Ya han transcurridos casi 30 años de
este suceso, en una breve investigación encontramos el alegato efectuado por el
señor Almirante Don Emilio Eduardo Massera, quién el 3 de abril de 1985 lo efectuara ante el tribunal que lo
juzgaba junto a los otros militares que se sucedieron en las 4 Juntas Militares
que gobernó a la República Argentina durante el período denominado Proceso de
Reorganización Nacional (24 de marzo de 1986 a 10 de diciembre de 1983).
Subimos a nuestro blog ese testimonio
tal cual ha sido publicado por el diario La Nación el 4 de Abril de 1985, estimamos que es un artículo de gran
interés público y prácticamente desconocido, especialmente por los más
jóvenes, a quienes el poder de turno a sometido a un proceso de lavado de
cerebro e impuesto su “relato oficial” de la historia reciente y que abarca uno
de los períodos más violentos de nuestra joven nación.
No venimos a defender la figura del
mencionado almirante, él mismo no se
defendió… se responsabilizó y eximió de responsabilidades a todos las personas,
de cualquier fuerza u organismo del estado,
que actuaron bajos sus órdenes.
Tampoco defendemos al Proceso de
Reorganización Nacional, nuestros objetivos son ayudar a la concordia y
pacificación del país a través de la justicia. Deseamos que se aplique el
principio de la ley igualitaria para con las Víctimas del Terrorismo en la
Argentina, que se las reconozca y repare históricamente; deseamos la inmediata libertad de todos los miembros de las Fuerzas
Armadas, Fuerzas de Seguridad, Fuerzas Policiales, Servicio Penitenciarios
Federal y Provinciales, organismos del estado y civiles detenidos como Presos
Políticos mediante juicios injustos y ajustados a un “derecho a medida de la
venganza impiadosa de los terroristas”. En esta guerra existieron dos
actores bien diferenciados… ambos tienen que ser medidos por la misma vara.
Este alegato justifica un análisis cabal desprovisto de juicios a
priori, y llama la atención que las palabras de Massera fueran una premonición de lo que sobrevendría en el país.
Al final, cada uno arribará a sus propias
conclusiones.
El Art 28 del Estatuto de la Corte
Penal Internacional sobre "Responsabilidad de los Jefes y otros
superiores", dispone:
- El Jefe militar será penalmente responsable por los crímenes de la competencia de la Corte Penal Internacional que hubieran sido cometidos por fuerzas bajo su mando y control efectivo, en razón de no haber ejercido un control apropiado sobre esas fuerzas, cuando:
a.
Hubiere
sabido que las fuerzas a su mando estuvieren cometiendo esos crímenes.
b. No hubiere
tomado todas las medidas necesarias para prevenir o reprimir su comisión.
POR
LO AQUÍ EXPRESADO CUANDO UN SUPERIOR HABLA NO PUEDE ELUDIR EL TEMA DE LA
RESPONSABILIDAD.
ALEGATO DEL ALMIRANTE EMILIO EDUARDO MASSERA
“No he venido
a defenderme.
Nadie tiene
que defenderse por haber ganado una guerra justa. Y la guerra contra el terrorismo fue una guerra justa. Sin embargo
yo estoy aquí procesado porque ganamos esa guerra justa. Si la hubiéramos
perdido no estaríamos acá -ni ustedes ni nosotros-, porque hace tiempo que los altos jueces de esta Cámara habrían sido
substituidos por turbulentos tribunales del pueblo y una Argentina feroz e
irreconocible hubiera substituido a la vieja Patria.
Pero aquí
estamos. Porque ganamos la guerra de las armas
y perdimos la guerra psicológica. Quizás por deformación profesional
estábamos absortos en la lucha armada; y estábamos convencidos de que
defendíamos a la Nación y estábamos convencidos y sentíamos que nuestros
compatriotas no sólo nos apoyaban. Más aún, nos
incitaban a vencer porque iba a ser un triunfo de todos. Ese
ensimismamiento nos impidió ver con claridad los excepcionales
recursos propagandísticos del enemigo y mientras combatíamos un eficacísimo
sistema de persuasión comenzó a arrojar las sombras más siniestras sobre
nuestra realidad hasta transformarla, al punto
de convertir en agresores a los agredidos, en victimarios a las víctimas, en
verdugos a los inocentes.
