ABRIL 2, 1982
Al Capitán
Pedro Giachino
Fue un enero
de secretos,
entre unos
pocos confiables,
que en
ambiente muy discreto,
trazaron audaz
plan viable.
Por tratativas
estancadas,
tras siglo y
medio perdido,
en poder
imperial alzado,
al
archipiélago querido.
Marina cumple
alistado,
de anfibia
fuerza de choque,
la pista para
los Alados,
Ejército
comandos enfoque.
Allara,
Busser, Lombardo,
son algunos de
los nombres,
García Boll,
Plessl y García,
la conducción
tiene sus hombres.
Incidente en
ballenera,
de gélido
puerto georgiano,
disipa la
tensa espera,
y llena de
acción las manos.
Sorpresiva e
incruenta,
respetuosa fue
definida,
la enemiga
vida cuenta,
por bien de
misión emprendida.
Cabo San
Antonio transporta,
portaviones da
seguridad,
rompehielos
Irizar aporta,
por guía
Santísima Trinidad.
Sin olvidar
los buzos valientes,
embarcados en
submarino,
que Santa Fe
lleva ardiente,
por nombre el
navío argentino.
Confirma la Fe
que anima,
buscando
amparo primario,
tras virginal
honor nomina,
a la
operación: “Rosario”.
El mar no es
un aliado,
y brutal
temporal demora,
con sus
vientos huracanados,
a flota y
tropa deteriora.
Seis treinta,
abril dos se fija,
para el audaz
desembarco,
sin sorpresa
que cobija,
lucha se prevé
en los barcos.
Sanchez
Sabarots y Giachino,
al frente de
sus unidades,
primeros en
suelo cautivo,
avanzan en
oscuridades.
Trece buzos
tácticos bajan,
del submarino
escondido,
y contra mar y
riesgo marcan,
Playa Yorke,
punto escogido.
En la noche
veloz avanzan,
los comandos
al cuartel inglés,
y Moody Brook
fácil doblegan,
sin combate,
tiros ni revés.
Seineldín
captura la pista,
faro toman
buzos de Cufré,
en San Antonio
se alista,
anfibio
desembarco que fue.
En tanto
entabla combate,
Giachino en
lar gobernador,
el fuego es
solo quien habla,
por batalla en
sumo rigor.
En el asalto
cae Giachino,
por la espalda
baleado,
hito de valor
argentino,
a una granada
tomado.
García Quiroga
al lado,
cae con brazo
mal herido,
Urbina
enfermero soldado,
no da el
socorro pedido.
Es que también
le han dado,
mareado por la
morfina,
que el mismo
ha inyectado,
rabia de pena
e inquina.
Mientras sus
marines tiraban,
Rex Hunt
parlamentar pedía,
Busser y los
suyos marchaban,
sin armas, al
fuego que ardía.
Rendidas las
fuerzas inglesas,
Busser se
acerca a Giachino,
ve bañado
suelo de Malvinas,
por sangre de
héroe argentino.
Ayuda médica
retarda,
oscura turba
traicionera,
el capitán
vida ofrenda,
en sala de
ajena bandera.
Los heridos se
recuperan,
para contarnos
la historia,
y saber así
como entran,
nuestros
héroes en la gloria.
Las armas se
han acallado,
por veloz
asalto incruento,
las islas se
han recuperado,
invasor tuvo
escarmiento.
Bajo el sol,
sobre la bahía,
ondea pabellón
argentino,
el mismo que
en ese día,
amortaja al
héroe Giachino.
¡Gloria por
siempre al soldado,
que trajo la
joya perdida,
que por ella
todo ha dejado:
su hogar, su
gente, su vida!
Allá en la
niebla oculta,
Malvinas
aguarda paciente,
sueña con día
que exulta,
abrace al
soldado valiente.
Ella quiere
ser argentina,
rechaza la
extraña bandera,
sus colinas y
nieve prístinas,
claman
soberana primavera.
Enrique Momigliano
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