Entre internas en el Ejército que incluyeron un levantamiento y la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos mientras se festejaba la conquista del Mundial Juvenil de Japón con Maradona, la etapa culminó con el atentado a Guillermo Klein, posible sucesor de José Alfredo Martínez de Hoz, inicio de la fracasada contraofensiva que ordenó la conducción de Montoneros
Por Juan Bautista "Tata" Yofre
Mario Firmenich, líder de Montoneros cuando ordenó la contraofensiva en 1979 |
En la historia argentina contemporánea el mes de septiembre siempre ha dado pie a acontecimientos políticos que de una manera u otra intentaron cambiar la situación imperante. Es un mes donde con la primavera se avizora la llegada del calor y el fin de año. Basta recordar la revolución “septembrina” contra Hipólito Yrigoyen; la revolución del general Benjamín Menéndez de 1951; la Revolución Libertadora de 1955; el primer enfrentamiento de Azules y Colorados de 1962, cuando gobernaba el senador José María Guido o septiembre de 1987 cuando la derrota electoral del radicalismo, en manos del peronismo, puso fin a la idea del “Tercer Movimiento Histórico” y dio inicio al final de la presidencia de Raúl Ricardo Alfonsín. Para los que lo vivieron, o padecieron, septiembre de 1979 fue un mes muy importante en acontecimientos que conmovieron al poder militar de la época.
Como corriendo los cortinados para iniciar
la obra que se iba a desenvolver, semanas antes de entrar en septiembre, un
variado grupo de dirigentes y hombres de la política realizó un extenso trabajo
para ser depositado en manos militares. Todo el recorrido de su texto expresaba
hartazgo. No tuvo trascendencia periodística porque, a pesar de la importancia
de los firmantes, estos documentos sólo eran vistos en los despachos oficiales
o en ambientes muy reducidos. Al “Informe sobre el Proceso de Reorganización
Nacional”, lo firmaron Marcelo Sánchez Sorondo, Carlos Imbaud, José Antonio
Allende, Roque Carranza, Ernesto Corvalán Nanclares, Juan Pablo Oliver,
Reinaldo Vanossi, Francisco Uzal y Basilio Serrano. A simple vista, ninguno
era un adversario declarado de las Fuerzas Armadas. Ni en el pasado, ni en ese
presente. Sin embargo, bajo la enriquecedora pluma de Sánchez Sorondo, se
afirmaba que “no coincidimos con la consigna que se reitera a
manera de aforismo, como si fuese un hallazgo de expresión, según la cual en la
perspectiva del proceso ‘no existen plazos sino objetivos’. [...] Hoy, en
agosto de 1979, nuestro país está mucho más lejos que ninguna etapa anterior de
su existencia, de alcanzar un cuadro de normalidad en lo político, en lo
económico y en lo social. Hemos retrocedido en todos los planos. [...]
Incluso la investidura presidencial [...] se ha visto despojada de sus
atributos eminentes. [...] Vimos instalarse, así, en reemplazo del gobierno
civil, un sistema atípico e incontrolable que a raíz de la lucha contra la subversión ha podido disponer a su
albedrío de la vida y los bienes de los argentinos. [...] Las vacilaciones
y retrocesos de la política exterior han demostrado a los ojos de propios y
extraños la intrínseca debilidad de una conducción sin conductor que no sabe
negociar ni puede sostener en la hora de la prueba una voluntad de
intransigencia. [...] La especulación
desplaza las inversiones del campo y de la industria; las finanzas públicas
se desenvuelven bajo el signo de la elefantiasis y del déficit; al paso que la
transferencia de recursos del sector financiero reduce el consumo. Entretanto, la espiral inflacionaria, irrestricta y
recesiva, que eleva el costo de la vida, al extremo de registrarse aquí los
precios internos más altos del mundo, ha sido enfáticamente consagrada desde
los ámbitos oficiales como un inevitable compañero de ruta con el cual es
forzoso resignarse a convivir. [...] Este cúmulo de factores negativos empuja
al país hacia una situación de dramático aislamiento como hasta ahora, sin
excluir la época de la Independencia, no ha conocido. La Argentina,
desprestigiada, conflictuada ante el mundo exterior y disminuida a los ojos de
sus vecinos iberoamericanos, se encuentra sola, absolutamente sola. Ha perdido, si los tuvo, sus aliados en el
mundo de las grandes potencias y su soledad es aún más triste y ostensible
en el espacio que le pertenece, donde está llamada a desarrollar su influencia.
