¿Pero quién fue Jorge
Rafael Videla?
Por Ricardo Angoso
Argentina cierra una de
las páginas mas difíciles de su historia tras el fallecimiento del ex
presidente y dictador Jorge Rafael Videla.
Videla fue, ante todo, un militar. Luego convergen en Jorge
Rafael Videla, nacido en el año 1925, varios personajes. Uno de ellos es el del
militar abnegado, serio, responsable, fiel a la autoridades civiles e incluso
obediente, un militar ejemplar. Así transcurre su vida hasta que un 24 de marzo
de 1976, al frente de las Fuerzas Armadas de su país, decide dar un paso al frente
y liderar un golpe de Estado contra el agónico y decadente gobierno de la
heredera del legado del general Perón, María Estela Martínez de Perón, más
conocida como Isabelita.
Videla, entonces, se pone al frente de la Junta Militar que
tenía un carácter provisional para acabar con el desorden y el terrorismo que
azotan al país y el mismo general ocupa
la Presidencia de la República. Eran tiempos turbulentos, corría la sangre por
las calles de Argentina y los muertos se contaban por centenares; las organizaciones
terroristas, como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), los Montoneros o
la ultraderechista Triple A, estaban a punto de llevar al país a la guerra
civil. Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda conspiraban contra la
endeble democracia argentina.
Una buena parte de la sociedad argentina de entonces -aunque
algunos todavía se rasgan las vestiduras por aquella apuesta- llamaba,
literalmente, a las puertas de los cuarteles para que los militares dieran el
golpe de Estado y pusieran fin al sainete peronista. Incluso el Partido
Comunista Argentino (PCA), en un error histórico que más tarde reconocería,
llegó a apoyar el golpe de Estado de Videla. No hubo ningún actor político,
social o económico argentino que no se sumara a la trama, por mucho que hoy les
pese a muchos; también los medios de comunicación, incluido el influyente
diario Clarín, se sumaron y apoyaron el movimiento militar.
Videla sería durante cinco largos años (1976-1981) el hombre
fuerte del régimen, aunque siempre en abierta pugna con el ambicioso y sinuoso
almirante Emilio Massera, también miembro de la Junta Militar en representación
de la Armada. Conspicuo conspirador, maquiávelico y hombre que nunca ocultó sus
pretensiones políticas, Massera hizo de la intriga un arte y siempre maniobró
en contra de Videla y en favor de su proyecto personal. Luego los juicios
contra la dictadura acabaron con su carrera y fue a dar con sus ilustres huesos
a prisión.
Sin embargo, Videla consiguió sobrevivir a esos duros años e
incluso presentó su gestión como exitosa, ya que consideraba que había vencido
a la subversión y derrotado a los terroristas. Eran los años de relativa gloria
de la dictadura argentina, cuando el país recibía con regocijo la victoria en
el mundial de fútbol de 1978, un cierto reconocimiento internacional -visita de
los Reyes de España a la Argentina mediante- y una suerte de luna de miel con
los Estados Unidos, que hacían la vista gorda ante los supuestos desmanes
denunciados por algunos activistas locales.
Hasta los escritores Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato
ensalzaron a Videla y le visitaron para agasajarle en un almuerzo. ”Le agradecí
personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le
manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno.
Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país”, llegó a
decir Borges a Videla en este encuentro.
Los desaparecidos. Las primeras noticias sobre
desapariciones de personas que habían sido detenidas por operativos militares
datan de finales de los 70 y principios de los 80. Al principio fue un tímido
rumor que fue creciendo hasta convertirse en un clamor, a veces exagerado pues
el número real, según la Comisión sobre la Desaparición de las Personas
(CONADEP), nunca llegó a las diez mil personas. Las Madres de Plaza de Mayo
hablan de más de 30.000, mientras que Videla siempre aseguró que nunca pasaron
de los 7.600. Fueran los que fueran, aunque hubiera sido uno solo estos
“excesos” no se justificaban de ninguna manera y, además, los desparecidos no
volvieron a aparecer.
