Por A. CARO FIGUEROA [1]
Ex Ministro de
Trabajo de La Nación
En la actividad
política cotidiana se entremezclan sentimientos y pulsiones de signos diversos.
Se trata, por tanto,
de una actividad que desborda las luchas ideológicas. En su complejo mundo, los
idealistas conviven con sujetos movidos por la sed de poder y por un ilimitado
afán de lucro.
En los tiempos que
corren, el odio ha regresado a nuestra escena política para convertirse en el
motor de enfrentamientos agonales.
La decisión de dividir a los argentinos entre amigos (merecedores de todo) y enemigos (sin siquiera derecho a la justicia), es una decisión tan consciente como perversa.
La política del odio
tiene, ciertamente, teóricos y ejecutores. A lo largo de estos últimos años, el
ejercicio implacable de todos los odios ha dado réditos electorales.
Sus profetas,
violando los principios del derecho penal democrático, han inspirado leyes
penales que institucionalizaron la venganza, y han procurado sentencias
arbitrarias. La manipulación del pasado, la reescritura de la historia y la
demonización de lo ideológicamente diverso, son otras tantas herramientas que
han utilizado y utilizan aquellos mismos profetas triunfantes.
No es casualidad que la palabra Victoria identifique a los empeñados en ejercer el mando concentrando todos los poderes. Quienes, hasta ahora, vienen cantando Victoria, rectifican al ministro Mariano Varela (1868) y proclaman que su victoria sí da derechos; olvidando el retórico eslogan de Eduardo Lonardi (1955), actúan identificando a vencedores y vencidos. Y, como se sabe desde el año 390 antes de Cristo, “Ay, de los vencidos”.
Las
vísperas
Pero,
afortunadamente, algo se mueve en la Argentina política. Nuevos resultados
electorales preanuncian el fin de un ciclo y la inauguración de otro en donde las demandas cívicas de paz interior y de
reconciliación, adquirirán intensidad.
El oportunismo de los
que mandan anticipa el tiempo nuevo. Véase sino la propaganda del primer candidato a Diputado bonaerense por
el Frente para la Victoria, cuando -con rostro y voz angelicales-, proclama
que “la política es amor”.
Con toda seguridad,
la introducción de este edulcorado mensaje es el resultado de las encuestas que
maneja, desde las sombras, el Ministerio
de la Propaganda Oficial.
Unas encuestas que
revelan el hastío de la mayoría de los argentinos con la prédica sectaria,
soberbia y excluyente que se derrama a raudales tanto desde Balcarce 50 (Buenos
Aires), como desde Las Costas en Salta.
Otro tanto puede decirse de la súbita propuesta del Intendente de Lomas de Zamora de retirar al pasado de la agenda presente, explicando que ahora se trata de hablar del futuro. Curiosas palabras en boca de quienes construyeron su poder abrumando a la ciudadanía con discursos demonizadores de casi todos los pasados, salvo los 50 días de 1973 presididos por Héctor Cámpora.
Por supuesto que así
como la política no puede estar centrada en el odio, tampoco es terreno
propicio para amores incondicionales y eternos. La política es conflicto,
tensión, debates, que producen cambiantes mayorías y minorías.
Pero parece lógico y
saludable que esos conflictos se desarrollen y resuelvan dentro del marco de
nuestra Constitución cosmopolitizada en 1994. Allí hay suficientes espacios
para la amistad cívica, para la gestación de consensos que contemplen e
incorporen puntos de vista minoritarios.
También para abrazos
simbólicos, como aquel que se dieron Perón
y Balbín, mientras muchos preparaban
sus armas de fuego para reanudar las matanzas.
Nos costará mucho
abandonar las rutinas del odio y las prédicas descalificantes. No será fácil
eliminar las listas negras, ni terminar con los favoritismos. Menos aún,
despedir a los operadores encargados de transmitir a los jueces las directivas
políticas.
Reencuentros
gratificantes
En la Argentina,
sobre todo en Salta, cada generación política arrastra una mochila cargada de
errores y enfrentamientos tribales. Los sobrevivientes de mi generación no
hemos logrado, hasta ahora, superar integra y colectivamente el trauma de las
luchas setentistas.
Sin embargo, los
reencuentros individuales, las reconciliaciones, las tertulias guiadas por la
tolerancia y la imprescindible autocrítica son también parte de nuestra
realidad cotidiana. Y debo confesar que cada vez que logro recuperar una
antigua relación deteriorada por los enconos políticos, experimento una enorme
alegría.
Siento que mi
espíritu y mi mente se enriquecen y se liberan de fantasmas.
En este último año,
las conversaciones mantenidas con Jesús
Pérez o Eleodoro Rivas Lobo (recientemente fallecido), destacados miembros
de dos de las fracciones en las que se dividía el peronismo salteño de aquellos
años de 1970, es un ejemplo del potencial gratificante que encierra el diálogo
entre antiguos adversarios.
Estoy convencido de que es necesario retornar a las mesas de diálogo, suprimiendo la lógica amigo/enemigo.
Las fuerzas que desde
siempre o desde ayer no se identifican con el kirchnerismo, deben prepararse
para la paz y la reconstrucción de las instituciones. Y dejar que sea la justicia de la república, libre de presiones políticas, quién
arregle las cuentas pendientes.
FUENTE:
http://www.eltribuno.info/salta/334464-Amor-odio-y-reconciliacion-en-los-ciclos-politicos.note.aspx
NOTA:
Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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[1] Se desempeñó en 1973 como Fiscal de Estado de la Provincia de Salta. Entre 1976 y 1983 fue asesor del sindicato español Unión General de Trabajadores. En 1985 fue designado Subsecretario de Trabajo y posteriormente Secretario de Trabajo del gobierno del Presidente argentino Raúl Alfonsín. En 1987 fue Secretario de Desarrollo Regional del mismo gobierno. Entre 1988 y 1993 se desempeñó como asesor del gabinete del Ministro de Trabajo y Seguridad Social de España, durante los gobiernos de Felipe González. En 1993 regresó a la Argentina para desempeñar el cargo de Ministro de Trabajo y Seguridad Social, durante los gobiernos del Presidente Carlos Menem. Desempeñó dicho cargo hasta 1997, fecha en que presentó su dimisión. En 2001 se desempeñó como Administrador Federal de Ingresos Públicos y Vicejefe de Gabinete, durante el gobierno del Presidente Fernando de la Rúa. En 1999 fue candidato a Vicepresidente de la Nación, por el Partido Acción Por la República, acompañando a Domingo Cavallo. Desde 2002 se encuentra retirado de la vida política y dedicado al ejercicio de su profesión de abogado.
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