El cuarenta aniversario de la intervención de las Fuerzas
Armadas chilenas en la vida política de su país, poniendo fin al sainete
castro-comunista de Salvador Allende, ha sido presentado por la mayoría de los
medios de comunicación como un "golpe de Estado" de carácter fascista
y el final de una idílica experiencia socialdemócrata a manos de unos bárbaros
desalmados. Pero nada es más falso que esa presentación fundamentada en
estereotipos, vulgares mentiras y sitios comunes en los que suele abrevar la
izquierda.
Salvador Allende nunca ganó unas elecciones tan
mayoritariamente como dicen sus encendidos seguidores. Consiguió apenas un 36%
de los votos y tan solo la división de la derecha le otorgó esa pírrica (y
devastadora) victoria de la que tanto hablan los izquierdistas de salón y la
muchachada progresista europea. Nada más llegar al poder abandonó sus ideas
socialistas moderadas, se acercó peligrosamente al Partido Comunista Chileno y
entabló cordiales relaciones con el régimen comunista de Fidel Castro. Fue un
traidor, y que perdone el difunto, en toda regla.
Incluso "invitó" a participar en las labores de
gobierno a un grupo marxista de tácticas terroristas como el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR), que abandonó la lucha armada y el terrorismo
nada más llegar al poder Allende. Luego, tras la intervención militar,
volvieron a las andadas y siguieron cometiendo crímenes y atentados. Para
entender bien la entidad moral y política del entonces "compañero"
presidente, hay que destacar que numerosos miembros del MIR, algunos con las
manos manchadas de sangre, como el fallecido en combate Miguel Enríquez, se
desempeñaron durante el gobierno de la Unidad Popular -la alianza
social-comunista que gobernó entre 1970 y 1973- como escoltas o miembros del esquema
de seguridad del máximo líder.
De este periodo tenebroso, oscuro e incluso siniestro, pues
como ocurre ahora con Venezuela el castrismo nunca ocultó su abierta injerencia
en el "proceso revolucionario chileno", hay que destacar un libro de
Jorge Edward, Persona non grata, un alegato valiente y contundente en contra de
la tiranía cubana y sus pretensiones hegemónicas en el continente. El escritor
fue nombrado embajador en La Habana por Allende y allí descubrió el juego sucio y turbio de los hermanos Castro, líderes
nunca juzgados de una alianza de grupos terroristas de orientación comunista
que sembraron la inestabilidad y el terror durante casi tres décadas en la
mayor parte de los países de América Latina.
Luego, con la llegada de las nuevas democracias al
continente al calor del final de la Guerra Fría y la apuesta norteamericana por
apoyar las transiciones en curso, la izquierda abandonó la lucha armada -si
exceptuamos a Colombia, en donde todavía siguen golpeando las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC)- y apostó por la vía política para llegar al
poder. Desarmada ideológicamente la derecha y sin ganas de dar la batalla por
las ideas y la defensa de la verdad, la nueva izquierda, que seguía aferrada a
las fracasadas ideas socialistas que ya habían naufragado en la antigua URSS y
Europa del Este, consiguió llegar al poder a través de las urnas en casi todo
el continente. Habían ganado la batalla política con la que tanto habían soñado
durante lustros.
AHORA SE ESTÁ DANDO LA BATALLA DE LAS IDEAS
Sin embargo, una vez instalados en el poder, los nuevos líderes de la izquierda se dedicaron con denuedo y arrojo a la tarea de reescribir la historia. Ya lo había dicho hace varias décadas George Orwell, en su profético libro 1984 acerca del peligro del totalitarismo comunista, "quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro". Ya controlaban el presente, se habían hecho con el poder de una forma democrática y ahora había que dedicarse con ahínco a hacerse un pasado a su medida.
En Argentina, por ejemplo, los militares que habían librado
la batalla contra la subversión marxista, como lo fueron los jefes de las
juntas militares y los responsables de la seguridad de entonces, fueron
juzgados, condenados y encarcelados a largas penas. La "reparación" a
las víctimas, además, fue asimétrica. Solo se hablaban de las víctimas de un
bando, mientras que aquellos que habían sufrido la violencia marxista eran
sistemáticamente olvidados y casi presentados como "lacayos del
imperialismo", objetivos a batir que se merecían su muerte por haber
estado en el sitio equivocado. Según el Centro de Estudios Legales sobre el
Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), en la Argentina hubo en la década que va de
1969 a 1979 unas 13.074 personas asesinadas, mayoritariamente por los
Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Hoy ningún monumento
ni líder político les recuerda, son los olvidados de toda esta pesadilla que
padecemos.
Luego muchos de estos movimientos de extrema izquierda, como
el MIR y los mismos montoneros, fueron ensalzados y presentados como
organizaciones formadas por jóvenes idealistas que sacrificaban sus vidas por
unas ideas nobles y justas. Nada más falso: eran unos vulgares terroristas,
como los que en el año 1976 asesinaron con una bomba a 23 personas e hirieron a
otras 60 en la Superintendencia de la Seguridad Federal de Buenos Aires.
LA IZQUIERDA Y LA FALSIFICACIÓN DE LA HISTORIA
El problema es que esta batalla ideológica de la izquierda
está dando sus frutos en todo el continente, y la manipulación se hace presente
también en Brasil, Chile, Colombia, Uruguay y en casi todas las naciones
latinoamericanas. Se está tergiversando y manipulando la historia en aras de
legitimar a estos regímenes políticos y de mostrar que la izquierda, sin
renegar a su vocación hegemónica, siempre ha sido la garante y la portadora de
los grandes valores de la humanidad.
Mientras la izquierda sabe hacia donde apuntar, sin errar el
tiro y de una forma certera, el centro-derecha del continente parece mirar
hacia otro lado, renuncia a defender la verdad y mantiene una pusilanimidad
casi rayana en la cobardía frente a este proyecto de carácter totalitario en
ciernes. Resulta indignante como en casi toda América Latina no haya habido
protestas contra el ejercicio de fraude electoral manifiesto llevado a cabo por
el sucesor del difunto sátrapa Hugo Chávez, Nicolás Maduro, y que casi nadie
haya prestado su apoyo a la endeble oposición democrática venezolana.
He dicho casi todo el continente, pues todavía nos queda la
honrosa excepción del ex presidente colombiano Alvaro Uribe, enemigo declarado
de este izquierdismo que nos invade y del riesgo de caer en el totalitarismo
marxista aún hoy. Venezuela es la mejor demostración del que el peligro sigue
vivo, permanece entre nosotros y sigue dispuesto a atacar nuestros valores y
principios. ¿Seremos capaces de dar la batalla de las ideas y derrotarlos?
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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