Por Francisco Sotelo, El Tribuno
La elección del padre Jorge
Bergoglio, el jesuita de Flores y de San Lorenzo, ahora papa Francisco, tan
parecido a los sesentistas Juan XXIII y Paulo VI, ya tuvo un efecto en la
cultura argentina: el desenmascaramiento
de Horacio Verbitsky.
No se trata de una anécdota
acerca de una persona, sino de la demolición del periodismo entendido como
extorsión, del pasado trágico utilizado como relleno del vacío ideológico, de
los derechos humanos como propiedad intelectual de organizaciones anacrónicas
y, sobre todo, de los que Perón llamaba “los
sabios tontos”.
Horacio Verbisky: el inquisidor quedó al desnudo
La Argentina está enferma de
pasado.
Enferma, porque una supuesta
memoria, la memoria subjetiva, emocional, condicionada por el dolor y por los
intereses mezquinos, reemplazó a la verdadera memoria de los pueblos,
constituida por la Historia y por la Justicia.
El oficio de acusar
Verbitsky es el referente de
todas estas construcciones cuya banalidad se ha desnudado. Su eficacia verbal
de inquisidor aficionado no pudo con la contundencia de la Iglesia, que se
mueve con la sabiduría del tiempo.
El viernes 15 de marzo, un
comunicado de Roma y el testimonio de una de las víctimas de la dictadura
decretaron el final de la credibilidad de un hombre persuasivo pero falaz.
Pero, además, eliminaron de las bibliografías serias a una enorme cantidad de
libros firmados a repetición por Verbitsky con los que pretendió convertirse en
historiador de la Iglesia argentina. Y censor moral del país.
De su obra, solo perdurará un
tratado sobre el poderío aéreo de los argentinos, que escribió en 1979 para el
comodoro Ricardo Güiraldes. No es serio acusar de colaboracionismo a alguien solo por un indicio, pero los
intelectuales de Carta Abierta saben mejor que nadie lo que fue el terrorismo
de Estado: el aparato genocida no hubiera permitido semejante asociación; a Güiraldes. lo hubieran
ejecutado sin piedad; y si lo atrapaban, al escritor fantasma.
La Fuerza Aérea también participó
en el terrorismo de Estado. No es creíble, ni compatible con lo que sucedía en
esos años, que un dirigente encumbrado de la Tendencia pudiera ganarse la vida
escribiendo libros para uniformados y en el territorio argentino.
La explicación está pendiente.
El pseudo historiador
Que Verbitsky haya logrado ocupar
un lugar destacado en la reconstrucción de nuestro pasado inmediato es otra
muestra de la endeblez de la cultura argentina.
Muchos intelectuales disienten
del pensamiento de Bergoglio, pero saben diferenciar entre eso y la acusación
de “buchón”.
Los últimos balbuceos del
director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, máximo referente de Carta
Abierta, no son más que indicios de desconcierto y, también, de impudicia
intelectual. Cuesta creer que este sociólogo se haya avenido a funcionar como
parterner de Verbitsky sin percibir que la realidad y los valores corren por
caminos muy alejados de las columnas que este escribe los domingos.
Es el desconcierto que nace del
surgimiento del Papa argentino, la gran derrota de El Perro.
No se trata, en este caso, sobre
la simpatía o la adhesión que merezca Bergoglio. Se trata de la realidad.
Claramente, entre el peronismo revolucionario del que participó González y el
peronismo peronista de Bergoglio hay un precipicio. Bergoglio nunca aceptó
ninguna forma de violencia y no compartió esa divisoria sangrienta de aguas que
se trazó con el enfrentamiento de Ezeiza y el asesinato de José Ignacio Rucci.
Esa distancia está clara, porque siempre lo estuvo.
No es cierto, y eso lo sabe
González, que los que pensaban que la violencia de ERP y Montoneros era
mesiánica necesariamente hayan apoyado al terrorismo de Estado.
