PUNTOS Y
COMAS...
“No tengáis
miedo. Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. Sólo Él lo sabe”
(Juan Pablo II – Octubre 1978)
Uf… en este hermoso sábado de sol, en
medio de perturbaciones más importantes y terrenales que hacen complicado mi
día a día aquí, debajo de este cielo tan azul y tan claro que pareciera haberse
amigado para siempre con el otoño, y después de una semana de rezar y rezar por
la salud de un ser querido, con suerte por suerte (la Fe mueve montañas y
tuerce voluntades y hará justicia el último día de la historia, lo sé), digo,
aprovecho la claridad del día para aclararles que si bien yo escribo hace
muchos muchos años en éste Semanario, no se confundan: yo NO soy el Semanario.
Estoy seguro que lo saben, pero por
las dudas lo repito. Siempre que he escrito, me he hecho cargo de cada una de
las palabras con sus puntos y sus comas.
Y con mi nombre. Que no será mucho, pero es lo
único que tengo. Y es bien mío y de nadie más. No tengo dinero… pero tengo algo
mejor, algunos lo llaman dignidad.
Sé que con la dignidad no se come ni
se cura ni se educa… pero con ella uno recuesta la cabeza en la almohada y
duerme tranquilo. Con ella uno anda las calles con la frente en alto, sin
esquivar miradas ni agachar la cabeza.
Hace unos días, en una charla, un
personaje encumbrado me decía: “ustedes desde el Semanario…”. Aquí vamos otra
vez, pensaba yo… a explicarlo nuevamente.
Yo soy yo… y lo que firmo. Nunca me he
subido al púlpito en nombre de alguien. Siempre he hablado en mi nombre… así
que las buenas y las malas consecuencias de eso, me corresponden. Me hago
cargo.
Claro que la salud es importante… pero
la dignidad también lo es.
Primero fue mi abuela Amalia, y luego
fue mi padre. Ambos me enseñaron con su doloroso ejemplo, a morir con dignidad.
Morir con dignidad… qué fácil se escribe ¿no?
Pero repita la frase con los ojos
cerrados y piense en ese momento: Morir con dignidad.
Uno puede escribir sobre el tema, es
más, hasta puede hablarlo… pero a mí es algo que me da vuelta en la cabeza
desde hace mucho mucho tiempo.
Ese momento final, decisivo,
solitario, entre lo último de nosotros acá, y el más allá.
Solitario y final momento de dejar
este mundo.
El momento de la verdad, a partir del
cual ya todo lo demás no tendrá razón de ser.
El momento en que lo que teníamos, lo
que acumulamos, lo que escondimos, lo que ganamos, lo que robamos, lo que
dijimos, lo que callamos, lo que gritamos, lo que mentimos… lo que amarrocamos
con avaricia servirá para nada.
Vivimos en un mundo lleno de ruidos,
de “empoderados” que militan en eso de hacer ruido alrededor de nuestras vidas,
para que olvidemos nuestra finitud.
Tuve la desgraciada suerte de pasar
toda la Semana Santa en el Hospital, y de tener que entrar varios días a la
terapia intensiva. Pude hablar con amigos y familiares de otros enfermos o
accidentados y compartir dolores y angustias para aliviar un poco las horas
aciagas. Una familia entera llorando por la salud de un pibe que se accidentó
en moto, un hombre que no paraba de hablar al ver a su mujer con hemiplejia
nerviosa tras un asalto violento en su casa… hijos esperando abrazados y
compungidos las horas finales de una madre. La angustia de la incertidumbre… el
dolor de los desahuciados.
Las cucarachas que caminan por la sala
de espera hoy no militan, salieron de paseo sin la remera de ninguna Gestión.
Hace tiempo leí un libro y me guardé
este párrafo: “Hubo un instante eterno de silencio y luego se escuchó el ruido
seco de la 9 mm. El tucu, cayó de boca contra el suelo, y en pocos segundos una
enorme mancha de sangre circundó la gorda cabeza que yacía de lado, con la boca
y los ojos bien abiertos, la enorme humanidad hasta recién suplicante y vital,
acababa de traspasar con una loca ayuda la oscura cortina que nos lleva hacia
la nada, para siempre.” El relato contaba cómo, una terrorista del ERP
asesinaba a sangre fría al empleado de un Ingenio azucarero… obviamente no creo
en eso de “la nada para siempre”.
Qué poco se cotiza la vida en el
barrio. Qué gratis nos sale la muerte en el país. Qué caro nos cuesta el
silencio cobarde a los argentinos.
Claro que tal vez uno se vaya de este
mundo sin darse cuenta. Muchas veces he sido testigo de muertes así. Algunos dicen
que las prefieren. Yo no estoy tan seguro.
Morir de repente, sin tiempo siquiera
de mirar a los ojos por última vez a los que uno quiere. A los que uno ama. A
los que les debemos un GRACIAS, así, con mayúsculas, aunque sea un GRACIAS con
ojos, sin palabras.
Pero afrontar el momento final
intuyendo el final también tiene sus cosas. Hay que ser fuerte, hay que estar
preparado, hay que tener dignidad y hay que tener la conciencia tranquila para
irse en paz.
Por supuesto que si uno tuviera la
posibilidad de elegir, elegiría la opción menos dolorosa. Pero no se puede
elegir. Hay que meter la mano en la bolsa con los ojos cerrados y sacar una
opción. Y será lo que toque en suerte.
Los finales son así. A veces esperados
y a veces sin aviso. Por eso hay que estar vestido para la ocasión. Con las
medias zurcidas y los paños menores limpios.
Hermosa está la ciudad. Todos sabemos
por qué. Y el que no lo sabe es un necio. Y el que no lo ve no sabe mirar. Acá
hay gestión. Hay pasión por hacer.
Lo importante es hacer. Las formas en
ese hacer son pormenores…no es cuestión de perder tiempo en nimiedades
formales.
¿Se puede ser un poco más prolijo?…
seguro que sí, pero se tardaría una eternidad.
En lugar de criticar a los políticos y
funcionarios, deberíamos nosotros mirarnos el ombligo. Ver la viga en nuestros
ojos, antes que andar hurgando pajas en ojos ajenos.
Si el Senador tiene diez testaferros,
su esposa en un puesto creado a medida, pues mejor callar, mire usted dónde
esconde su mugre antes de criticar a los demás.
Si la misma familia tiene al Senador,
otro en el tribunal y además el estudio del doctor alquilado al juzgado, usted
mejor métase en sus cosas que bastantes muertos tiene su ropero… todos tienen
derecho de aprovechar las oportunidades doradas que la vida presenta.
Como verán, hoy he decidido hacer las
paces con las mentiras que los “empoderados” quieren. Y todos contentos. Y
todos “avestruzmente” felices, con la cabeza en la tierra y con el culo al
aire.
Allá ellos que aprietan, allá los
otros que temen, mucha suerte usted,
lector desprevenido y manso. Cuando tenga esta página ante sus ojos será
domingo. Tal vez. Y Lolek, que nació Karol y murió Juan Pablo II, estará siendo
Canonizado. Todos hemos sido testigos de su santidad. Cuando él murió nacía mi
último hijo. En el sanatorio, con Bauti en brazos vi una y otra vez las últimas
imágenes de Lolek… esa dignidad de la Cruz. La cargó hasta el último aliento
con cristiana resignación. Así quiero morir yo. Pero veremos.
Siempre que he escrito, me he hecho
cargo de cada una de las palabras con sus puntos y sus comas. Y claro, también
me haré cargo, llegado el momento, del punto final.
Feliz vida para todos… y todas.
Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!