Por Patricio Lons
Es el título que
merecen los argentinos bien nacidos cuya sangre sirvió a la nación y mucho más
merecido lo tienen, cuando este servicio se dio a lo largo de las generaciones.
Ha fallecido un
maestro del periodismo, don Carlos Manuel Acuña Ramos Mejía, pluma brillante y
vibrante de La Prensa, de su propio medio El tábano y de El Informador Público
y en los últimos tiempos había incursionado en la televisión digital desde
TLV1, el canal que dirige Juan Manuel Soaje Pinto. Los frutos de su diario
batallar se vieron en la muchedumbre de amigos y familiares y en las palabras
afectuosas que hoy lo despidieron en el cementerio de la Recoleta.
Lo conocí hace pocos
años gracias al señor Juan Olmedo, caballero de Bella Vista que lo invitó a dar
una conferencia y me honró con su afecto recibiéndome numerosas veces en su
departamento de avenida Las Heras, siempre con su trato amable, abierto a las
diferencias de ideas y a pesar de su prestigio nunca se mostró condescendiente
con opiniones ajenas ni con ninguna persona, por el contrario sabía apreciar
otros puntos de vista que enriquecieran el pensamiento.
Compartimos juntos
homenajes a la patria, entre ellos en Vuelta de Obligado al Restaurador de las
leyes, junto a un numeroso grupo de patriotas. No era rosista, tampoco
peronista, era conservador, “el último conservador” como le gustaba decir, pero ya estaba de vuelta de las peleas y de
las estériles confrontaciones que se dieron entre los argentinos. En el diario
transcurrir de estos años apreciaba lo inútil que era todo enfrentamiento, pues
no siembra más que odios, sentimiento totalmente alejado de él, un hombre
generoso que pensaba en el futuro que le depararía a sus hijos y a sus nietos y
a la juventud argentina que la veía indefensa ante el avasallamiento de los
abusos del poder de turno.
Fue un hombre
valiente, dijo lo que tenía que decir en cada tiempo y lugar que se lo
requirió; en cada trinchera disponible él se hacía presente, incluso
arriesgando su libertad al asistir a los tribunales en defensa de lo que creía
correcto, como remarcaron sus amigos Agustín Monteverde y el Dr. Enrique
Guillermo Avogadro. Fue de un valor que nacía desde las más profundas entrañas
de la tierra que pisamos; más de una vez conversamos sobre la responsabilidad
que tenemos los hijos de las familias fundadoras de la patria, pues si bien
todos bajamos de los barcos, recordaba que… “algunos bajamos de barcos a vela y
otros bajaron de barcos a vapor”… y esa
diferencia no otorgaba mayores derechos, pero si marcaba una responsabilidad
mayor.
A partir de ahora,
ruego que desde su nuevo lugar, pueda
iluminar nuevas plumas y nuevos sables, nuevos ánimos en cada trabajo
realizado por todo argentino de bien, en todo argentino decente que es la mayor
honra que el respetaba.
Por eso, podemos
decir que se fue un hijo y una pluma de la patria. Y al Creador, le pedimos que
lo reciba en sus brazos de Buen Padre y que le permita interceder desde la
patria celestial, para que quienes quedamos, podamos restaurar a su mayor
pasión, que será siempre la nación Argentina.
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