Y esa guerra
psicológica no ha cesado. Lleva más de diez años golpeando la sensibilidad de
la gente, ayudada por un extraordinario apoyo de la prensa. Era -y es- imposible
contestar esos ataques porque, en primer lugar, es
muy difícil encontrar los medios dispuestos a jugarse por la verdad cuando la
correntada social avanza en sentido contrario; y en segundo lugar, porque
no se han tergiversado solamente las palabras se
ha tergiversado la convención social que le da a cada palabra un significado
aceptable para todos.
Así
parecería que la democracia era el terrorismo y los que combatíamos al
terrorismo éramos los auténticos terroristas. Así
hemos perdido el sentido de la palabra libertad que es un bien en sí mismo,
independiente de que alguien intente arrebatárnoslo, y las usinas destinadas a
la perversión de las ideas la han suplantado por la palabra “liberación”, que
no supone un bien intrínseco, sino un bien coyuntural sujeto que alguien nos
esté oprimiendo. Se da entonces por sentado que siempre estamos oprimidos a
menos que, claro, estén los liberadores
manejando el poder.
Cuando el
enemigo se dio cuenta de que empezaba a perder la guerra de las armas montó un espectacular movimiento de amparo, inobjetable,
del sagrado tema de los derechos humanos. Yo tenía muy buenas razones
informativas para saber que se trataba de una guerra psicológica totalmente
desprovista de buenos sentimientos, pero si algo me hubiera faltado para
convencerme, aparece una satánica
discriminación en los derechos humanos. Nunca, ninguna de las entidades
beneméritas ni de las personas notables que alzan su voz por los derechos
humanos, ninguna dijo nunca nada sobre las
víctimas del terrorismo. ¿Qué pasa con los policías, los militares, los
civiles que fueron víctimas —muchas veces indiscriminadas — de la violencia subversiva?
¿Tienen menos derechos o son menos humanos?
Esta
sencilla observación que no hace falta demostrar porque ahí están los hechos,
nunca fue objeto de la atención o al menos de la curiosidad de nadie y a esta
altura es una especie de valor aceptado por la
sociedad que la violación de los derechos humanos estuvo únicamente a cargo de
los represores y que las víctimas de esas violaciones son únicamente
terroristas de la guerrilla subversiva.
El asombroso silencio que hay en torno de esta
monstruosa falsificación es suficientemente indicativo del grado de parcialidad
que ostentan desde los dirigentes políticos hasta aquellos que deberían ser — por
su investidura — profesionales de la imparcialidad, pasando por los jefes de
los grupos de presión, siempre preparados para poner en la calle diez mil o
veinte mil irracionales ululantes capaces de convencer a los poderes públicos
de que ellos son la historia y ellas ya han dado su veredicto.
No le
reprocho al fiscal el estilo con que ha desarrollado la acusación porque
después de todo, el estilo es el hombre. Le reprocho sí, sus desagradables
ironías sobre nuestros héroes, como en el caso del teniente Mayol. Alguien me
dijo que era intolerable que se jugara al sarcasmo con nuestros muertos. Pero,
¿quiénes son nuestros muertos?; ¿de quién son los muertos ? Terminado el fragor de la guerra, todos los
muertos son de todos, y nadie tiene derecho a hablar de ellos, sin el respeto
que a cualquier hombre moral y civilizado debe inspirarle la dignidad
intrínseca de la muerte, aunque más no sea, porque cada muerto es un testimonio
tangible de la eternidad.
Pero si no
ha habido serenidad para hablar de nuestros muertos, ¿quién sería tan candoroso de esperar un proceso objetivo para los que
están vivos?: ¿quién sería tan candoroso de esperar un proceso objetivo en
medio de esta presión social?; ¿quién sería tan
candoroso de pensar que se está buscando la verdad, cuando mis acusadores son
aquellos a quienes vencimos en la guerra de las armas? Aquí estamos
protagonizando todos algo que es casi una travesura histórica: los vencedores son acusados por los vencidos.
Y yo me pregunto: ¿En qué bando estaban mis juzgadores? ¿Quiénes son o qué
fueron los que tienen hoy mi vida en sus manos?; ¿eran terroristas?; ¿estaban
deseando que ganaran los represores?; ¿eran indiferentes y les daba lo mismo la
victoria de unos que la de otros? Lo único que
yo sé es que aquí hubo una guerra entre las fuerzas legales, en donde si hubo
excesos fueron desbordes excepcionales, y el terrorismo subversivo en donde el
exceso era la norma. Esto que acabo de decir es el punto central y tanto
que la acusación no ha hecho otra cosa que tratar de demostrar que los excesos
eran norma en las fuerzas legales.