[...] La falta de
resistencia social que permite al régimen militar prolongarse en función de
criterios intemporales, no expresa el consentimiento nacional. Por el
contrario, revela con rasgos acentuados el agotamiento propio de una crisis.
Sin duda esta perplejidad de la conciencia social facilita el ejercicio sin
trabas del poder. Pero ese poder omnímodo que transfiere al orden militar la
responsabilidad del orden político es un gigante de pies de barro. Podrá
sostener transitoriamente un orden aparente que oculta su desorden visceral, su
ausencia de normalidad, pero no podrá engendrar jamás una sucesión política ni
generar una convivencia dinámica. [...] Consideramos la guerrilla como una típica manifestación
de anarquía psicosocial y de mentalidad colonialista. No se olvide nunca, sin
embargo, que abatir la guerrilla no equivale a dominar la subversión. Lo
primero es una contingencia militar; lo segundo es la resultante de una acción
política”.
Frente a las conclusiones del moderado documento y el silencio oficial, un periodista político cercano al gobierno que firmaba con el seudónimo de “Polibio” sentenció: “La Argentina es un peñón que no confunde las palabras en medio de un mundo a la deriva”.
Visita a una cárcel argentina de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 1979 |
Septiembre de 1979 fue el mes de la visita de la Comisión Interamericana de DDHH de la OEA, que la Argentina había autorizado un año antes. La diplomacia argentina del momento imagino que “es posible que dentro de un informe negativo, se pudiera destacar que a partir de una determinada época algunos hechos que se consideran violación a los DDHH han dejado de producirse o que se registra una mejoría en diversos campos”. A diferencia de Chile con Pinochet, o la Cuba de Fidel Castro, la CIDH realizó la visita “in loco” sin ningún tipo de restricción: visitaron cárceles, unidades militares y conversaron con dirigentes de todo el arco político. La comisión llegó a Buenos Aires el 6 de septiembre, pero una semana más tarde el Boletín Oficial dio a conocer el texto de la ley 22.068, en la que habían trabajado miembros de la Cancillería, como el embajador Enrique Juan Ros, y oficiales cercanos a Videla, entre los que se destacaba el coronel Carlos Cerdá. La norma legal indicaba que “podrá declararse el fallecimiento presunto de la persona cuya desaparición del lugar de su domicilio o residencia, sin que de ella se tenga noticias, hubiese sido fehacientemente denunciada entre el 6 de noviembre de 1974, fecha de declaración del estado de sitio por Decreto 136874, y la fecha de la promulgación”.
Frente a la CIDH, los partidos políticos
hicieron oír su voz. El
justicialismo, por ejemplo, expresó en un documento que entregaron Deolindo
Felipe Bittel y Herminio Iglesias que “el
comportamiento de la autoridad militar que ejercita el mando en la República
Argentina, es francamente violatorio de los derechos humanos”. El
radicalismo fue más moderado: “No
ignoramos que este proceso que vive la República ha sido inédito en el país,
por cuanto hemos debido recorrerlo con el trasfondo de una agresión subversiva
cuyas secuelas parecen persistir”. Otros dirigentes políticos
sostenían en público una posición y en privado decían lo contrario. Semanas más
tarde uno de los miembros de la Comisión me contó en privado algunos de estos
diálogos. Con Arturo Frondizi, por ejemplo: “Frondizi dijo a la comisión que
había escuchado que había muchos desaparecidos. Es lo que me han contado”,
aseguró. Sólo tomó vida la conversación con él, cuando Tom Farell (miembro de
la comisión) le preguntó cómo marchaba, a su juicio, la situación económica.
Habló 45 minutos del tema y terminó la conversación. Ricardo Balbín tampoco se
extendió sobre la cuestión de los desaparecidos. Después de dos semanas de
intenso trabajo, la CIDH volvió a Washington para preparar un informe, que
sería presentado a la OEA al año siguiente.
El viernes 7 de septiembre, al mismo tiempo que la CIDH visitaba la
Argentina, en Japón jugaba la selección juvenil de fútbol, con Diego Maradona, “El Pelado” Ramón Díaz, Juan Barbas y
muchos grandes jugadores más.
