones guerrilleras: una mezcla de crónica periodística y panfleto de
propaganda, repleto de episodios inverosímiles y algunos datos reveladores.
La tardía
confesión no resolvió el enigma. Como Vandor había sido hombre de múltiples
enemigos, también fueron diversas las teorías sobre su asesinato. Se
habló de “hampones sindicales”, de “grupos maoístas”, de mercenarios
argelinos. Sectores peronistas ortodoxos sospechaban (y siguen sospechando) de
una facción del gobierno del general Juan Carlos Onganía, mientras que no se
descartaba la acción de agentes de inteligencia extranjeros. De a poco, sin
embargo, se fue creando un vago consenso acerca de que los ejecutores habían
sido proto-guerrilleros alineados con la “izquierda
peronista”. En 1982 el británico Richard Gillespie en su clásico
Soldados de Perón corroboró esa impresión y agregó que el ENR era en verdad un
sello que encubría a la banda Descamisados, que sí tuvo una existencia real
antes de unirse con Montoneros.
Hubo que
esperar hasta 1986 para que aparecieran nombres. Los publicó el periodista
Eugenio Méndez en el anexo de Aramburu, el crimen imperfecto, un libro
explosivo por su versión alternativa sobre el papel (accesorio) que habrían
tenido los Montoneros primigenios en el secuestro y asesinato del ex presidente
de facto en 1970. Para reforzar la tesis revisionista, Méndez incluyó el texto
completo de la “Operación Judas”
aparecido en 1974, junto con un breve comentario propio en el que explicaba el
crimen de Vandor y enumeraba a sus presuntos autores.
Según esa
versión, el magnicidio había sido tramado por el periodista Rodolfo Walsh,
enemigo jurado de Vandor y director del semanario CGT, que en 1968 editaba la
CGT de los Argentinos, enfrentada al “vandorismo”.
Los ejecutores fueron Raimundo Villaflor, Carlos Caride, Horacio Mendizábal y
Dardo Cabo, hijo del histórico líder sindical metalúrgico Armando Cabo e
integrante del comando nacionalista que en 1966 secuestró un avión y lo desvió
a las Islas Malvinas (el “Operativo
Cóndor”), hecho resonante por el que había estado tres años detenido. Otros
tres participantes habrían sido -siempre según Méndez- Eduardo De Gregorio,
Roberto Cirilo Perdía y Norberto Habegger, a los que ubicaba en la agrupación
Descamisados.
Todos los nombrados alcanzarían
funciones de relevancia en las bandas guerrilleras de los años '70. Todos menos
Villaflor confluyeron en Montoneros luego de pasar por grupos menores. Salvo Perdía, quien sigue vivo y nunca
integró Descamisados, el resto murió en combate o en cautiverio entre 1976 y
1979, incluso De Gregorio, cuyo nombre correcto era Oscar y no Eduardo.
Varios años
después de aparecido el libro, Méndez decía en confianza que la fuente de esos
datos (cuyo nombre se reservaba) había sido el jefe de redacción de una revista
argentina a quien Cabo, que era su amigo, le habría confesado su participación.
“El que le tenía un profundo odio a
Vandor en el grupo era Walsh y él fue quien realizó toda la planificación hasta
en los mínimos detalles. Yo estuve en la acción directa”, habría dicho
Cabo según lo que Méndez sí publicó en su obra.
OTRAS VERSIONES
Ese es el
origen, nunca reconocido, de la mayoría de los textos que circulan en Internet
sobre el magnicidio. También nutrió a muchos de los libros que se publicaron
sobre el caso en los últimos treinta años. Aunque ninguno se animó a involucrar
a Walsh. Viviana Gorbato descartó la posibilidad con una simple frase en el
final de la última nota al pie de Vandor o Perón (1992), una biografía breve y
ecuánime. El periodista Andrés Bufali sólo lo insinúa en un pasaje de Con
Soriano por la ruta de Chandler y otras crónicas de los setenta (2004).
Santiago Senén González y Fabián Bosoer lo citan como una hipótesis (pero sin
mencionar a Méndez) en su completo Saludos a Vandor (2009). En Cinco balas para
Augusto Vandor (2005), Alvaro Abós eligió novelar una teoría muy parecida.
Otros
autores escribieron en disidencia con la hipótesis. El periodista Roberto Bardini,
que de Tacuara pasó al “peronismo
revolucionario”, publicó hace años un artículo en Internet para desmontar
las “siete falacias” sobre la
participación de Dardo Cabo en el magnicidio, otra vez sin mencionar el libro
de Méndez. Ernesto Salas hizo lo propio con su biografiado en Norberto
Habegger: cristiano, descamisado, montonero (2011). En Montoneros: la buena
historia (2005), José Amorín, uno de los fundadores de esa organización
guerrillera, cambia los nombres pero no la sustancia. Señala que los asesinos
fueron “seis o siete compañeros”
de trayectoria sindical y vinculados a la CGT de los Argentinos. Agrega que
“alguien” le comentó que ese grupo “estaba íntimamente relacionado o
influenciado por Rodolfo Walsh”. Amorín los conoció y participó de al
menos una acción armada con ellos. Uno de sus integrantes era, curiosamente, el
escritor Dalmiro Sáenz.
Vandor,
Aramburu, Rucci. La izquierda setentista siempre ha tenido problemas con esa
clase de crímenes. Primero los niega y después los reivindica tarde y a
medias. Las sospechas cruzadas les complican las cosas. En el caso de
Vandor, la posible intervención de Walsh agrega un escollo insalvable. El autor
de ¿Quién mató a Rosendo?, pese a todo lo que conocemos ya acerca de su
frondoso prontuario terrorista, debe permanecer en el recuerdo como víctima,
nunca como victimario. Por eso los datos sobre las operaciones en las que
participó “se reconocen en off y se desmienten
públicamente”, apuntó con razón el periodista Gustavo Noriega en su
Diccionario crítico de los años 70. El mito no puede contaminarse.
Al margen
de sus autores o inspiradores, hay algo indudable sobre el misterioso asesinato
de Augusto T. Vandor: fue un hecho que espantó al país y lo hundió en una orgía
de violencia que de ningún modo era buscada por las grandes mayorías, esas que
decían representar los asesinos declarados u ocultos.
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