Por: Fernando Morales
“Me pregunto quién te baja línea para
escribir tus columnas”… La pregunta, disparada de improviso por un camarada
naval, daba lugar para muchas respuestas las que siendo sintético en extremo
podría responder: simplemente el sentido común.
El cotidiano roce con la realidad,
hace cada vez más difícil de encontrar a este preciado don que parece estar
ausente en buena parte de la dirigencia argentina. Fiscales que repudian a su herramienta de trabajo -el Código Penal-,
sindicalistas que pregonan que si tiene que morir gente que muera nomás y
guerras bizantinas desatadas contra estatuas de mármol que yacen en el piso
a la espera que se les asigne destino, son ejemplos más que suficientes para
que se entienda a qué me refiero.
Y, como esa realidad en su vorágine ultrasónica no nos da tregua,
focalizamos un día la atención en la escalada del dólar, otro en meditar sobre
los linchamientos populares a delincuentes de poca monta, otro más a la “lucha”
de un señor convertido en señora que intentará adoptar como madre a un hijo que
él mismo engendró como padre… y así sigue la rueda.
La hora marca la instalación en el
colectivo social de un tema que tal vez la mayoría de nosotros consideró
sepultado hace más de dos décadas. Me
refiero al regreso del Servicio Militar
Obligatorio. Esta “original” iniciativa no ha partido de viejos generales
del Proceso o de la más rancia derecha reaccionaria; tampoco de los claustros de alguna
universidad privada. Dirigentes políticos afines en mayor o menor medida al
“modelo” menean esta idea periódicamente como la panacea para la solución de
buena parte de los problemas sociales juveniles.
Resulta curioso ver que, así como una
diputada del Frente para la Victoria (FPV) quiere quitarle el nombre de
“Panamericana” a una autopista que hace años ya no se llama así (al margen que
todos la conozcamos por su antiguo nombre), hoy un grupo de dirigentes del
mismo signo político quieran promulgar una norma que retorne a la obligación de
correr, limpiar y barrer luciendo un uniforme de combate, tal vez desconociendo
que lo que quieren reponer en realidad no está derogado; siendo una facultad
presidencial convocar al servicio militar obligatorio a los ciudadanos en
determinadas circunstancias; las que por cierto nada tienen que ver con las
intenciones de los “militaristas K”.
Los vientos cambiantes que cada vez
afectan con mayor facilidad las sólidas estructuras doctrinarias del modelo
nacional y popular, parecen determinar que, así como hay desapariciones
condenables y otras perdonables (según quién hubiera sido el autor de las
mismas), y así como el maléfico FMI ahora no lo es tanto, las estructuras militares, ayer no más
responsables de todos los males pasados presentes y futuros, ahora podrían ser
aptas para “formatear” a los miles de jóvenes que deambulan a la deriva por la
vida sin horizonte ni rumbo; sin la menor idea de lo que significa la
responsabilidad, el deber o la obligación, ya que en los últimos diez años sólo
se les instruyó acerca de sus derechos.
Resulta gratificante al menos ver que,
aun mostrando severos contrapuntos entre ellos mismos, los mariscales del modelo están día tras día intentando dar a nuestras
Fuerzas Armadas, misiones y responsabilidades. Menos gratificante es por
cierto ver que –al parecer– nadie piensa en darles aquellas específicas para
las que fueron creadas. Obviamente, la defensa nacional.
El solo planteo de reponer un servicio
militar obligatorio masivo para todos y todas, implica un total desconocimiento
de la situación actual de las estructuras militares de la Nación. No habría ni posibilidad de alojarlos, de
darles de comer, de proveerles uniformes, mucho menos armamento y de conjugar
la rigidez de la disciplina castrense con el manual de derechos, derechos y
más derechos, que tornarían imposible hacer levantar a un “ni-ni” convertido en
soldado al toque de diana, sin que el pobre cabo que tocó el clarinete sea
procesado por violación a los derechos humanos de los pobres soldaditos.
Ironías y exageraciones al
margen, es muy cierto que el mundo está
abandonando rápidamente las conscripciones obligatorias de soldados. Ya que los
ejércitos son cada vez más altamente profesionales priorizándose la calidad de
la tropa por sobre la cantidad de miembros de la misma; por otra parte, si mantenemos las doctrinas de “no
hipótesis de conflicto” y de “no intervención en asuntos de seguridad
interior”, me quieren decir que haríamos con la soldadesca?
Para tranquilidad de mamás y papás; la
posibilidad de que la iniciativa prospere es aproximadamente del 0%, pero el
solo planteo de la misma por los mariscales antes señalados es motivo más que
suficiente para ponernos nerviosos.
No vamos a entrar en un análisis
pormenorizado de la tremenda deuda social que han dejado estos años de desorden
en el manejo de los recursos públicos destinados a la contención social de
grupos vulnerables en general y de la juventud en particular. Alcohol, droga, falta de oportunidades
laborales, crisis educativa sin precedentes y varios condimentos más no han de
encontrar su antídoto en la áspera voz de mando de un sargento de artillería,
ordenando “alrededor mío carrera marrrr”. Además, y como dijimos en la columna
anterior, si vamos a sacar a los chicos de las villas para uniformarlos y
mandarlos a pintar las mismas villas, ahorrémonos un paso y pongamos manos a la obra sin necesidad de
militarizarlos.
La iniciativa largada como globo de
ensayo por un grupo menor de dirigentes; pero con el seguro consentimiento de
muchos más que no lo hacen en público, desnuda la carencia total de planes para
nuestra juventud (tampoco los hay para la niñez, para la adultez y para la
vejez pero eso es otro tema)
Apelando una vez más a la analogía
marina, en este tema también la nave parece estar a la deriva y en el puente de
mando todos arriesgan una solución que se estrella y destroza inevitablemente con la cruda realidad. De no
hacer algo inteligente, racional y efectivo en forma más o menos urgente, los
pibes para la liberación no servirán ni siquiera para rellenar los coloridos
actos oficiales cantando y aplaudiendo según les indica el coreógrafo
presidencial.
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