Todo se mezcló en la Avenida de Mayo, donde quedaba la oficina de la OEA. Por un lado, una larga fila de familiares de desaparecidos que iban a denunciar sus problemas. Por la otra, una multitud que se desplazaba, alentada por el gobierno a través de las radios, festejando el triunfo del equipo argentino frente a la Unión Soviética. “La Oral Deportiva” de Radio Rivadavia hizo punta, transmitiendo en directo desde Tokio. Detrás del “Gordo” José María Muñoz que invitaba “a un festejo popular”, se prendieron Julio Lagos (“Cada día”) y Juan Alberto Badía con Diego Bonadeo (“A mi manera”). ATC lo celebró vía satélite y desde sus estudios en la avenida Figueroa Alcorta vieron el partido, en directo, Jorge Videla, Leopoldo Galtieri y los generales Llamil Reston y Antonio Llamas. Hubo tanta euforia en Buenos Aires por la obtención del campeonato mundial, que hasta Videla se vio obligado a salir al balcón después del partido para saludar a la muchedumbre.
El diálogo telefónico entre Videla, Menotti y Maradona tras la obtención del Mundial Juvenil 1979, mientras en Buenos Aires estaba la Comisión Interamericana de Derechos Humanos |
“Vayamos todos a la Avenida de Mayo y demostremos a los señores de la Comisión de Derechos Humanos que la Argentina no tiene nada que ocultar”, gritaba Muñoz desde la radio, mientras Tito Junco y Juan Carlos Morales cubrían a los protagonistas de la hazaña, también acompañados por el almirante Carlos Alberto Lacoste (presidente interino de la Nación en 1981). Todo era fiesta, alegría, lo que transmitían las unidades móviles de Mitre y Rivadavia. La frutilla del día la puso Mirtha Legrand, cuando alrededor de las 13.30 llegó a sus almuerzos en un camión junto con la mamá de Maradona y fue presentada por el periodista José Gómez Fuentes. También se hicieron presentes Ana María Picchio y la estrella de “Andrea Celeste”, Andrea del Boca.
Cuando se apagaron los ecos de la victoria
de la selección juvenil de fútbol habló Ernesto
Sábato. Leyó la declaración que le dio a la CIDH que lo visitó en su casa.
Entre otros conceptos, sostuvo: “No hay
violaciones execrables y violaciones justificables. Aunque sean cometidas en
nombre de grandes ideas, como dice el socialismo, la patria o la justicia
social, y sobre todo si son perpetradas en nombre de esas grandes ideas. Admitir que puedan existir ciertas
violaciones legítimas es el más tenebroso de los sofismas de nuestro tiempo y
siempre ha conducido, además, a las mayores barbaridades. Por tal motivo,
sólo tenemos derecho a denunciar violaciones en la Argentina los que también
hemos denunciado las cometidas en los países comunistas, como el atroz
genocidio camboyano donde sobre una población de 8 millones, hubo 2 millones de
desaparecidos”. Pidió
responder al terrorismo con “la ley, la ley más dura, pero la ley”.
Desde hacía tiempo la relación de la Argentina con el gobierno de Jimmy Carter no pasaba de lo meramente superficial. La embajada argentina en Washington tenía prácticamente todas las puertas cerradas. Su embajador, Jorge Aja Espil, aconsejaba al presidente Videla la libertad del periodista Jacobo Timerman, porque ayudaría a allanar muchas dificultades. El director de “La Opinión” había sido condenado por un tribunal militar -presidido por el general Oscar Gallino- que lo había condenado. Finalmente, hizo falta una orden de la Corte Suprema de Justicia al Poder Ejecutivo, seguida de una fuerte presión, para que Timerman saliera del país. Fue en esos días de septiembre de 1979 cuando el gobierno de Videla resolvió, a través de una orden de la Corte Suprema de Justicia, expulsar del país al periodista Jacobo Timerman, luego de ser despojado de su ciudadanía argentina. También otorgó el salvoconducto para que el ex presidente Héctor J. Cámpora viajara a México, tras comprobarse su afección cancerosa. La decisión sumó más leña al caldero de la interna militar. El comandante del Cuerpo III, Luciano Benjamín Menéndez, se sublevó contra el comandante en jefe del Ejército, con algunas unidades bajo su jurisdicción, por “no haber cerrado la puerta al resurgimiento futuro del marxismo en el país” y exigió la dimisión del general Roberto Viola. Asimismo, en sus críticas, apuntó contra la política de Viola de tejer alianzas con los partidos “amigos” (entre otros los partidos provinciales). El alzamiento que duró treinta y seis horas fue una “chirinada” que se resolvió sin enfrentamientos armados, pero sacó a la superficie lo que se denominaba la puja entre los “duros” contra los “blandos” en el Ejército. Menéndez fue sancionado con 90 días de arresto en una guarnición en Corrientes y también fueron pasados a retiro otros altos oficiales. Como consecuencia de su conducta durante le crisis militar, Videla respaldó la designación de Galtieri como comandante en jefe del Ejército (asumiría a fin de año). En esos días, el 25 de septiembre, se estrenó en el Broadway Theatre de Nueva York la ópera “Evita”, de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber; la actriz y cantante Patti LuPone hizo el papel de la esposa de Perón. La obra no dejar de ser una vergüenza para la Argentina.
