A buena parte de la ciudadanía le angustia pensar en el
futuro. La incertidumbre sobre el porvenir se fortalece por la percepción de
que hace falta corregir demasiado para encontrar el rumbo.
La lista de problemas a enfrentar es larga y compleja. Casi
todas esas cuestiones tienen múltiples causas y para abordarlas con seriedad se
deberán encarar diversas acciones.
Hoy la sociedad tiene más sensaciones que conocimientos. Es
posible que no se posea pleno dominio de los detalles, aspectos técnicos y
estudios profundos sobre cada asunto, pero se tiene plena conciencia de su
existencia y además se sufren sus consecuencias sin contemplaciones.
Con la misma simpleza que la gente entiende lo que pasa, aun
sin conocer sus insondables mecanismos, sabe también que para resolver
problemas se necesitan decisiones fuertes e intuye que su implementación puede
no ser muy grata y que se pueden sufrir efectos indeseados. Es el sentido común
el que dice que los inconvenientes no se arreglan por sí mismos y que hacerlo
siempre tiene secuelas e implica atravesar etapas.
Primero se debe entender el problema, disponer de un diagnóstico,
comprender lo que sucede con claridad. Luego vendrá la construcción de
estrategias específicas que permitan afrontar esos asuntos. Unos se inclinarán
por las decisiones duras que recurran a la cirugía mayor para extirpar de raíz
las causas reales y encauzarse hacia una mejora definitiva, aunque el costo en
la inmediatez sea muy elevado. Otros dirán que para minimizar el impacto se
puede intentar algo más gradual, más lento aunque con las mismas inevitables
derivaciones pero amortizadas en etapas.
Por eso, cuando en la política contemporánea se discuten
candidaturas, partidos, frentes y hasta se evalúa el humor social,
probablemente se equivoca el camino. La sociedad enfrenta problemas importantes
que requieren soluciones concretas. Se podrá discutir si los temas deben ser
atacados al mismo tiempo o el nivel de contundencia a aplicar, pero lo que
resulta innegable, es que más que candidatos hacen falta ideas de cómo superar
un presente que pretende prolongarse en forma indefinida.
Esta situación es el corolario de las pésimas políticas del
pasado y las patéticas actitudes de la actualidad, a lo que se agrega la
inocultable mezquindad de los dirigentes de este tiempo, siempre más
preocupados en sumar votos que en resolver las evidentes adversidades.
Para salir de este círculo vicioso hace falta seleccionar a
los mejores, no solo a los que puedan construir un triunfo electoral sino a los
que sean capaces de diseñar proyectos serios para un cambio real. Los
postulantes de la política que prometan un futuro brillante omitiendo plantear
las dificultades que habrá que sortear para conseguirlo, mienten
descaradamente, le faltan el respeto a la gente, a su inteligencia, para
convertirse en simples embusteros seriales y ser solo más de lo mismo.
Salir de este enjambre, de esta maraña de insensatez
política, requiere de mucho talento, pero resulta imprescindible para poder
transitar esa etapa, una gran determinación y una perseverancia a prueba de
todo.
Para dar vuelta la página triste de la política actual, se
precisan estadistas, gente dispuesta al desafío de pasar a la historia grande y
no dirigentes que dependan de las urgencias electorales. No se pueden hacer
cosas importantes mirando el corto plazo.
Es tiempo de buscar políticos que puedan mostrar integridad
y solvencia, aptitud y decencia, que miren a los ojos a la gente para decirles
que lo que viene será difícil, que habrá que superar tiempos de inmensas
dificultades, que una generación de ciudadanos deberá hacerse cargo, como
corresponde, de los errores del pasado, para que la siguiente pueda asumir solo
lo que le toca sin tener que pagar la fiesta ajena.
Se necesita mucha valentía para decirlo pero más valor para
hacerlo. Será el momento de mirar con lupa, de buscar lo vital. Si se repiten las promesas de siempre
y los sueños de un futuro sin esfuerzo, será esa la nueva ruta hacia una fantasía
que jamás llegará.
Hay que estar dispuestos a hacer un gran sacrificio en la
coyuntura, para que llegue el indispensable sinceramiento que precisa la
realidad. Eso implica trabajo y renunciamientos. Los que propongan un mundo de
maravillas sin esfuerzos estarán faltando a la verdad descaradamente.
El futuro genera cierto temor. La transición no será fácil.
Hay que prepararse para tiempos de turbulencia, que serán tolerables solo en la
medida que se tenga la capacidad de seleccionar a los mejores, a los más
honestos e idóneos. De lo contrario solo se prolongará la agonía y, más tarde o
más temprano, se tendrá que aterrizar a la realidad que se intenta esquivar
desde hace mucho, solo porque esa fotografía no resulta agradable y demuestra
lo mal que se han hecho las cosas hasta aquí. Habrá que entender que es tiempo
de tener el "coraje para hacer lo
necesario".
Alberto Medina Méndez
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