Naturalmente
no es cierto. Cualquiera puede imaginar que
nadie transforma a los oficiales y suboficiales del Ejército, la Fuerza Aérea y
la Armada en una banda de sorprendentes asesinos que de la noche a la mañana
pierden todo reflejo ético.
Pero lo que
no hace falta demostrar es que en una
organización terrorista, el exceso sí es la norma, simplemente porque el exceso
es su razón de ser. Claro que de eso no se habla, parece un simple detalle.
Pero ellos, los que ejercieron el exceso como
norma, son mis acusadores, son mi simple detalle.
En la obsesión del enemigo por debilitar a las Fuerzas
Armadas no ha ahorrado hasta el uso de la infamia menor, tratando de
mostrar supuestos agravios y recriminaciones recíprocas entre los que ejercimos
el comando de las fuerzas armadas en aquel momento.
Los
distintos puntos de vista políticos que existieron, se mantuvieron siempre
dentro del plano de las ideas y es simplemente ridículo pensar que eso tenía
consecuencias en las relaciones institucionales como las personales. A pesar de esas diferencias, nunca se perdió el
respeto entre nosotros. No obstante comprendo que a los vencidos les
interese difundir esa fábula, con la esperanza de que las fuerzas armadas de
hoy se miren entre sí con suspicacia. Dividir
para reinar. Pero los que están delatando
es, en definitiva, miedo, mucho miedo. Porque
el enemigo sabe que las fuerzas armadas de hoy son capaces de derrotarlo como
las fuerzas armadas de ayer.
No he venido a defenderme. He venido como siempre a responsabilizarme de todo lo actuado por los hombres de la Armada
mientras tuve el incomparable honor de ser su comandante en jefe. También me responsabilizo por los hombres de las fuerzas
de seguridad y policiales que durante mi comando actuaron subordinadas a la
Armada en la guerra contra la subversión. Quiero decir, además, que me responsabilizo por los errores que pudieran
haber cometido.
Pero, si el
Tribunal necesita para eximir de responsabilidad a mis subordinados, a todos
mis subordinados, que yo deba aceptar además
que todas sus actuaciones fueron cumpliendo órdenes precisas que yo debiera
haber impartido personalmente y en forma omnipresente lo acepto. Yo y sólo yo tengo derecho al banquillo de los
acusados. Sentar a otros aquí sería como sentar a la Argentina en el banquillo
de los acusados, porque en verdad les digo, que la Argentina libró y ganó su
guerra contra la disolución nacional.
Pido a Dios que el Tribunal no cometa la
equivocación de poner al país en estado de proceso, porque esa equivocación
equivaldría a haber perdido también la guerra de las armas. Si necesitan acabar
con nosotros, háganlo, pero no le arrebaten a la Argentina su única victoria de
este siglo.
Mi serenidad
de hoy, proviene de tres hechos fundamentales. En primer lugar, me siento responsable pero no me siento culpable,
sencillamente porque no soy culpable. En segundo lugar, porque no hay odios en mi corazón. Hace tiempo que he perdonado a
mis enemigos de ayer, a mis flamantes enemigos que no han podido substraerse a
la compulsión que estamos viviendo. Y en tercer lugar, porque estoy en una posición privilegiada. Mis jueces disponen de la
crónica, pero yo dispongo de la historia y es allí donde se escuchará el
veredicto final.
Casi diría
que afortunadamente carezco de futuro. Mi futuro es una celda. Lo fue desde que
empezó este fantástico juicio y allí transcurrirá mi vida biológica, ya que la
otra, la vida creadora, la vida de la inteligencia, la vida del alma, se la
entregué voluntariamente a esta veleidosa y amada Nación.
Sólo de una
cosa estoy seguro. De que cuando la crónica se
vaya desvaneciendo, porque la historia se vaya haciendo más nítida, mis hijos y
mis nietos pronunciarán con orgullo el apellido que les he dejado”.
DIARIO LA
NACION
Viernes 4 de
Octubre de 1985… hace casi 30 años!!!
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