La conducción de Montoneros que ordeno la “contraofensiva” de 1979 |
Como si hicieran falta más ingredientes lamentables para sazonar septiembre de 1979, la Conducción Nacional de la organización Montoneros lanzó desde el exterior la “contraofensiva estratégica comandante Carlos Hobert” contra la dictadura de Videla. Como bien surge en el expediente judicial que el Juez Federal Martín Irurzún llevó adelante contra Mario Eduardo Firmenich y el ex gobernador cordobés Ricardo Armando Obregón Cano, la ofensiva “decidida a comienzos de 1979 fue la respuesta de la organización en todos los campos, incluido el militar, al repudio contra la gestión del equipo económico que entonces actuaba en el gobierno”. La misma debía realizarse “a través de la movilización sindical en las calles que será la fuerza principal de desestabilización y el aniquilamiento militar del equipo económico será el golpe principal que garantice el objetivo.” El plan contemplaba cuatro fases: “concentración” del personal instruido en El Líbano, Libia y Siria; “aproximación” (al enemigo); “ataque” (la batalla) y “explotación” (revista montonera “Vencer” de 1979 en la que se expone “un acto de justicia: la operación Klein”).
El 27 de septiembre de 1979, un comando de Tropas Especiales de Infantería (TEI) integrado por una veintena de “combatientes” (algunos hoy de rigurosa actualidad informativa) asaltó a primera hora de la mañana la casa de Guillermo Walter Klein, Subsecretario de Coordinación del Ministerio de Economía, y posible sucesor del ministro José Alfredo Martínez de Hoz. La casa fue dinamitada y la familia, luego de permanecer varias horas bajos los escombros, pudo ser rescatada con vida. En el hecho perecieron el Cabo Julio Cardacci y el Agente Julio César Moreno, dos miembros de la custodia del funcionario. Tras el atentado, la sociedad pudo ver en directo como se rescataba a la familia en presencia del Ministro de Economía, el jefe del Comando de Remonta, Ramón J. Camps y el jefe de la Policía Federal, general Juan Bautista Sasiaiñ.
Guillermo Walter Klein, rescatado entre los escombros de su casa, dinamitada por Montoneros |
El dirigente montonero y poeta Juan Gelman, en un reportaje de la revista “Caras y Caretas”, citado en el expediente judicial, dirá: “En el 79 se produce la ruptura por un vuelco rarísimo, cuando la conducción de Montoneros plantea que ha llegado el momento de la contraofensiva…Entonces se plantea la vuelta: pero no para desarrollar una política de masas, eventualmente acompañada por una acción militar, sino para hacer una acción armada pura y simple. El saldo lo conocemos, cayeron muertos 600 compañeros que participaron en el retorno.”
Atravesada la crisis militar y el primer
atentado terrorista de la “contraofensiva”,
el 4 de octubre de 1979 el presidente Videla y su comitiva viajaron
oficialmente a Japón. A pesar de algunas críticas, el gobierno militar
permanecería en el gobierno varios años más y se sucedieron en el poder los
generales Viola, Galtieri y Bignone. Pudo hacerlo porque como observó un
diplomático: “Ningún partido tiene el más mínimo plan, o elemental idea de qué hacer
en estos momentos. Se limitan a
esperar el desarrollo de los acontecimientos, o sea palpitar si el próximo
gobierno funciona o no. [...] Imagino el desencanto, porque el gobierno ha
resultado peor de lo que suponíamos en el ’76”.
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