La
festejada victoria kirchnerista en el Congreso que aprobó la ley de “democratización de la justicia” reúne
todas las peculiaridades del clásico triunfo “pírrico” que gana la batalla al precio de perder la guerra. El intento
fascista de llevarse puesto al Poder Judicial a través de una ley
inconstitucional ha dejado un tendal de heridos.
Los diputados y senadores que votaron por la desaparición de la república llevarán,
ahora y por siempre, la marca del
totalitarismo estampada en la frente. El per sáltum a la Corte Suprema ,
luego de que una juez fallara en contra, fue una desesperada huida hacia
adelante del kirchnerismo. Lo
prudente hubiera sido no apelar el fallo de Servini de Cubría y, silbando bajito, retirarse para evitar ofrecer
un flanco al “cachetazo”. Pero, como
bien se dice: “difícil que el chancho
chifle”, “a cada chancho le llega su
San Martín” y el kirchnerismo
llama a la puerta de su verdugo: la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
La desesperación y la
soberbia, siempre, son malas consejeras. El capital político dilapidado por la presidente
en esta empresa legislativa de someter al poder judicial es enorme. ¿Acaso
pretendía que los jueces se dieran el tiro de gracia? Una cosa es ser sumiso y
otra, suicida. Lo que la Corte ha
demostrado de manera incontrovertible a propios y extraños es que, a Cristina, le “entran las balas”. Ya no asustan, como antaño, a jueces y fiscales
(parafraseando a Mao, diríase que el
kirchnerismo es un “tigre de papel”). Esa es la sensación
que deja el fallo de la Corte. Sensación
que tiene efectos catastróficos para los regímenes que construyeron poder
metiendo miedo y en la creencia de que serán inmunes a perpetuidad. El silencio
de los gobernadores K respecto a la decisión de la Corte es un indicio de que están dejando de ver, en el kirchnerismo, más que el ángel de la
guarda, el demonio que los incrimina. Lo
mismo vale para los dirigentes sindicales y los punteros políticos.
Hay un antes y un después a partir del fallo del máximo tribunal argentino. Por lo pronto y a instancias de la presidente, la Corte Suprema cumple el rol de principal opositor real. El grupo Clarín y la prensa independiente, aunque desplazados a un segundo lugar, están varios cuerpos por delante de los partidos políticos. Parecería que no existe, ni en germen, una alternativa política al kirchnerismo que no provenga de su propio seno. De allí que, como alternativa viable, sólo aparezcan tipos como Scioli o Massa. El primero se distingue por haber hecho de la sumisión un sofisticado arte; el segundo, en la maestría que exhibe para ocultar lo que piensa. No movieron un dedo para denunciar a los Bonafini, Jaime, Báez, Oyarbide y tantos otros. Como mínimo, deberían ser considerados cómplices de todas las patrañas K; el intento de avasallar la Justicia incluido. Por ello, constituye una estafa el que, representando a la oposición, hayan fuerzas políticas que busquen aliarse en un frente electoral con los kirchneristas Massa, Scioli, Capitanich, Urtubey, Alperovich, entre otros. El oficialismo y la oposición, en los hechos, tienen más coincidencias que diferencias. Es lo que hay; por eso la defensa de la república pasa ahora por la prensa, los jueces y los fiscales (ahora con otros bríos). Ni Binner, ni Alfonsín, ni Pino Solanas han hecho más en contra del totalitarismo y la corrupción que el fiscal Guillermo Marijuan o el periodista Jorge Lanata. Ahora bien, ni unos, ni otros se han ocupado, todavía, de la escandalosa denegación de justicia a miles de miembros de las FFAA y a empresarios argentinos. La Corte, en esto último, ha sido funcional a los K. Que esté dejando de serlo, sin duda, es algo para festejar.
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