Alberto Fernández pidió "dar vuelta la página" y fue acusado de negacionista (Presidencia) |
La velocidad con la que la política
argentina presenta hechos mediocres o miserables es notable.
Uno no termina de sorprenderse u horrorizarse por un hecho que aparece uno
nuevo peor al anterior. La estupidez y la inmoralidad son las verdaderas bases
sobre las que se asienta el Gobierno. La oposición da algunos signos vitales,
pero aún carece de la firmeza férrea para enfrentar los atropellos republicanos
que se presentan a diario.
El
Presidente estuvo hace algunos días en un acto con militares y dijo algo muy
sensato: “Quiero darles la bienvenida a
los nuevos jefes y manifestar mi alegría por el hecho de que hoy todos los
oficiales y suboficiales son hombres de la democracia, egresaron de sus
escuelas en democracia y esto amerita
que de una vez por todas demos vuelta la página y celebremos”. Algo
normal y empíricamente demostrable, si uno tiene en cuenta el paso de los años
desde la última dictadura. La respuesta que recibió de Nora Cortiñas de Madres
de Plaza de Mayo fue lapidaria: “Yo
lamento y rechazo totalmente todas las expresiones del Presidente. No tenía
ninguna necesidad de expresarse así, por obligación. Por eso pienso que es un
negacionista, y lo lamento mucho”. Debo
admitir que la declaración de Cortiñas me pareció un esperpento. Al mismo
tiempo, me hizo algo de gracia que desde la decadencia que impera en los
organismos mal llamados de “derechos
humanos” lo calificaran a Alberto Fernández de la misma manera que me
habían llamado a mí por decir que los desaparecidos son los que figuran en la
Conadep y no los del “número simbólico”
de 30 mil.
El supuesto “progresismo” argentino es una fuente inagotable de sandeces que
combina perfectamente con el bajo nivel intelectual y la violencia política de
los integrantes de ese grupo amorfo. Una de las
bobadas que pusieron de moda en los últimos tiempos es llamar “negacionismo” a cualquier cosa. Ni soy
negacionista yo cuando digo que los crímenes de los 70 fueron espantosos y que
la dictadura tuvo una conducta altamente reprochable (creo que la cantidad de
desaparecidos que figuran en la Conadep es escalofriante) ni lo es el
Presidente por decir algo que tiene que ver con la edad de los miembros de la
fuerzas armadas. Cuando ocurrió mi
episodio pude comprobar el pobrísimo nivel intelectual y la falta de conocimiento
de la historia por parte de muchos que, además, se negaban a debatir conmigo
cuando se los proponía. Es sabido que los comisarios políticos no debaten y
que sólo tienen vocación de eso, de comisarios políticos. Nunca se me ocurrió
retractarme porque creo que la política es el territorio de las ideas. Cuando
llegaron al extremo del ridículo y me amenazaron con hacerme un juicio, los
insté a que procedieran y les aseguré que estaría encantado de debatir ahí. Me
pidieron dinero para no ir a juicio, a lo cual, claro está, me rehusé
totalmente y sigo pensando lo mismo. Por supuesto, me hizo gracia compartir la
denominación “negacionista” con el
Presidente, con quien no tengo nada en común.
Pero
Fernández, nunca sabremos si porque se
asustó o porque se lo ordenaron, pidió unas extrañísimas y larguísimas
disculpas (intuyo que se lo ordenaron, por supuesto), además de
desopilantes porque, repito, el hecho de que todos los militares hoy se forman
en democracia es un hecho indiscutible. El autoritarismo de Cortiñas es
igualmente indiscutible. Haber sido
víctima de una dictadura debe despertar solidaridad y comprensión ante un hecho
aberrante como es la pérdida de un ser querido, pero si esa víctima se
convierte en una persona violenta y autoritaria es menester marcarle esas malas
costumbres. Fernández podría haberle dicho, en buen tono, que él dijo algo
lógico, que nada de lo expresado podía ser considerado “negacionista” y pedirle amablemente a Cortiñas que se retractara.
Hubiese sido un extraordinario gesto de respeto hacia toda la sociedad que no
quiere más patoterismo. A pesar de ello, eligió comportarse como un pusilánime
y perder la oportunidad. Fernández no tiene ideas. Les dice a los demás aquello
que quieren escuchar.
Pasado
el hecho, exculparon al Presidente por sus dichos, y todo concluyó con una
reunión en la que estuvieron Cortiñas y Pérez Esquivel entre otras personas.
Está confirmado que en el encuentro no recordaron aquellos tiempos en los que
Fernández era menemista y apoyaba los indultos a terroristas y militares. Ni el
año 2000, cuando nuestro actual Presidente militó integrando conjuntamente una
lista de diputados con Elena Cruz, gran admiradora de Videla y organizadora de
marchas en su apoyo. O sea, integraban el mismo espacio con Alberto. La relatividad moral: un clásico del
peronismo y de la izquierda.
En
lo que respecta a la oposición, esta semana hubo un episodio llamativo en un
acto de apoyo al proyecto de ley a favor del aborto. En el acto estaban algunas
diputadas de Cambiemos (Silvia Lospennato, Camila Crescimbeni, Josefina
Mendoza, Carla Carrizo y Brenda Austin) en un escenario frente a la gente
congregada al grito de “les cortamos las rutas y les quemamos la
Catedral”, en caso de que no saliese la ley. Cabe destacar lo bajísimo
del nivel. Subir a algunos escenarios
tiene su riesgo. Esto provocó bastante polémica y las diputadas se excusaron
diciendo que no estaban cantando (se las ve a algunas de ellas arengando con el
brazo y siguiendo el ritmo). Nada de esto hubiese escalado si se hubieran
disculpado. Terminado el tema. Nadie cuestiona, además, el derecho de las
diputadas a votar lo que crean más oportuno. El tema es la colonización en las
formas. No se es más feminista por
levantar consignas violentas al estilo kirchnerista. El kirchnerismo envenenó
las formas políticas. Uno espera que el sector republicano se imponga en
las formas y no que sea colonizado por los que intoxican el discurso. No le
viene bien a Cambiemos tener clones de lo peor de la política. Le conviene, en
cambio, marcar la diferencia, tanto en el fondo como en las formas.
Pero
todo pasa rápido y todo puede ser peor en Argentina, que es el sitio donde la
decadencia no descansa y se supera día a día. El episodio del embajador Scioli
votando una ley que habla de eliminar privilegios, pero que tiene un trasfondo
peligroso de vaciamiento de la Justicia, supera los peores pronósticos. Sabemos que la manipulación de la Justicia
es el gran objetivo de los sectores más radicalizados del kirchnerismo.
Tienen una obsesión con eso. Scioli haciendo la V con los dedos después de
haber votado y siendo embajador (tiene el plácet concedido por Brasil),
creyendo que por eso es pícaro, es una postal de la decadencia política
argentina. No sabía ni qué votaba: lo llamaron y fue. Cuando un periodista le
preguntó en detalle por la ley sólo balbuceó tonterías.
Cree que es una broma de asado después
de sus partidos de fútbol. Tenemos algunos de los peores políticos del mundo.
El sindicato del crimen es también tilingo.
Seguir
viendo estos episodios y analizarlos como si fuera un país normal forma parte
de la enfermedad argentina.
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