No nos sobra tiempo. Ni siquiera
podemos esperar al 18 de abril. Vivimos exigiendo a unos ineptos logreros -políticos
de cualquier parte del espectro que nos han defraudados sistemáticamente desde
hace años- que se junten. ¿Es que somos
tan estúpidos que no sabemos que esto es imposible lograr? No porque sean
dogmáticamente puros, no porque basen su obcecación en estúpidas frases que
hablan del decoro de romperse antes que doblarse sino porque son parte del
sistema. Prefieren conservar sus
microscópicos espacios de poder vendiendo su alma, ya que el honor lo perdieron
hace mucho y creen que nos pueden seguir comprando con vidrios de colores y
espejos mal azogados.
Dejemos de pensar en ellos. Una
vez dijimos “que se vayan todos” y
bien a la argentina, esa del animémonos y vayan, los dejamos quedarse. No
volvimos a creer en ellos pero ninguno de nosotros quiso hacerse cargo del
trabajo sin saber que en las sombras se movían aquellos que, ideologías aparte,
le habían encontrado el gusto a los sesenta millones “robados” a Bunge y Born,
a la venta de perejiles a tanto el peso vivo, al cambio de un servicio de
inteligencia -clandestino- a otro apadrinado por una Fuerza y que en su
avaricia vieron que el camino era asaltar intendencias y gobernaciones como
entrenamiento para llegar al premio mayor, la República.
Aunque la mayoría de los
argentinos lo ha repetido hasta el cansancio, todos, oficialistas y oposición
son basuras no reciclables. Enanos mentales que creen que defienden su
potrero diciendo mi límite es tal o cual
pensando que quizás otro ignorante le dé su aprobación. Mentirosos que se
autodenominan progresistas creyendo que es progreso que una chica aborte luego
de una noche de joda simulando algo tan grave como una violación o que una
mascarada de disfrazados pretendan el nombre de matrimonio a algo que con una
mera unión civil se solucionaba, al menos en los papeles. Mientras tanto todos
estos canallas sin distinción de marcas pues ni uno de ellos es orejano nada hicieron
para al menos saber qué destino tenían los 96.000 millones de dólares que, en
retenciones y antes de impuestos, le entregó el campo al ejecutivo desde 2003.
Que les importaba si ellos, la oposición, son unos planeros de lujo abrazados a
las patotas oficialistas que son hoy un remedo de la Sociedad de Beneficencia de épocas pretéritas.
Todos, oficialistas y oposición, agachan la cabeza ante el uso como
papel higiénico de las páginas de la Constitución que hace el poder ejecutivo.
De ellos no se espera otra cosa que -sea
a favor o en contra- reacciones grandilocuentes, huecas frases maniqueas y
vestiduras rasgadas, total en el Congreso, compraventa corrupta que ellos
diseñaron, no hay cornadas entre castrados.
Y nosotros seguimos lamiendo la
coyunda que nos ata a ellos y somos incapaces de reaccionar. ¿Quién de ellos se
hizo cargo cuando el Obispo de La Quiaca dijo que en el País mueren, antes del
año de vida, por hambre y desatención una cantidad calculada en ocho chicos por
día?, ¿y quién de nosotros se le plantó a alguno de estos especuladores para
exigirles que actuaran? Seamos sinceros, bien comidos y abrigados a nosotros
sólo nos sacó un “¡qué horror!” Y seguimos
en lo nuestro sin permitirnos pensar que desde hoy al 27 de octubre 1.584
chicos se habrán muerto en esas condiciones.
Si queremos cambiar digamos de
una vez las cosas como son. Y las cosas “como
son”, es que siempre hemos empujado a otros para que hicieran el trabajo
sucio. Lo hemos hecho con los militares cuando algo no nos gustaba, y cuando
estos dejaban de gustarnos volvíamos al abrazo taimado de políticos cuyo coeficiente
intelectual solo daba para acomodar bolsillos. Volvimos a pedirles, cuando las papas quemaron, ayuda a los militares
rogándole encarecidamente que sembraran de patíbulos la República y cuando
dejaron de servirnos los amontonamos en campos de concentración porque “algo habrían hecho”.
Mirémonos a nosotros mismos
aunque la cara se nos caiga de vergüenza. Asumamos que nada, excepto nuestro
bienestar, nos importa un carajo. Seamos conscientes que reaccionamos por el
bolsillo o por miedo. Aceptemos que también nosotros hemos sido “planeros” porque a diferencia de los
marginados embrutecidos a fuerza de mal vino y paco a nosotros, dada nuestra
calidad racional, nos compraron con las cuarenta cuotas de un plasma. Cuotas que, y esto es necesario decirlo cuantas
veces sea necesario, llevan consigo sangre de jubilados al ser respaldadas por
la ANSES.
Es obvio que nadie que razone
mínimamente puede creer que esta es una década ganada, eso solo pervive en la desbocada imaginación de la presidente y
sus corifeos aplaudidores, pero también es cierto que si no fuera por la
inseguridad, la inflación, la falta de inversiones y el desempleo que se viene,
muchos harían fuerza para creer en este relato, como muchos los hicieron en
octubre de 2011, pese a que el agua -que no es la de La Plata, Saavedra o Santa
Fe sino el agua de la realidad- hace mucho tiempo que viene disolviendo los
pies de esta entelequia llamada “la
década ganada”.
Pero tratemos, al menos, de ser
serios, si bien esta es una década perdida que lleva como agravante el haberla
perdido en condiciones inmejorables que nunca antes, salvo en una ocasión, se
dieron para la economía del País; esta década es, y no lo olvidemos, una
tercera parte de treinta años perdidos, treinta años en los que los payasos que
hoy se llaman oposición u oficialismo tuvieron activa participación. En
realidad hoy no está naufragando un “modelo”,
hoy están naufragando treinta años de inseguridad jurídica, gestiones torpes,
pícaros de barrio incapaces de hacer una O con el culo e ideologías mostrencas
que pasaron de moda por su ineficacia en todo el mundo, salvo en la Argentina.
No me importa que la oposición se
junte o aluda a límites pueriles para hacer buena letra. ¿Por qué me tiene que
importar si uno de sus referentes que se llena la boca hablando de democracia
es vicepresidente del Grupo Parlamentario de Amistad con Cuba?
Si seguimos creyendo en ellos la Argentina
está condenada; unámonos nosotros, porque para esto, las dos únicas preguntas
que deberíamos contestarnos son: ¿Somos
o no capaces de darles la espalda a la única “corpo” que desangró el País? Y, si por una vez nos animamos,
¿es tan difícil ponernos de acuerdo en las cosas que hacen al desarrollo de un
estado moderno: Federalismo real, Educación, Salud, Defensa, Seguridad y Justicia Social?
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