Por eso resulta hipócrita que
este sociólogo domesticado por Verbitsky y que vivió en el exterior durante las
dictaduras de Onganía y de Videla, diga, como dijo, que Bergoglio hizo poco por
los desaparecidos. Es hipócrita y necio, porque en esa afirmación involucra a
infinidad de sexagenarios que hoy ocupan sitios de poder y que tampoco hicieron
nada.
El, por lo pronto, se escapó
gracias a sus privilegios de clase. Verbistky aún tiene que explicarlo. Acá
quedaron infinidad de militantes que sufrieron la indefensión en que los
dejaron los líderes. Algunos, a manos de la Fuerza Aérea, donde revistaba Güiraldes, el empleador
del columnista.
Es que el terrorismo de Estado
fue algo muy serio: al que levantaba la cabeza lo mataban. Eso es lo que una
generación entera de supuestos herederos de la revolución abortada hace cuatro
décadas no entienden.
La calumnia
La acusación de Verbitsky contra
el entonces cardenal Bergoglio se hizo pública en 2004; es evidente que el
redactor buscaba congraciarse con Néstor Kirchner y, de paso, influir en el
expresidente.
La sola lectura de ese texto
demuestra que se toma una discrepancia interna de la orden para convertirla en
una calumnia.
Es el mismo método
-característico de los servicios de inteligencia- que utilizó para condicionar
a los senadores que rechazaban las retenciones a la soja en 2008: Verbitsky no
dudó en acusar al santiagueño Emilio Rached de un homicidio nunca probado,
pasando por alto la conversión al kirchnerismo, nada menos, que de Ramón Saadi.
El golpe de la Iglesia, esta vez,
fue lapidario.
El comunicado vaticano fulminó
para siempre la bibliografía de Verbitsky, que ningún historiador serio
considera Historia.
Y no se puede decir que no le
dieron tiempo ni que usaron malas artes.
El testimonio del padre Francisco
Jalics fue demoledor y terrible. El religioso dejó en claro que sus diferencias
con Bergoglio fueron internas de la Iglesia. Hay que ser muy cínico para
sostener, como hacen ahora los que tratan de salvar a Verbitsky del naufragio,
que el entonces provincial jesuita podía proteger del terrorismo de Estado a
dos religiosos que vivían en una villa miseria y que fueron denunciados por una
catequista secuestrada y torturada.
Lo máximo que podía hacer era
sacarlos del país. Es lo que les propuso y que ellos recién aceptaron cuando
salieron en libertad.
Todos sabemos hoy que el actual
Papa tuvo el coraje de plantear la situación a Videla y a Massera. ¿Alguno de
sus detractores lo hizo? Sin embargo, Horacio González y otros voceros de una
cantera reaccionaria disfrazada de progresismo le reprochan “no haber denunciado nada”.
Jalics y Orlando Yorio, las
víctimas, salieron en libertad después de seis meses de martirio. El único que
intercedió por ellas fue el supuesto delator.
La infamia, en este caso, no está
solo en la calumnia, sino en la tergiversación intencionada de la historia.
Nuestro país está enfermo de
pasado, porque pocos asumen ese pasado en plenitud. Después de treinta años de
democracia, ningún presidente logró que se abran los verdaderos archivos del
genocidio, en manos del Estado. En 1983 era imposible, debido al poder real de
los militares. Hoy, ese silencio obedece a la falta de voluntad, o al temor de
que esos archivos sean una Caja de Pandora.
La izquierda, a su vez, se niega
a debatir sobre el rol de las organizaciones armadas y la violencia que
impregnó la vida de los argentinos desde el bombardeo a Plaza de Mayo hasta el
triunfo de Raúl Alfonsín.
Probablemente, empiece ahora el
tiempo del sinceramiento.
FUENTE: http://www.eltribuno.info/salta/263764-Horacio-Verbisky-el-inquisidor-quedo-al-desnudo-.note.aspx
NOTA: Fuentes de la provincia de Salta nos informan que el autor de la nota, en su juventud, fue simpatizantes de los montoneros. Es bueno recordar que Horacio Vertisky, hace años que viene siendo denunciado como "traidor" por ex miembros de la organización político militar Montoneros.
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