20/05/2013
Por Mauricio Ortín
El pueblo de Israel tenía por
ritual el sacrificar dos chivos cada tanto. Uno era ofrendado a Yahvé; el otro,
en cambio, cargado simbólicamente con
todas las culpas del pueblo judío era insultado, apedreado y abandonado en el
desierto a su suerte y a la del demonio Azazel. Dicha práctica colectiva
supuestamente purificaba a la sociedad toda por los actos deshonrosos cometidos
en su seno por los individuos. Así, a través de este sencillo y económico acto,
el chivo expiaba de culpas a los hombres restituyéndoles, mágicamente, la
autoridad moral propia de la conciencia transparente que no tendrá nada de qué
reprocharse. Como el chivo hacía bien su trabajo era conveniente, siempre,
tener a mano por lo menos uno. Aunque es
muy difícil probarlo, es casi seguro que los más entusiastas profesantes de
este ritual no eran, precisamente, los que cargaban con menos culpas sino, más
bien, los que “debían a cada santo una vela”.
Siguiendo la tradición judía –que
también es la nuestra- el 17 de mayo, día del fallecimiento del General Jorge
Rafael Videla, debería figurar en las efemérides como el “día del chivo
expiatorio argentino” o “el día nacional de la hipocresía”. Ello así, a partir
de examinar la caravana de adjetivos provenientes de todo el arco político y
periodístico con el que se despidió al General Videla de este mundo:
“genocida”, “perverso”, “criminal”, “sembrador de muerte”, “tirano sangriento”,
“dictador”, entre otros. Que se las merezca o no es un tema; pero, otro es
también: ¿“quién arroja la primera piedra”? ¿Acaso están “libres de pecado” los
que robaban, secuestraban y asesinaban desde la izquierda? ¿Qué tiene que ver
Videla con el asesinato de José Rucci, Augusto Vandor, Pedro Aramburu, Oberdan
Sallustro, Roberto Uzal, Paula Lambruschini,
entre tanto otros? Nada. Tampoco, con las andanzas criminales de la Triple A. Esos
también son homicidios y deben cargarse en cualquier mochila, menos en las
verde oliva.
Ello, porque es justicia que así sea y porque asumiendo la verdad
es cómo aprenderemos de nuestros errores. El golpe de Estado del 24 de marzo de
1976 fue el gran error de los militares,... pero no sólo de los militares.
Recuerdo el clima social de ese día y los siguientes tres o cuatro. No cundía
el pánico o la indignación por la pérdida del orden constitucional como
cundiría hoy (por suerte) ante una situación similar. El común de la gente
aprobaba al gobierno de facto. La actitud de los grandes medios de comunicación
(Clarín, La Nación, Gente y varios más) de manera alguna manifestaba su encono
a la dictadura.
Tampoco , los políticos, a excepción de unos pocos (entre
ellos y por dispares razones, Jorge Abelardo Ramos y Alvaro Alsogaray)
se opusieron al golpe de Estado. Otros, que no son pocos, fueron la parte civil
de ese gobierno. Alicia Kirchner, Ricardo Gil Lavedra, León Arslanián, Eugenio
Zaffaroni, y muchos más ocuparon cargos en los poderes Judicial y Ejecutivo
designados por los militares. Intelectuales, escritores y científicos
destacados también se sentaron en esa mesa mientras sucedía lo que hoy
denuncian a gritos. Jorge Luís Borges y Ernesto Sábato, en un almuerzo con el
presidente de facto, personalmente, le agradecieron los servicios prestados a la patria. El partido
comunista le dio su apoyo explícito; el socialista, embajadores. Los montoneros
y el ERP, aunque por motivos diferentes a los de la derecha, también trabajaban
para el golpe. Su instintiva sed de sangre y su marxismo bíblico les señalaba
que, con el gobierno militar, se desataría la insurrección de las masas que
conduciría, inexorablemente, al poder a los revolucionarios. Los subversivos
que empuñaron las armas contra el gobierno constitucional, más que víctimas son
victimarios. No tienen autoridad moral para llamar genocida a nadie.
Algo es seguro, la tragedia
argentina de los años ’70 y la crisis moral –más que económica- que padecemos,
no se resolverá insultando y apedreando a chivos expiatorios. Acaso es el único
que asume la culpa, mas no el único culpable. Los políticos, fundamentalmente
los peronistas, deberían recordar que José López Rega no era ni “gorila” ni afiliado a la
UCR (lo mismo, Mario Eduardo Firmenich). Ha de llegar el día en que, en la
Argentina, la hipocresía dejará de ser el deporte nacional.
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