Luego, a medida que la dictadura agonizaba, Videla pasó a
segundo plano y se retiró definitivamente de la escena política en el año 1981,
un año antes de que un general ebrio de gloria y de otras cosas, Leonardo
Galtieri, ocupara las Islas Malvinas y desatara la ira de los británicos.
Mención aparte del heroísmo de ese puñado de jóvenes argentinos que lucharon
hasta la extenuación, la operación acabó mal y lo que un principio pretendió
ser un acto de legitimación para el maltrecho régimen militar acabó en una
derrota en toda regla para los argentinos. Y también significó el final del
régimen militar y la convocatoria urgente de elecciones libres para dar paso a
los civiles.
Nada más llegar al poder Raúl Alfonsín, en 1983, se puso en
marcha el procesamiento de los militares que habían liderado el Proceso de
Reorganización Nacional (1976-1981). Así comenzó el calvario jurídico para
Videla y otros jefes militares. El viejo general, ya herido en su orgullo, fue
sentenciado a reclusión perpetua, inhabilitación absoluta perpetua y
destitución del grado militar en 1985. Más tarde, entre 1989 y 1990, bajo el
mandado del presidente Carlos Saúl Menem, las leyes de Obediencia Debida y
Punto Final dieron paso a los indultos a los militares encausados y detenidos.
El ya anciano general tuvo unos años de cierta calma.
En 1998, Videla volvió a la cárcel por 38 días, ya que un
juez dictaminó que las causas por sustracción de menores durante el periodo
militar constituían un crimen de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptible.
Luego pasó a régimen de arresto domiciliario hasta que en el 2008 perdió este
privilegio y fue traslado al penal militar del Campo de Mayo. Después siguieron
una serie de procesos más e incluso fue inculpado en el Plan Cóndor, una
operación de coordinación de las distintas dictaduras militares del Cono Sur
bajo los auspicios de la administración norteamericana de entonces y englobado
en lo que se conocía como la Doctrina de Seguridad Nacional.
El final, entre el
repudio y la agonía.
Videla comenzó entonces su declinar y, a medida que su estado de salud era
peor, vio cómo sus condiciones carcelarias empeoraban y que el “carrusel”
judicial lejos de concluir se iba ampliando a medida que el gobierno argentino
de los Kirchner, que ya había anulado los indultos y las Leyes de Obediencia
Debida y Punto Final, se empecinaba aún más por encausar a los responsables de
la dictadura militar. De hecho, el mismo Videla se consideraba víctima de una
vendetta personal y aseguraba que en Argentina no había justicia, sino
venganza. En Argentina, los mayores de 70 años nunca son condenados a prisión y
gozan del beneficio de la reclusión domiciliaria. A Videla le fue negado ese derecho.
Los últimos años de Videla estuvieron caracterizados por una
agonía física cada vez más visible, el repudio casi generalizado de la sociedad
argentina y unos procesos, que tenían muchas veces más de espectáculo circense
que de un verdadero juicio, demasiado tardíos para realmente contribuir a
esclarecer lo que ocurrió en ese periodo funesto de la historia reciente de
Argentina.
Videla se ha ido para siempre, quizá nos dejó sin dar todas
las explicaciones que necesitábamos sobre aquellos tiempos turbulentos que
vivió este país, casi al borde de una guerra civil. Una vez muerto Videla quizá
muchos descansen en Argentina, pero lo que no me cabe la menor duda es que
tanto en nuestro país como en la Argentina hubiera hecho falta una verdadera
comisión de la verdad, la memoria y la reparación para cerrar determinadas
asignaturas con la historia que todavía tenemos pendientes, empero también para
contribuir a una verdadera reconciliación y pacificación nacional definitiva,
aunque sea solo con nosotros mismos.
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